miércoles, 1 de junio de 2011

Entrevista con Ruslán Grinberg

La entrevista tiene su importancia, viene a reconocer, más o menos, el desastroso efecto de la derrota del campo socialista, y al final añade: "Lo tenemos que asumir; es que existen algunas esferas de la vida, la sanidad, la educación, la ciencia y la cultura, que no pueden mantenerse sólo con los mecanismos de la autorregulación. Sin embargo, precisamente estas esferas son indicadores del estado social y económico de la nación". ¡Aleluya! ¡Alabado sea el señor! Pues no han tardado en reconocerlo, aunque me temo que ya no importa. Claro que si la "autorregulación", como ellos lo llaman, no deja otra cosa que un desastre en lo social, y más en lo verdaderamente importante, para qué la queremos, ¿para regular las bragas de diseño para pijas? Algo así dice este hombre: "El sistema de planificación resultó ineficiente por la misma naturaleza impredecible del ser humano que puede echar a perder todos los cálculos. Por ejemplo, uno quería comprarse guantes de un color, pero al llegar a la tienda había cambiado de opinión y los quería de otro color". Ya sabemos que la planificación socialista era un desastre, no regulaba los caprichos del personal. En su lugar la "libre economía de mercado" sí lo hace, pero nos deja un yermo en lugar de sanidad, educación, ciencia y cultura. Un justo cambio, ¿no creen?

Pero ahí no acaba la cosa. Porque los caprichos no son para todo el mundo. Son, claro está, para los que pueden pagarlos: "Hace poco apareció la noticia de que Moscú ocupaba el primer lugar en número de multimillonarios. Eso debería ser motivo de orgullo si la clase media alcanzara los dos tercios de la población y no apenas un 20%, como en nuestro país". Que a estas alturas se siga con el mito de la clase media... manda cojones. Lo de la clase media es casi ya un fenómeno propagandístico, ideológico, y en los pocos países donde se formaron capas medias se encuentran en proceso de proletarización, y de confusión, habría que añadir, basta con echar un vistazo a la Plaza del Sol.

Está entrevista hay que leerla sin el tufo ideológico liberal que desprende, manejando conceptos muy discutibles a pesar que suelen darse por comprendidos, como "mercado", "planificación", "democracia", "sociedad civil"... y también ciertas interpretaciones históricas gratuitas.

Tomada de RIA Novosti:


Ruslán Grinberg es miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, doctor en Economía y Director del Instituto de Estudios Económicos.

En la entrevista a RIA Novosti expresa su opinión sobre el efecto que ha tenido la desintegración de URSS en las antiguas Repúblicas Soviéticas y señala las maneras de superar sus consecuencias.

-Existen diferentes versiones sobre las causas de la desintegración de la Unión Soviética y una de ellas consiste en que el sistema económico socialista carecía de eficiencia y acabó agotando su potencial. Como consecuencia, se destruyeron los vínculos económicos internos y posteriormente el país entero. ¿Cuál es su opinión al respecto?

-No comparto esta opinión, creo que la URSS podría seguir existiendo sin sufrir apenas cambios estructurales. La excepción fueron los Países Bálticos, donde la mayor parte de la población simplemente soportaba un poder “de los invasores” y soñaba con ser independiente de Moscú.

En las demás repúblicas soviéticas en los 70 años de existencia de la URSS se llegó a formar un nuevo fenómeno histórico, el hombre soviético, que tenía sus rasgos positivos y negativos.

Sin embargo, la URSS se desintegró y para existieron razones, mejor dicho, un entramado de razones de carácter tanto objetivo como subjetivo. En mi opinión, el factor más importante que carcomió paulatinamente la integridad del Estado Soviético fue su condición extremadamente centralizada, derivada del sistema de planificación estatal de la economía.

La autonomía de las repúblicas, regiones y provincias era mínima y el centro se encargaba de tomar todas las decisiones. Por lo tanto, la situación de cada república dependía directamente de sus relaciones con Moscú y de los contactos que tenían sus autoridades en el Comité de Planificación Estatal y los ministerios.

Eso molestaba a las élites políticas locales que aspiraban a una mayor autonomía a la hora de tomar decisiones de carácter económico, político o social.

Otro factor importante que tenía en peligro constante la integridad de la Unión Soviética eran los procesos de modernización y del progreso científico-técnico que entraban en conflicto con un sistema económico arcaico basado en la planificación en vez de en los principios de mercado.

El sistema de planificación resultó ineficiente por la misma naturaleza impredecible del ser humano que puede echar a perder todos los cálculos. Por ejemplo, uno quería comprarse guantes de un color, pero al llegar a la tienda había cambiado de opinión y los quería de otro color.

