domingo, 11 de septiembre de 2011

La teoría moderna de la colonización


Karl Marx

La economía política procura, por principio, mantener en pie la más agradable de las confusiones entre la propiedad privada que se funda en el trabajo personal y la propiedad privada capitalista diametralmente contrapuesta , que se funda en el aniquilamiento de la primera. En el occidente de Europa, patria de la economía política, el proceso de la acumulación originaria se ha consumado en mayor o menor medida. En esta región, o el modo capitalista de producción ha sometido directamente la producción nacional en su totalidad, o, allí donde las condiciones aún no están desarrolladas, por lo menos controla indirectamente las capas sociales que siguen vegetando a su lado, capas degenerescentes que corresponden al modo de producción anticuado. El economista aplica a este mundo acabado del capital las nociones jurídicas y de propiedad vigentes en el mundo precapitalista, y lo hace con un celo tanto más ansioso y con tanta mayor unción, cuanto más duro es el choque entre su ideología y los hechos. No ocurre lo mismo en las colonias. El modo capitalista de producción y de apropiación tropieza allí, en todas partes, con el obstáculo que representa la propiedad obtenida a fuerza de trabajo por su propio dueño, con el obstáculo del productor que, en cuanto poseedor de sus propias condiciones de trabajo, se enriquece a sí mismo en vez de enriquecer al capitalista. La contradicción entre estos dos modos de producción y de apropiación, diametralmente contrapuestos, existe aquí de manera práctica e. Allí donde el capitalista tiene guardadas sus espaldas por el poder de la metrópoli, procura quitar de en medio, por la violencia, el modo de producción y de apropiación fundado en el trabajo personal. El mismo interés que en la metrópoli empuja al sicofante del capital, al economista, a explicar teóricamente el modo de producción capitalista por su contrario, ese mismo interés lo impulsa aquí "to make a clean breast of it" [a sincerarse], a proclamar sin tapujos la antítesis entre ambos modos de producción. A tal efecto, pasa a demostrar cómo el desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo, la cooperación, la división del trabajo, la aplicación de la maquinaria en gran escala, etcétera, son imposibles sin la expropiación de los trabajadores y la consiguiente transformación de sus medios de producción en capital. En interés de la llamada riqueza nacional, se lanza a la búsqueda de medios artificiales que establezcan la pobreza popular. Su coraza apologética se desmigaja aquí como yesca echada a perder.

El gran mérito de Edward Gibbon Wakefield no es el de haber descubierto algo nuevo acerca de las colonias, sino el de haber descubierto en las colonias la verdad acerca de las relaciones capitalistas de la metrópoli. Así como el sistema proteccionista, en sus orígenes, pugnaba por la fabricación de capitalistas en la metrópoli, la teoría de la colonización expuesta por Wakefield y que Inglaterra durante cierto tiempo procuró aplicar legislativamente aspiraba a la fabricación de asalariados en las colonias. A esto lo denomina Wakefield "systematic colonization" (colonización sistemática).

En primer término, Wakefield descubrió en las colonias que la propiedad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros medios de producción no confieren a un hombre la condición de capitalista si le falta el complemento: el asalariado, el otro hombre forzado a venderse voluntariamente a sí mismo. Descubrió que el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas mediada por cosas. El señor Peel nos relata Wakefield en tono lastimero llevó consigo de Inglaterra al río Swan, en Nueva Holanda, medios de subsistencia y de producción por un importe de [sterling] 50.000. El señor Peel era tan previsor que trasladó además 3.000 personas pertenecientes a la clase obrera: hombres, mujeres y niños. Una vez que hubieron arribado al lugar de destino, sin embargo, "el señor Peel se quedó sin un sirviente que le tendiera la cama o que le trajera agua del río". Infortunado señor Peel, que todo lo había previsto, menos la exportación de las relaciones de producción inglesas al río Swan!

