jueves, 9 de junio de 2011

Los niños del lejano Norte soviético


De 1920 a 1940, las escuelas ambulantes del Lejano Norte soviético se desplazaban con los nómadas y sus hatos de renos. En los diez años siguientes fueron reemplazadas por escuelas fijas. Antes de la revolución no había un solo establecimiento de enseñanza en aquellas heladas extensiones.

Un artículo de YURI RITJEU, autor muy conocido en la Unión Soviética, nacido en una familia nómada chukche que vivía de la pesca y la caza en las costas del estrecho de Behring, en la península de Chukotka. Sus libros sobre el Lejano Norte soviético han sido traducidos del chukche al ruso y a muchas lenguas nacionales de la U.R.S.S. y se han publicado en 20 idiomas extranjeros.

Estos bárbaros comunistas...

Los niños del lejano Norte soviético

El Ártico cientos de miles de kilómetros de tundra y taiga, ríos y lagos helados durante todo el año, tierra de largas noches polares, clima severísimo y condiciones de vida imposibles es el hogar de los «pequeños pueblos» del Norte: esquimales, chukches y koriakos, nentsis, evenkos, jantis, mansis, itelmenes, yukaguires, selkupes, ketes, lapones, aleutes, indios canadienses, y otras muchas tribus, que viven principalmente en las orillas del Océano Ártico.

Las heladas aguas de éste abrazan las costas de la URSS, Canadá, los Estados Unidos de América, Noruega, Groenlandia e Islandia. Los cazadores, pescadores y criadores de renos que han vivido en esas costas inhóspitas o cerca de ellas durante siglos interminables lucharon día o día con mayor o menor eficacia contra la naturaleza cruel.

Al igual que los demás pequeños pueblos, los del Ártico se encontraron a principios de este siglo en una situación paradójica. Por un lado, pasaron a ser objeto de un vivo interés, y sus costumbres eran estudiadas por sociedades científicas, estudiosos e incluso profanos interesados por todo lo exótico. Pero, por otro, no eran muchos quienes se inquietaban seriamente por su futuro, por el hecho de que esos antiguos pueblos, con su modo de vida patriarcal, estaban siendo penetrados por la economía mundial, pero sin estar preparados para ello.

No les amenazaba la asimilación sino la extinción. Por ejemplo, los yukaguires, antaño tan numerosos, cuyas antiguas leyendas contaban que el resplandor de sus hogueras hacía palidecer la aurora boreal, agonizaban lentamente: en 1917 quedaban apenas unos 300.

A fines del siglo pasado, el alcohol, varias enfermedades llevadas por los blancos y contra los cuales no estaba inmunizada la población ártica, la explotación cruel y el saqueo perpetrados por implacables mercaderes y gobiernos indiferentes, habían arruinado para siempre, espiritual y materialmente, a muchos de los pequeños pueblos del Norte. El gran explorador noruego Road Amunsen, que los conocía bien, escribió en uno de sus libros: «El mejor deseo que puedo formular para nuestros amigos los esquimales netchilis es que la civilización se olvide de ellos.»

A principios de este siglo, los pequeños pueblos del Ártico vivían todavía en régimen tribal, y en algunos aspectos siguen todavía sometidos a él. En el decenio de 1920-1930, cuando los primeros maestros rusos llegaron a la taiga y la tundra siberianas, las tribus nómadas locales no habían oído hablar nunca de escuelas.

Las palabras «escuela» y «aprender» no existían en sus idiomas. Los chukches, por ejemplo, empleaban la palabra «descubrir» por «aprender » y «mirar motas» por «leer». Para ellos la instrucción no aparecía como una cosa necesaria.

Otro tremendo obstáculo para la escolarízación consistía en que los idiomas de esos pequeños pueblos eran primitivos en muchos sentidos y en que la inmensa mayoría de la población del Ártico carecía de lengua escrita.

Disponían de muchas palabras para describir su ambiente natural y sus ocupaciones, pero a la vez no eran muchas las que expresaban los conceptos menos habituales para ellos. Carecían de palabras para referirse a los diversos recursos minerales, a los cultivos y aperos agrícolas o a los conceptos abstractos.

Encontramos un ejemplo Interesante de su incapacidad para aceptar las ideas generales en las memorias de un maestro ruso, Píotr Skorik, que en 1928 fue a enseñar al lejano Wellen, en el cabo Deshnev, en el extremo oriental de Siberia:

«Recuerdo una lección de aritmética que había preparado muy concienzudamente. Había escogido ejemplos locales para que resultara interesante a mis alumnos. Empecé diciendo:

- Un cazador mata cinco focas y otro tres. ¿Cuántas han matado entre los dos?

De todas partes volaron hacia mí las preguntas:

- ¿Cuándo mataron esas focas?

- Ayer, contesté sin pensar.