Además, la planificación directiva en principio impide la introducción de tecnologías innovadoras. La humanidad ha ido aprendiendo en su experiencia que es imposible planear y preverlo todo, únicamente los mecanismos de autorregulación, que también pueden fallar en algún momento, son capaces de equilibrar de la mejor manera los intereses de los consumidores y los fabricantes.

Era evidente que los mencionados factores no tardarían en tener influencia incluso si a las autoridades locales se les concedía el mínimo de autonomía. Sin embargo, el deseo de suprimir el sistema de planificación directiva no suponía en ningún caso el deseo de acabar con la URSS.

Y entonces tomaron la palabra los pueblos de la URSS y sus líderes. Precisamente de su comportamiento, de su madurez y del nivel de su conciencia cívica dependió la evolución de los acontecimientos.

Al conceder a la población libertades, Mijaíl Gorbachov, de hecho, abrió la caja de Pandora. Si la libertad se concede a personas que no están acostumbradas a ella, no tardan en formarse ánimos separatistas y nacionalistas.

En condiciones de pluralismo político en las repúblicas enseguida aparecieron líderes que presumían de saber qué había que hacer, con quién mantener la amistad y a quién enfrentarse y qué camino seguir.

Yo personalmente lo calificaría de “chovinismo personalista”, es decir, la rebeldía de la parte contra el todo que lleva a que el inofensivo orgullo regional se transforme en una actitud altiva y desdeñosa hacia los vecinos y en general hacia los “otros”.

-En aquel momento se empezó a discutir sobre “quién mantenía a quién”…

-Es precisamente este debate una muestra de ese “chovinismo”: en las repúblicas creían que estaban enviando sus recursos a las “despensas de la Patria” y mantenían a Moscú.

Y el centro, sobre todo, durante la presidencia de Boris Yeltsin, creía todo lo contrario. Y luego el centro federal y el equipo de Yeltsin empezaron a competir mutuamente por las potestades.

En Rusia empezaron a vaciarse las tiendas, porque la gente comenzó a acumular reservas. Y en otras repúblicas, donde la población no se había cedido al pánico, la situación en las tiendas era mucho más tranquila. Como resultado surgió la ilusión, que más merecería el nombre de “locura colectiva”: la gente en las repúblicas se creyó que había que deshacerse lo antes posible de Rusia y el resto de las “hermanas” y vivir sólo en libertad y prosperidad.

Algunos contaban con la ayuda de los países vecinos a los que idealizaban: los Países Bálticos, con la ayuda de Occidente, las repúblicas del sur de la URSS, con la de Turquía e Irán.

Se suele decir que la Historia no conoce el modo condicional y resulta imposible cambiar el pasado. Sin embargo, estoy seguro de que sí que había una alternativa a la desintegración de la URSS.

El país podía y debía seguir adelante, transformándose en un país democrático y con una economía regida por los mecanismos de mercado.

De hecho, esa era la idea plasmada en el Acuerdo de creación de la Unión de Estados Soberanos (UES) que había de ser firmado por los líderes de las repúblicas soviéticas. Pero eso no pudo ocurrir porque se produjo el golpe de Estado de 1991.

Se impusieron las ambiciones de las élites políticas y la actitud demasiado confiada de la gente, su fe ingenua en que todo lo positivo del poder soviético persistiría y se implantarían además todas las ventajas de la democracia y de la economía de mercado.

Los partidarios de Boris Yeltsin entonces expusieron dos teorías bastante particulares: la “teoría de la carga” y la “teoría del arrastre”.

La primera se reducía a divagaciones del tipo “somos los más listos y los más ricos y viviremos de maravilla sin los “mantenidos”, es decir, los kirguís, los tayikos, los uzbekos, los moldavos y los ucranianos. Viviremos como en Luxemburgo.

Los cálculos que se hacían no eran correctos, porque los recursos y flujos de mercancías sólo se calculaban a favor de Rusia.

No obstante, no fue más que una quimera, porque la destrucción del organismo económico único afectó a todos y se hizo patente la necesidad de la existencia de un espacio económico más o menos extenso para que se pudieran aprovechar las economías de escala y hubiera mercados suficientemente grandes. Tanto la teoría como la práctica demostraron que se necesitaban para ello entre 280 y 300 millones de habitantes, como mínimo.

Y en cuanto a la “teoría del arrastre” o la teoría de los Estados fallidos, los consejeros del presidente Yeltsin, los extranjeros incluidos, le persuadieron de que las antiguas repúblicas soviéticas serían incapaces de salir adelante por su cuenta y “se arrastrarían” para que se las volviera a aceptar. Por lo tanto, no había que preocuparse. Ese también fue otro gran error.

