martes, 10 de agosto de 2010

Carta de Jomeini a Gorbachov

En la última y magnífica entrevista a Fidel Castro realizada por cuatro periodistas venezolanos, éste trató brevemente el tema de la carta que el Ayatollah Jomeini envió a Gorbachov en 1989. Incluyo a continuación esa carta y el fragmento de vídeo donde Fidel la comenta.


1 de enero de 1989

En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso,

Exc. Sr. Gorbachov, presidente del Presidium del Soviet Supremo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, le deseo a usted y al pueblo soviético felicidad y prosperidad.

Desde que fuera elegido a la dirección de la Unión Soviética se ha evidenciado que, a la hora de analizar los acontecimientos políticos mundiales, especialmente los concernientes a los problemas de la Unión Soviética, usted se ha situado en una fase nueva, de revisión, cambio y mutación de conducta y, dado que su valor y su audacia al confrontar las realidades de este mundo podrían ser origen de transformaciones y cambios en los equilibrios imperantes en la actualidad, he creído necesario señalar a su atención algunos puntos.

Aunque es posible que sus nuevas reflexiones y decisiones sean solamente un nuevo método para resolver disputas partidistas, y paralelamente, algunos de los problemas con los que se enfrenta su pueblo, incluso de ser así sería merecedor de elogio el coraje que ha puesto de manifiesto al cuestionar una ideología que ha aprisionado durante muchos años a las juventudes revolucionarias del mundo detrás de barrotes de acero. Pero si su pensamiento se eleva por encima de esta contingencia, el primer facto que seguramente contribuirá a su éxito será el hecho de replantearse la política de sus predecesores, que ha conducido a la extirpación de Dios y de la religión de la sociedad, lo que ha supuesto sin duda para el pueblo soviético el más grave de los perjuicios que le han sido inflingidos. Puedo asegurarle que ésta es la única fórmula concebible para abordar con realismo los acontecimientos de este mundo.

Por supuesto, es posible que los métodos incorrectos y las prácticas de los anteriores gobernantes comunistas en el campo de la economía hayan sido la causa de que el mundo occidental tenga la apariencia de un vergel feraz. Pero la verdad es otra. Si en esta coyuntura se limita a deshacer los nudos gordianos de la economía comunista y socialista recurriendo a las reglas del capitalismo occidental, no solamente no curará los males de su sociedad, sino que será necesario además que otros vengan a poner remedio a sus errores. De hecho, si hoy en día el marxismo ha llegado a un callejón sin salida en lo que respecta a sus métodos económicos y sociales, no es menos cierto que el mundo occidental también tiene dificultades en relación con los mismos problemas, aunque se planteen de una manera distinta, además de otros peligros de diversa índole.

Excmo. Sr. Gorbachov, hemos de abrir los ojos a la verdad. El problema esencial de su país no radica en la propiedad privada, la economía y la libertad. Su principal problema es la ausencia de una verdadera creencia en Dios, el mismo problema que ha arrastrado o arrastrará a Occidente a un callejón sin salida, a la nada. Su problema fundamental reside en su dilatada lucha contra Dios, fuente de la existencia y la creación.

Excmo. Sr. Gorbachov, nadie duda de que de ahora en adelante habrá que buscar el comunismo en los museos de la historia política mundial, ya que el marxismo no puede dar respuesta a absolutamente ninguna de las necesidades reales del hombre. Se trata de una doctrina materialista y con el materialismo no es posible sacar a la humanidad de la crisis provocada precisamente por la falta de creencia en lo espiritual. Es éste el peor de los males que afligen a la sociedad humana, en Oriente como en Occidente.

Excmo. Sr. Gorbachov, es posible que por muchos motivos pueda parecer que usted todavía no ha dado la espalda al marxismo y que en el futuro siga exponiendo en sus discursos su firme convicción en él. Sin embargo, usted sabe que en realidad las cosas no son así. El líder chino asestó el primer golpe al comunismo y usted le inflingió el segundo y, al parecer, último. Hoy no existe ya en el mundo nada llamado comunismo. Pero le pido fervientemente que, al abatir los muros de las ilusiones marxistas, no se deje atrapar por la prisión de Occidente y del Gran Satán.