Para que se comprendan los siguientes descubrimientos de Wakefield, formulemos dos observaciones previas. Como es sabido, los medios de producción y de subsistencia, en cuanto propiedad del productor directo, no son capital. Sólo se convierten en capital cuando están sometidos a condiciones bajo las cuales sirven, a la vez, como medios de explotación y de sojuzgamiento del obrero. Pero en la cabeza del economista, el alma capitalista de esos medios está tan íntimamente compenetrada con su sustancia material, que en todos los casos los bautiza con el nombre de capital, incluso cuando son exactamente lo opuesto. Ocurre así con Wakefield. Y además: a la fragmentación de los medios de producción, en cuanto propiedad individual de muchos trabajadores recíprocamente independientes que trabajan por su cuenta, Wakefield la denomina división igual del capital. Al economista le ocurre lo mismo que al jurista feudal. Este también adhería sus rótulos jurídicos feudales a relaciones puramente dinerarias.

"Si el capital", dice Wakefield, "estuviera distribuido en porciones iguales entre todos los miembros de la sociedad [...], a nadie le interesaría acumular más capital que el que pudiese emplear con sus propios brazos. Es este el caso, hasta cierto punto, en las nuevas colonias norteamericanas, donde la pasión por la propiedad de la tierra impide la existencia de una clase de trabajadores asalariados". Por tanto, mientras el trabajador puede acumular para sí mismo y lo puede hacer mientras sigue siendo propietario de sus medios de producción , la acumulación capitalista y el modo capitalista de producción son imposibles. No existe la clase de los asalariados, indispensable para ello. ¿Cómo, entonces, se llevó a cabo en la vieja Europa la expropiación del trabajador, al que se privó de sus condiciones de trabajo, y por tanto la creación del capital y el trabajo asalariado? Mediante un contrato social de tipo absolutamente inédito.

"La humanidad... adoptó un sencillo método para promover la acumulación del capital", misión que, naturalmente, desde los tiempos de Adán espejeaba en la imaginación de los hombres como fin último y único de su existencia: "se dividió en propietarios de capital y propietarios de trabajo... Esta división fue el resultado de un concierto y combinación voluntarios". En una palabra: la masa de la humanidad se expropió a sí misma para mayor gloria de la "acumulación del capital". Ahora bien, habría que creer que el instinto de este fanático renunciamiento de sí mismo debería manifestarse sin trabas especialmente en las colonias, pues sólo en éstas existen hombres y circunstancias que podrían transferir un contrat social del reino de los sueños al de la realidad. ¿Pero para qué, entonces, la "colonización sistemática", antitéticamente contrapuesta a la espontánea y natural? Pero, pero, pero: "En los estados septentrionales de la Unión norteamericana es dudoso que una décima parte de la población pertenezca a la categoría de los asalariados... En Inglaterra... la gran masa del pueblo está compuesta de asalariados". El impulso autoexpropiador de la humanidad laboriosa, en efecto, para mayor gloria del capital, tiene una existencia tan tenue que la esclavitud, según el propio Wakefield, es el único fundamento natural de la riqueza colonial. La colonización sistemática de Wakefield es un mero pis aller [paliativo], ya que tiene que vérselas con hombres libres, no con esclavos. "Sin esclavitud, en las colonias españolas el capital habría sucumbido o, por lo menos, se habría contraído, reduciéndose a las pequeñas cantidades que cualquier individuo puede emplear con sus propios brazos. Esto ocurrió efectivamente en la última colonia fundada por los ingleses, donde un gran capital en simientes, ganado e instrumentos pereció por falta de asalariados, y donde ningún colono posee más capital que el que puede emplear con sus propios brazos".

La expropiación de la masa del pueblo despojada de la tierra, como vemos, constituye el fundamento del modo capitalista de producción. La esencia de una colonia libre consiste, a la inversa, en que la mayor parte del suelo es todavía propiedad del pueblo, y por tanto en que cada colono puede convertir una parte de la misma en su propiedad privada y en medio individual de producción, sin impedir con ello que los colonos posteriores efectúen la misma operación. Este es el secreto tanto de la prosperidad de las colonias como del cáncer que las roe: su resistencia a la radicación del capital. "Donde la tierra es muy barata y todos los hombres son libres; donde cualquiera que lo desee puede obtener para sí mismo un pedazo de tierra, no sólo el trabajo es muy caro en lo que respecta a la parte que de su propio producto toca al trabajador, sino que lo difícil es obtener trabajo combinado, a cualquier precio que sea".