Nadie esperaba que la desintegración de la URSS tuviera unas consecuencias tan dramáticas. A mí la conciencia no me pesa, avisé del peligro de las barreras arancelarias, de la imposibilidad de mantener una moneda única y de la pérdida de todas las ventajas del “socialismo real”.

Y si recordamos los primeros documentos de la CEI, nos topamos con puro idealismo: el mantenimiento de un espacio económico único, de la moneda única y demás. No salió nada.

Porque el paso en falso ya había sido dado. El gran poeta alemán Goethe dijo en cierta ocasión: “Somos libres de elegir nuestro primer paso, pero siempre somos esclavos del segundo”. Así que, me gustaría volver a subrayar que no había razones objetivas para la desintegración de la URSS.

La población en su mayoría se dejó llevar por la sensación de la libertad, Gorbachov se había convertido en una figura odiosa y Yeltsin era visto como un superhombre que llevaría al país a la felicidad… fue una actitud absolutamente infantil, la gente soñaba con reformas y separatismo. Muchos estaban seguros de que con la ayuda de algunos nuevos amigos que instalarían una “forma buena de vida”.

Y en realidad, unos empezaron a vivir peor y otros, infinitamente peor.

Y eso que la URSS ya había iniciado la transformación en un estado social pero con economía de mercado: el primer paso fue dado por Gorbachov, quien legalizó las actividades empresariales privadas.

Y el Proyecto de la creación de la Comunidad de Estados Soberanos, sometido a la consideración de las Repúblicas, sólo dejaba entre las potestades del centro federal los asuntos de la política exterior, de la emisión de la moneda nacional y el sector de la infraestructura, delegándose el resto de las potestades en las autoridades locales.

No obstante, a los “intelectuales apasionados” y a las autoridades locales les pareció poco. Como resultado, triunfó el postulado de “más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. La voluntad de esta gente fue decisiva.

-¿Qué pasos en la esfera de la economía dieron los nuevos dirigentes? ¿Qué modelos económicos probaron su eficiencia y por qué?

- Verá, nadie estaba preparado para una transformación del sistema y no se disponía de experiencia alguna. Sin embargo, con mayor o menor éxito estaba funcionando el modelo llamado de “consenso con Washington”, simple y claro.

Fue elaborado en su momento para aplicarlos en los países latinoamericanos y africanos subdesarrollados que pidieron prestado mucho dinero a los países ricos. Y los acreedores se pusieron a pensar en cómo recuperar los recursos invertidos para que no se malgastaran.

Y se tomó la decisión de llevar a cabo en aquellos países la privatización de lo que fuera posible, liberalizar al máximo la vida económica y aplicar una estricta política monetaria, es decir, contener la inflación. Entonces estaba de moda el modelo neoliberal que en la actualidad ha perdido prestigio en Occidente, pero en Rusia sigue gozando de gran popularidad.

En aquellos años, se solía decir que la economía de mercado no tenía por qué combinarse con el adjetivo “social”. Margaret Thatcher y Helmut Kolh no paraban de decir que había que acabar con el socialismo. Les parecía que la economía de sus países se veía afectada por la redistribución de los ingresos primarios entre las capas menos favorecidas, así como amplias garantías sociales y fuerte protección de los intereses de los trabajadores.

Y en un momento determinado se impuso la certeza de que para potenciales inversores no resultaba rentable invertir en un sistema económico de ese tipo. Y más valía volver al capitalismo clásico, al mercado de la época de Adam Smith.

Y los pueblos que vivían en el territorio de la antigua Unión Soviética tuvieron mala suerte, porque la transición hacia la economía de mercado empezó en el país en un momento de máximo enfrentamiento del Estado y del mercado, mejor dicho, en un momento de “demonización” del Estado.

Y a nuestros “liberales” no se les ocurrió otra cosa que igualar el poder comunista con el Estado como tal y así, en su opinión, el Estado no era más que un estorbo y una burocracia innecesaria.

Se puso de moda la frase de Ronald Reagan: “El Gobierno no puede resolver el problema, el Gobierno es el problema”.

En las condiciones reinantes en nuestro país esto era, de hecho, un llamamiento a la anarquía, a la preeminencia del más fuerte. Y así fue; la demonización del Estado desató las manos a los dirigentes: si en un país se ha formado un interés común, la obligación de las autoridades es velar por él, pero si sólo hay intereses particulares, estos se imponen por encima de todo.