Espero que recaiga sobre usted la gloria de haber barrido de la historia y de su país los últimos residuos pútridos generados en el mundo comunista por setenta años de descarríos. En la actualidad, ni siquiera aquellos gobiernos que evolucionan en su misma dirección y cuyo corazón late tanto por su patria como por sus pueblos están dispuestos a emplear los ingentes recursos de sus países, los recursos del subsuelo, como prueba de los éxitos del comunismo, cuyos huesos se están disgregando con un crujido que ya ha llegado a los oídos de sus propios hijos.

Sr. Gorbachov, cuando de los alminares de algunas de sus repúblicas se elevaron después de setenta años el grito de «Allah Akbar» [«Alá es el más grande»] y la profesión de fe en la misión del último Profeta (que la paz sea con Él y con sus Descendientes), todos los seguidores del genuino Islam mahometano lloraron de entusiasmo. Por ello he considerado necesario señalar a su atención este problema, para invitarle a reflexionar una vez más sobre las dos visiones del mundo, la materialista y al inspirada en la doctrina de la unidad divina.

Los materialistas sostienen que los sentidos son el medio de conocimiento sobre el que se asienta su concepción del mundo: lo que no se percibe a través de los sentidos se tiene por ajeno al ámbito de la ciencia. Conciben lo existente como equivalente a lo material: para ellos lo que no es material no existe. En consecuencia, el mundo metafísico, la existencia de Dios, la Revelación, la Misión profética, la Resurrección son tachados ni más ni menos que de fábulas. En cambio, el medio de conocimiento en el que se basa la concepción monoteísta está constituido por los sentidos y la razón. Todo cuanto es racional, aunque no sea percibido por los sentidos, forma parte del dominio de la ciencia. Por consiguiente, lo existente está hecho de lo visible y lo invisible, de modo que también puede existir lo que no es material. Como lo concreto presupone lo abstracto, así el conocimiento sensible halla respaldo en el conocimiento racional. El Sagrado Corán refuta el fundamento mismo de la concepción materialista. A todos aquellos que piensan que Dios no existe porque, de ser así, sería visible, y dicen: «Moisés, no creeremos en ti hasta que veamos a Dios claramente», les dice lo siguiente: «Las miradas no le alcanzan, pero Él es el bien informado». Pero dejemos a un lado el dilecto y sagrado Corán y los argumentos que expone en relación con la Revelación Divina, la Misión profética y la Resurrección, puesto que no hemos hecho sino empezar. No quisiera en modo alguno arrastrarlo por los meandros de los problemas filosóficos, en particular los de la filosofía islámica. Me limitaré a exponerle un par de ejemplos sencillísimos, referentes a la naturaleza humana y a la conciencia, que puedan resultar útiles incluso a los políticos.

El hecho de que la mera materia, lo inanimado, no tengan conciencia de sí mismos constituye un axioma. Sea lo que sea, ya un monumento de piedra o una estatua que representa un cuerpo humano, las diversas partes del objeto en cuestión no son conscientes de su existencia mutua. Por el contrario, vemos claramente que los individuos humanos y los animales son conscientes de cada una de sus partes, saben dónde se encuentran, lo que ocurre a su alrededor y lo que acontece en el mundo. De ello cabe inferir que existe en el hombre y el animal algo distinto, superior a la materia y diferente a ella, que sobrevive a la muerte de ésta.

El hombre, por su naturaleza, anhela la perfección total de manera absoluta. Usted sabe perfectamente que el individuo aspira a ser una potencia absoluta en el mundo. No le agrada ningún poder que no sea tal. Aunque tuviera todo el mundo a su disposición, si se le dijera que existe otro mundo, por su naturaleza también desearía poseer ese mundo. Un individuo, por sabio que fuera, a quien se dijera que hay otras ciencias, por su naturaleza también desearía aprender esas ciencias. Por consiguiente, el hombre sólo puede entregar su corazón a un poder absoluto, a una ciencia absoluta.