Como en las colonias no se da aún la escisión entre el trabajador y sus condiciones de trabajo, entre aquél y la raíz de éstas, la tierra, o como sólo se da esporádicamente o sólo dispone de un campo de acción restringido, tampoco existe aún el divorcio entre la agricultura y la industria ni se ha aniquilado todavía la industria doméstica rural; ¿de dónde, entonces, habría de surgir el mercado interno para el capital? "Ninguna parte de la población de Norteamérica es exclusivamente agrícola, a excepción de los esclavos y sus dueños, que combinan el capital y el trabajo para efectuar grandes obras. Los norteamericanos libres, que cultivan el suelo por sí mismos, se dedican al mismo tiempo a otras muchas ocupaciones. Comúnmente ellos mismos producen una parte del mobiliario y del instrumental que utilizan. Suelen construir sus propias casas y llevan los productos de su propia industria al mercado, por distante que esté. Son hilanderos y tejedores, fabrican jabón y velas, hacen los zapatos y vestidos para su uso personal. En Norteamérica la agricultura constituye, a menudo, la actividad accesoria del herrero, del molinero o el tendero". Entre individuos tan estrafalarios, ¿dónde queda campo para el "renunciamiento" del capitalista?

La gran belleza de la producción capitalista no sólo estriba en que reproduce constantemente al asalariado como asalariado, sino en que, proporcionalmente a la acumulación del capital, produce siempre una sobrepoblación relativa de asalariados. De esta suerte se mantiene en sus debidos carriles la ley de la oferta y la demanda de trabajo, la oscilación de los salarios queda confinada dentro de límites adecuados a la explotación capitalista y, finalmente, se afianza la tan imprescindible dependencia social del trabajador respecto del capitalista, relación de dependencia absoluta que el economista, en su casa, en la metrópoli, puede transformar falaz y tartajosamente en relación contractual libre establecida entre comprador y vendedor, entre dos poseedores de mercancías igualmente autónomos: el poseedor de la mercancía capital y el de la mercancía trabajo. Pero en las colonias esa bella fantasmagoría se hace pedazos. La población absoluta crece aquí mucho más rápidamente que en la metrópoli, puesto que muchos trabajadores hacen su aparición ya maduros, y sin embargo el mercado de trabajo está siempre insuficientemente abastecido. La ley de la oferta y la demanda de trabajo se desmorona. Por un lado, el viejo mundo introduce constantemente capital afanoso de explotación, ávido de renunciamiento; por otra parte, la reproducción regular de los asalariados como asalariados tropieza con los obstáculos más desconsiderados y, en parte, insuperables. Y no hablemos de la producción de asalariados supernumerarios, proporcional a la acumulación del capital! De la noche a la mañana, el asalariado se convierte en campesino o artesano independiente, que trabaja por su propia cuenta. Desaparece del mercado de trabajo... pero no para reaparecer en el workhouse. Esta transformación constante de los asalariados en productores independientes que en vez de trabajar para el capital lo hacen para sí mismos, y que en vez de enriquecer al señor capitalista se enriquecen ellos, repercute a su vez de manera tremendamente perjudicial en la situación del mercado de trabajo. No sólo el grado de explotación del asalariado se mantiene indecorosamente exiguo, sino que éste, por añadidura, con la relación de dependencia pierde también el sentimiento de dependencia respecto al capitalista cultor del renunciamiento. De ahí surgen todos los males que nuestro Wakefield describe tan gallardamente, con tanta elocuencia y de manera tan conmovedora.

La oferta de trabajo, deplora Wakefield, no es ni constante, ni regular, ni suficiente. "Es siempre no sólo reducida, sino además insegura". "Aunque el producto a dividir entre el obrero y el capitalista sea grande, el obrero se apropia de una parte tan considerable que pronto se convierte en capitalista... Pocos, en cambio, aunque alcancen a una edad inusualmente avanzada, pueden acumular grandes masas de riqueza". Los obreros, sencillamente, no toleran que el capitalista renuncie a pagarles la mayor parte de su trabajo. De nada le sirve a éste ser muy astuto e importar de Europa, con su propio capital, también sus propios asalariados. "Pronto dejan [...] de ser asalariados, se [...] transforman en campesinos independientes, e incluso en competidores de sus ex patrones en el mercado mismo de trabajo asalariado". Imagínese usted, qué atrocidad! El honesto capitalista ha importado él mismo de Europa, con su propio dinero contante y sonante, a sus propios competidores, y en persona! Pero es el acabose! Nada tiene de extraño que Wakefield se queje de que entre los asalariados de las colonias falte la relación de dependencia y el sentido de dependencia. "Debido al alto nivel de los salarios", dice su discípulo Merivale, "en las colonias existe un deseo apasionado de trabajo más barato y servicial, de una clase a la que el capitalista pueda dictarle las condiciones, en vez de tener que aceptar las que ella le dicta... En países civilizados desde antiguo, el obrero, aunque libre, depende del capitalista por una ley de la naturaleza; en las colonias debe crearse esa dependencia por medio de recursos artificiales".