Los lemas de aquella época eran: “no se puede cortar la cola al gato por partes” y “no se puede salvar un abismo en dos pasos”. Luego se empezó a hablar de darle a la gente las cañas de pescar y enseñar a usarlas. Y dije, vaya, primero estabais sacando el pescado con redes y ahora le proponéis a la gente sacar con cañas lo que sobre…

La elección común de todas las antiguas repúblicas soviética fue la transición a la economía de mercado. Por supuesto, en cada región había sus particularidades y su ritmo en las transformaciones. Rusia eligió el guión más brutal, la terapia de choque. No se tenía ninguna experiencia, pero algunas repúblicas, Moldavia y Kirguizistán, por ejemplo, guiándose por el mero sentido común, eligieron modelos de transformación paulatina.

Uzbekistán y Bielorrusia optaron por el camino pseudo-chino, con mantenimiento de un intenso control de la economía por parte del Estado. En Kazajstán y Ucrania elementos de la terapia de choque fueron combinados con una transición paulatina hacia la economía de mercado. Sin embargo, en todo el espacio post soviético, con los defectos del sistema socialista se suprimieron también sus ventajas: el sistema de educación, de sanidad, la ciencia y la cultura. Y la mayoría de los nuevos Estados independientes, en vez de encaminarse hacia el “primer mundo” empezaron a deslizarse hacia el “tercermundismo”.

-¿Cuáles son las causas de los relativos éxitos y fracasos de los nuevos Estados independientes y de las estructuras de integración surgidas en los últimos años?

-En la mayoría de los nuevos Estados desaparecieron los brotes de la democracia, la transparencia y la sociedad civil. Me gustaría subrayar, sin embargo que en todos los países a excepción de Rusia se llevó a cabo la importante misión de la creación de nuevos Estados independientes.

En Rusia todo ha sido diferente: durante la URSS había sido un gran Estado independiente, así que le tocó superar un doble golpe, el económico y el cultural y moral, la humillación por haber dejado de ser un gran imperio. Otras repúblicas estaban construyendo nuevos Estados y nosotros, lamentando la pérdida del imperio.

Si, por lo menos, esta pérdida se hubiera compensado con bienes materiales, pero ¡nada de eso! Y otra vez se puso a prueba la paciencia del pueblo ruso. Hace poco apareció la noticia de que Moscú ocupaba el primer lugar en número de multimillonarios. Eso debería ser motivo de orgullo si la clase media alcanzara los dos tercios de la población y no apenas un 20%, como en nuestro país.

Al mismo tiempo, entre 1994 y 1998 se registró un pico en la recesión económica en el espacio post soviético. Fue bastante desigual, ya que los más afectados eran Tayikistán, Georgia, Moldavia, Azerbaiyán y Ucrania, cuyo PIB se redujo, en comparación con 1991, más del 50%.

Uno de los principales motivos de la recesión era la destrucción de los vínculos económicos entre las Repúblicas. Además, la transición a la economía de mercado puso de manifiesto la existencia de muchos productores ineficientes que consumían inmensos recursos. Como resultado, en toda la CEI los procesos productivos se volvieron más primitivos, suprimiéndose los sectores de procesamiento y los que hacían uso de altas tecnologías, por no disponer de mercados de venta.

Aumentó significativamente, sin embargo, la participación en la economía de los sectores de la extracción.

A partir de finales de los 90, a medida que iba mejorando la coyuntura de los mercados mundiales de materias primas y subiendo el precio de los hidrocarburos, la situación económica en la CEI empezó a mejorar.

La adaptación paulatina a las condiciones geopolíticas y a las exigencias de la economía de mercado empezó a dar resultados: entre 2000 y 2008 los miembros de la Comunidad de Estados Independientes presentaban un estable crecimiento económico.

El espacio euroasiático postsoviético se convirtió en una de las regiones que con mayor dinamismo se desarrollan a nivel mundial. En 2006, los países de la CEI superaron los volúmenes del PIB de la Unión Soviética. Sin embargo, los ritmos de crecimiento eran bastante dispares: si Georgia, Moldavia, Uzbekistán y Ucrania nunca llegaron a alcanzar los volúmenes del PIB de 1991, Azerbaiyán consiguió duplicarlos.

El crecimiento económico de la CEI se debía exclusivamente al crecimiento de precios del combustible y de las materias primas, sin que las antiguas Repúblicas soviéticas llegaran a especializarse en nada a nivel internacional.

En general estamos en presencia de un proceso de la desindustrialización de los países de la CEI. De este modo, la independencia no pudo garantizarles a los antiguos miembros de la URSS ni desarrollo sostenible ni una mejor calidad de vida.