- Ayer no fue nadie a cazar porque hacía mal tiempo.

-¿Quién mató las cinco focas?

-Lenle, dije, lanzando el primer nombre que me pasó por la cabeza.

Hubo una larga carcajada contagiosa, e involuntariamente yo también me eché a reír. Lenle era probablemente el cazador con menos suerte de todo el campamento.»

El aislamiento geográfico es otro factor adverso. Los pueblos nórdicos solían vivir en pequeños grupos, a decenas o cientos de kilómetros de distancia; a menudo emigraban de un lado a otro en busca de animales y de pastos más fértiles para sus hatos.

De ahí que resultara muy difícil llegar en la práctica a la igualdad de oportunidades (que oficialmente había quedado proclamada en la Constitución de la Federación Rusa de 1918) en el Extremo Norte, en donde la naturaleza ha sido tan poco pródiga que ni siquiera ciertas especies de animales logran subsistir.

En 1920 se constituyó una Comisión de Asistencia a los Pueblos del Norte, que desempeñó un importante papel en lo tocante a promover la economía y la cultura de los pequeños pueblos del Ártico. Hacía 1930 se crearon sectores nacionales en toda la tundra y la taiga siberianas con objeto de movilizar a la población local para que participara en la administración pública. Así pues, el modo de abordar el problema del desarrollo de la educación en las regiones septentrionales fue forzosamente global: los paliativos, las medidas parciales no podían resolver el problema.

Esta concepción se basaba en el propósito de conservar las tradiciones nacionales, favorecerlas y enriquecerlas. Se dieron cartas de recomendación a los jóvenes del Lejano Norte que iban a estudiar a escuelas del centro de Rusia. En agosto de 1926, Tevlianto, chukche de Anadyr -que más tarde había de ser el primer representante de los chukches en el Parlamento soviético- recibió la siguiente carta de presentación:

«A propuesta del Comité Revolucionario Regional de Kamchatka el portador de esta carta, Tevlianto, chukche de Anadyr, ha sido enviado a estudiar a la Rusia Soviética.

«Tevlianto ha pasado toda su vida en la áspera e inhospitalaria tundra, en unas condiciones que sólo existen en el Norte polar. Las tierras que va a visitar no se parecen en nada a Anadyr. El Comité Revolucionario teme que, al no conocer el idioma ruso y las costumbres locales, tropiece con dificultades que no sabrá solventar. Además de su particular conformación psicológica, su vulnerabilidad, su excesiva impresionabilidad, etc., pueden agravar aun más las cosas para él.

«Pedimos a todas las personas que le traten que presten a Tevlianto la máxima ayuda posible. Se la merece porque, aun no sabiendo leer ni escribir, es uno de los jóvenes chukches mejor dotados y más inquietos de toda esta región. Tevlianto lleva dentro muchas cosas que una escuela rusa puede sacar a la superficie y que le ayudarán a contribuir al progreso de su pueblo.»

En el decenio de 1920-1930 el Instituto de los Pueblos del Norte, de Leningrado, se convirtió en el centro principal de enseñanza. En 1925 se matricularon en él los 19 primeros alumnos (que pertenecían a 11 nacionalidades septentrionales distintas). Para 1930 tenía ya 195 alumnos (entre ellos 50 muchachas). Como es lógico, esos alumnos recibían subsidios estatales.

Con la ayuda de sus colegas rusos, los primeros estudiantes procedentes del Lejano Norte prepararon un alfabeto para su lengua a fin de poder escribir en ella. Hacía 1930 existían ya en todo el Lejano Norte soviético las llamadas «bases culturales», que contribuyeron a transformar la economía y el modo de vida de la población. Cada base o centro cultural contaba con un internado, una factoría, un hospital, una panadería, un taller de reparaciones para la flotilla pesquera, y equipos móviles de médicos y veterinarios.

Las «bases» se convirtieron en un punto de confluencia entre lo antiguo y lo moderno, entre las ancestrales tradiciones y las innovaciones materiales, sociales y espirituales introducidas por el nuevo modo de vida. En esos centros culturales los habitantes locales aprendieron a conocer la vida moderna. Descubrieron cosas insólitas y nuevas ideas, y sus hijos aprendieron a leer y a escribir.

Yo era uno de ellos. De niño, cuando salía de mi yaranga para ir a la escuela por las mañanas era como si realizara un viaje en un vehículo intemporal rumbo al futuro. Por la tarde, al volver a casa, recorría hacia atrás miles de años. Me sentaba sobre una piel de foca con mis libros para hacer los deberes, mientras mis familiares contemplaban un trozo de piel sumergido en una cazuela llena de agua de mar con objeto de adivinar las corrientes en la bahía, predecir la llegada de focas a los bajíos y otros muchos acontecimientos. Murmuraban sus invocaciones y su voz se fundía con la mía, mientras yo recitaba un poema de memoria. Y dejando por un minuto mi libro, tenía que inclinar la cabeza para que mis padres me ungieran la frente con la sangre de un sacrificio...