Ahora bien, ¿cuál es el resultado del sistema, imperante en las colonias, conforme al cual la propiedad privada se funda en el trabajo propio, y no en la explotación de trabajo ajeno? Un "sistema barbarizante de dispersión de los productores y del patrimonio nacional". La dispersión de los medios de producción entre innumerables productores que se apropian de los mismos y trabajan con ellos aniquila, con la concentración capitalista, el fundamento capitalista de todo trabajo combinado. Toda empresa capitalista de gran envergadura que se extienda a lo largo de varios años y requiera desembolsos de mucho capital fijo, se vuelve problemática. En Europa el capital no vacila ni un instante, pues la clase obrera constituye su accesorio vivo, siempre en abundancia, siempre disponible. Pero en los países coloniales! Wakefield relata una anécdota extremadamente desgarradora. Ese autor conversó con algunos capitalistas de Canadá y del estado de Nueva York, donde, además, las oleadas inmigratorias a menudo se detienen y depositan un sedimento de obreros "supernumerarios". "Nuestro capital", gime uno de los personajes del melodrama, "nuestro capital ya estaba pronto para efectuar muchas operaciones que requieren un lapso considerable para su consumación; ¿pero podíamos emprender tales operaciones con obreros que, bien lo sabíamos, pronto nos volverían las espaldas? Si hubiéramos estado seguros de poder retener el trabajo de esos inmigrantes, los habríamos contratado de inmediato, gustosamente y a un precio elevado. E incluso los habríamos contratado, pese a la seguridad de su pérdida, si hubiéramos estado seguros de contar con nuevos refuerzos a medida que los necesitáramos".

Después de cotejar, ostentosamente, la agricultura capitalista inglesa y su trabajo "combinado" con la dispersa agricultura campesina norteamericana, Wakefield nos deja ver también, en un desliz, el reverso de la medalla. Describe el bienestar, la independencia, el espíritu emprendedor y la relativa cultura de la masa del pueblo norteamericano, mientras que "el obrero agrícola inglés es un miserable zaparrastroso (a miserable wretch), un indigente... ¿En qué país, excepto Norteamérica y algunas colonias nuevas, los jornales del trabajador libre empleado en la agricultura superan de manera digna de mención lo que se necesita para que el obrero adquiera los medios de subsistencia más indispensables?... Sin duda alguna, a los caballos de tiro por ser una propiedad valiosa se los alimenta en Inglaterra mucho mejor que al jornalero agrícola". Pero never mind [no importa]: una vez más, la riqueza nacional es idéntica, por su propia naturaleza, a la miseria popular.