Para la mayoría de los Estados las últimas dos décadas supusieron su desplazamiento a la más profunda periferia de la economía mundial. Y sus pueblos que apoyaron la independencia de sus países y esperaban una vida mejor, cayeron víctimas de los cambios operados. Y los dirigentes, no obstante, viven mejor que durante el régimen soviético.

-¿Cree que se puede hacer algo al respecto?

-Hay que aprender de los errores cometidos y pensar en el futuro. Y el futuro está en las estructuras de integración regional, no en declaraciones demagógicas sino en pasos reales.

En la actualidad, todo parece indicar que está empezando a funcionar la Unión Aduanera que facilita a los países perspectivas para una verdadera integración. Y, si desde 1992 la actitud de los países de la CEI hacia Rusia se reducía a “las máximas ventajas económicas y las mínimas obligaciones políticas”, hoy en día se vislumbran posibilidades reales de integración.

Mucho sigue dependiendo de Rusia, que debería -y estoy seguro de ello –formular iniciativas para una completa modernización de la CEI, cuyos miembros carecen de un objetivo común y siguen esperando de Moscú algún gesto de ánimo y no directrices.

Sin embargo, Rusia debe obrar con sabiduría y no imponer reglas, sino crear un ambiente que propicie la realización de proyectos de mutuo provecho.

De lo contrario, se seguirá con las tendencias actuales del desarrollo por inercia, cuando algunos, por ejemplo, Rusia, Kazajstán, Azerbaiyán, Turkmenistán viven a costa de los recursos naturales y el resto simplemente sobrevive.

Sin embargo, la venta de los recursos naturales puede ser aprovechada para reanimar algo del potencial soviético científico-técnico y producir artículos para venderlos aunque sea en el espacio de la CEI.

El mercado tiene el objetivo de sacar provecho rápidamente, mientras que los proyectos a largo plazo son otra historia. Y aquí se necesitan unas actitudes completamente diferentes: el Estado tiene que ser agente del mercado y defender los intereses comunes.

Lo tenemos que asumir; es que existen algunas esferas de la vida, la sanidad, la educación, la ciencia y la cultura, que no pueden mantenerse sólo con los mecanismos de la autorregulación. Sin embargo, precisamente estas esferas son indicadores del estado social y económico de la nación.


2 comentarios:

  1. Esa gente no ha entendido nada. Sigue sin entender nada. Para empezar no tienen ni puñetera idea de economía, algo bastante paradógico en un director de un autotitulado Instituto de estudios económicos. No ha entendido que la planificación centralizada en el capitalismo está más perfeccionada de lo que pudo estar nunca en un pais socialista de aquella época debido a las nuevas tecnologías. ¿Quien planifica hasta el último detalle del que, del como, del cuando y del cuanto deben producir las empresas fabricantes de artículos de consumo (y lo que deben costar) sino Wal Mart o Carrefour o Mercadona o el Ikea? Con exactitud milimétrica, la misma con la que pueden predecir (o influir en) lo que se va a comprar o dejar de comprar. El que no sepa esto y sea doctor en economía es que es idiota, y pone muy en cuestión lo que les enseñaban a estos en las universidades de la época, dicho sea de paso. Miembro de la Academia de Ciencia ni más ni menos, y no es capaz más que dede repetir clichés de libro de Secundaria occidental sobre proyectos a largo plazo, autorregulaciones y demás perogrulladas. Nadie tiene más fe en ese tipo de simplezas, que al parecer les parecen el descubrimiento de la pólvora, que estos conversos del Este

    Del meollo de la cuestión, de que los suyos quisieran convertirse en clase dominante y con lo que sacaran a los obreros como dueños o mercenarios de estos, comprarse los dichosos guantes Louis Vuitton, ni una palabra.

    Saludos, JK

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  2. Suscribo plenamente lo dicho por anónimo. es pura basura ideólogica occidentalista, es el típico bobo y engañabobos "gorbachiano".El tío, ademas no se entera de nada.En puridad, lo que había en la URSS, era una"economía de comando ó sistema económico administrado", supeditada además a un estado de guerra permanente. Para el tío, la guerra fría y la II GM, parece que no han existido.Paul Cokshott y alin cottrell,han señalado las condiciones de una economía planificada socialista- en términos desagregados- y como esto sólo es tecnicamente posible con las nuevas tecnologías, estos mismos autores han propuesto metodos de planificación innovadores que recogen viejas ideas de la planificación soviética (Kantorovich, strumilin).En suma, este tio es un tonto muy tonto que no sabe ni del "capitalismo real" ni menos aún de planificación económica. Es otro "clown" liberal más.

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