En 1930 se introdujo la enseñanza primaria obligatoria en los distritos y zonas nacionales del Norte. Las «escuelas itinerantes» destinadas a los hijos de los criadores de renos nómadas dieron instrucción primaria a miles de niños. El número de escuelas pasó de 123 en 1930 a más de 500 en 1936.

Hacia 1940 se publicó una serie casi completa de libros de texto en la lengua vernácula de los diversos pueblos árticos para el primero y el segundo año escolares y algunos textos para el tercero y el cuarto, así como complementos metodológicos y literatura infantil para la lectura fuera de la escuela. Al mismo tiempo aparecieron unos 60 títulos sobre distintos temas en idioma vernáculo. Actualmente todos los tipos básicos de escuelas que constituyen el sistema soviético de educación enseñanza primaria, de ocho años y secundaria (diez años de escolaridad) existen ya en todos los distritos y zonas nacionales del Lejano Norte soviético.

Las condiciones imperantes en el Norte aconsejan la creación de internados y de guarderías. En el curso académico de 1967-68 había 523 escuelas en las zonas nacionales, con una población escolar de 90.000 alumnos (entre ellos 23.000 niños de las «pequeñas nacionalidades»). También había más de 100 escuelas de música para niños, 21 escuelas artísticas y 34 centros especializados de enseñanza secundaria (general, música, teatro y coreografía) en el Norte de la Unión Soviética.

Cabe señalar también que los habitantes de esas regiones no tienen que gastar ni un céntimo en la instrucción de sus hijos. El Estado se hace cargo de ellos desde el día mismo de su nacimiento. Hay guarderías infantiles mantenidas por el Estado, y más tarde pasan a jardines de la infancia e internados escolares en donde reciben alimentación, ropa y libros de texto; en la época de las vacaciones viajan gratuitamente a la casa de sus padres.

El plan de estudios de la enseñanza secundaria es el mismo en el Lejano Norte y en las escuelas de cualquier otro punto de la Unión Soviética. En las fases iniciales de la enseñanza primaria se les enseña en el idioma vernáculo, por lo que los niños chukches, esquimales, nenetes, mansis, etc. aprenden a leer y a escribir en su propia lengua. En los últimos años de la enseñanza primaria aprenden además el ruso.

Estos conocimientos básicos en su propia lengua ayudan al alumno a dominar la aritmética, la lectura y la escritura y, por ende, el ruso hablado y escrito que necesitará en la enseñanza secundaria para el estudio sistemático de los rudimentos de las ciencias. Debido al anterior atraso histórico de los pueblos del septentrión, el ruso resulta especialmente importante para ellos ya que les abre la puerta de la cultura y del saber.

Yo he aprendido esto por experiencia personal. El hecho de familiarizarnos con las mejores obras de la literatura rusa nos hizo un. bien inmenso. En aquel tiempo considerábamos incluso los libros de autores extranjeros como parte integrante de la cultura rusa porque teníamos acceso a ellos a través del ruso.

El ruso ha influido sobremanera en las lenguas de las «pequeñas nacionalidades» soviéticas. Estos pueblos han conservado su forma figurativa de expresarse, su sistema fonético y su vocabulario básico, pero poniendo en todo ello un nuevo contenido.

El moderno desarrollo del Norte ha creado la necesidad de contar con profesionales en las más diversas especialidades personal de dirección, ingenieros de minas, médicos , y los jóvenes de los «pequeños pueblos« del Norte de la Unión Soviética se afanan por adquirir los muchos conocimientos profesionales que exige su economía en rápida expansión.

El gobierno les ayuda de todos los modos posibles. Se da prioridad a quienes proceden de las pequeñas nacionalidades del Norte en la admisión a todos los centros de enseñanza del país, por lo que no resulta sorprendente que sea muy alto entre ellos el porcentaje de quienes han recibido una formación especializada.

La experiencia acumulada en la Unión Soviética en lo tocante a establecer la igualdad de oportunidades de educación para los pueblos antaño atrasados que viven en duras condiciones climáticas no puede por menos de revestir, a mi juicio, un gran interés para muchos países.

Ahora bien, las condiciones que motivaron el anterior atraso económico y cultural de los pueblos septentrionales (economía primitiva, aislamiento geográfico, etc.) no son privativas del Ártico glacial.

2 comentarios:

  1. Prefiero no imaginarme qué va a ser (o qué ha sido) de estos grupos étnicos una vez que se ha esfumado la protección estatal.

    ResponderEliminar
  2. Yo tampoco lo sé, pero nos lo imaginamos.

    ResponderEliminar