Se trata de Dios Omnipotente. Todos lo intuimos, aunque no seamos conscientes de ello.

El hombre desea alcanzar la Verdad absoluta, anularse en Dios. El ansia por la vida eterna, que es consustancial a todos los individuos, es una señal de la existencia de un mundo eterno del que está ausente la muerte.

Si Su Excelencia quisiera profundizar en estos argumentos podría impartir las órdenes necesarias para que los expertos en estas disciplinas, además del estudio de los textos filosóficos occidentales, consultaran también los escritos sobre filosofía peripatética de al Farabi y Avicena (Dios se apiade de ellos). Así quedará claro que el principio de casualidad, que constituye el cimiento de cualquier tipo de conocimiento, pertenece al ámbito de lo inteligible, y no al de lo sensible. Lo cual es también válido para la comprensión de los significados universales y para las leyes generales que sustentan cualquier argumentación. Podrían también estudiar los libros de Sohravardi (Dios se apiade de él) sobre la filosofía iluminativa, que les permitirían explicar a Su Excelencia que el cuerpo y los demás seres materiales necesitan una iluminación, una luz absoluta que prescinda de los sentidos, y que la comprensión exterior de la identidad personal por parte de los seres humanos no es un fenómeno sensorial. Pida también a sus profesores eminentes que estudien la filosofía de Mullá Sadrá (con quien Dios se complazca y el Día del Juicio lo ponga junto a los profetas y los piadosos). Quedará así claro que la verdad científica es sin duda una entidad independiente de la materia. Todos los pensamientos son inmateriales y no están sometidos a las leyes de la materia.

No le quiero importunar más, por lo que no le citaré las obras de los gnósticos, entre los que destaca Mohi Eddine Ibn´Arabi. Si quiere conocer los argumentos de este gran filósofo, envíe a Qom a algunos de sus brillantes expertos, duchos en este tipo de problemas, para que, con la ayuda de Dios, en algunos años puedan comprender toda la profundidad, más sutil que un cabello, que encierran los estados sucesivos del verdadero conocimiento.

Excmo. Sr. Gorbachov, después de mencionar brevemente estos problemas preliminares, le pido que realice un estudio serio y profundo del Islam, no porque el Islam y los musulmanes tengan necesidad de usted, sino por los valores superiores y universales de esta religión. Dichos valores pueden ser un instrumento de liberación y bienestar para todos los pueblos, pueden contribuir a resolver los problemas y dificultades fundamentales de la humanidad. Una reflexión sería sobre el Islam podría liberarlo para siempre del problema de Afganistán y de problemas similares en todo el mundo. Nosotros asimilamos a los musulmanes de toda la Tierra con los de nuestro país y nos consideramos partícipes de su destino.

Al conocer una libertad de culto parcial en algunas repúblicas soviéticas, usted ha dado muestras de que ya no cree que la religión sea el opio del pueblo. A propósito, ¿es el opio de la sociedad la religión que ha hecho de Irán un país sólido como una roca frente a las superpotencias? La religión que quiere llevar la justicia al mundo, que quiere liberar a los hombres de las miserias materiales y psíquicas, ¿es quizá el opio de la sociedad? Sí que es el opio de la sociedad una religión instrumentalizada para poner a disposición de las potencias, grandes o pequeñas, los recursos materiales y espirituales de los países islámicos y los demás, una confesión que propugne la separación de política y religión. Peor ésa no es la religión verdadera, sino una religión que el pueblo llama «americana».

Para concluir, declaro sin ambages que la República Islámica de Irán, el bastión más sólido del Islam en todo el mundo, no tendría dificultad alguna en colmar el vacío ideológico de su sistema.

Sea como fuere, nuestro país, como en el pasado, cree en las relaciones mutuas de buena vecindad y siente por este principio el más profundo respeto.

Que la paz sea para quienes siguen al Guía.

Ruhollah al Musawi al Jomeini

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