¿Cómo curar, entonces, el cáncer anticapitalista de las colonias? Si se quisiera transformar de un solo golpe toda la tierra que hoy es propiedad del pueblo en propiedad privada, se destruiría la raíz del mal, ciertamente, pero también... la colonia. Las reglas del arte exigen que se maten dos pájaros de un tiro. Asígnese a la tierra virgen, por decreto gubernamental, un precio independiente de la ley de la oferta y la demanda, un precio artificial que obligue al inmigrante a trabajar por salario durante un período más prolongado, antes que pueda ganar el dinero suficiente para adquirir tierra y transformarse en campesino independiente. El fondo resultante de la venta de terrenos a un precio relativamente prohibitivo para el asalariado, ese fondo de dinero esquilmado del salario, pues, mediante la violación de la sagrada ley de la oferta y la demanda, inviértalo el gobierno, a su vez, a medida que aumente, en importar pobres diablos de Europa a las colonias y mantener lleno así, para el señor capitalista, su mercado de trabajo asalariado. Bajo estas circunstancias tout sera pour le mieux dans le meilleur des mondes possibles. Este es el gran secreto de la "colonización sistemática". "Si se aplica este plan", exclama triunfante Wakefield, "la oferta de trabajo tendrá que ser constante y regular; primero, porque como ningún obrero puede obtener tierra antes de haber trabajado por dinero, todos los obreros inmigrantes, al trabajar combinadamente por un salario, producen capital a su patrón para el empleo de más trabajo, en segundo lugar, porque todo el que colgara los hábitos de asalariado y se convirtiera en propietario de tierras, precisamente al comprarlas aseguraría la existencia de un fondo destinado a transportar nuevos trabajadores a las colonias". El precio de la tierra impuesto por el estado, naturalmente, tiene que ser "suficiente" (sufficient price), esto es, tan alto "que impida a los obreros convertirse en campesinos independientes hasta que otros estén allí para llenar su lugar en el mercado de trabajo asalariado". Este "precio suficiente de la tierra" no es otra cosa que un circunloquio eufemístico con el que se describe el rescate pagado al capitalista por el obrero para que aquél lo autorice a retirarse del mercado de trabajo asalariado y a establecerse en el campo. Primero tiene que crear "capital" para el señor capitalista, de modo que el último pueda explotar más obreros, y luego poner en el mercado de trabajo un "sustituto" que el gobierno, a expensas del obrero independizado, habrá de expedir a través de los océanos a su antiguo señor capitalista.

Es extremadamente característico que el gobierno inglés haya aplicado durante años ese método de "acumulación originaria", recetado expresamente por el señor Wakefield para su uso en los países coloniales. El fracaso, por supuesto, fue tan ignominioso como el de la ley bancaria de Peel. La corriente emigratoria, simplemente, se desvió de las colonias inglesas hacia Estados Unidos. Entretanto, los progresos de la producción capitalista en Europa, sumados a la creciente presión del gobierno, hicieron superflua la receta de Wakefield. La caudalosa y continua correntada humana que año tras año fluye hacia Norteamérica, en parte deposita sedimentos estacionarios en el Este de Estados Unidos; en parte, la ola emigratoria procedente de Europa arroja hombres allí, en el mercado de trabajo, más rápidamente de lo que puede barrerlos la ola emigratoria que los empuja hacia el Far West. La producción capitalista, pues, prospera en los estados del Este, aunque la baja de salarios y la dependencia del asalariado disten todavía de haber alcanzado los niveles normales en Europa. El desvergonzado despilfarro de tierras vírgenes coloniales regaladas por el gobierno inglés a aristócratas y capitalistas y tan enérgicamente censurado por Wakefield, ha generado, particularmente en Australia, una "sobrepoblación obrera relativa" de suficiente volumen, resultado al que han contribuido también la corriente humana atraída por los diggins [yacimientos auríferos] y la competencia que la importación de mercancías inglesas significa hasta para el más pequeño de los artesanos; de ahí que casi cada vapor correo traiga la desalentadora noticia de que el mercado laboral australiano está abarrotado "glut of the Australian labour-market" , y de ahí, también, que en algunos lugares de Australia la prostitución florezca con tanta lozanía como en el Haymarket londinense.

Sin embargo, no nos concierne aquí la situación de las colonias. Lo único que nos interesa es el secreto que la economía política del Viejo Mundo descubre en el Nuevo y proclama en alta voz: el modo capitalista de producción y de acumulación, y por ende también la propiedad privada capitalista, presuponen el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador. Se trata aquí de verdaderas colonias, de tierras vírgenes colonizadas por inmigrantes libres. Estados Unidos sigue siendo aún, hablando en términos económicos, una colonia de Europa. Por lo demás, también pertenecen a esta categoría esas antiguas plantaciones en que la abolición de la esclavitud ha trastocado totalmente la situación.

2 comentarios:

  1. La historia del señor Peel y, mediante ella, la explicación de cosas tan fundamentales como la injusta y sangrienta expropiación original de la que parte el capitalismo y la anatomía de todo colonialismo. Uno de los pasajes más apasionantes y más importantes de Marx, sin duda.

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  2. Marx era un buen escritor, a veces esa faceta suya se deja en un segundo plano por la importancia del contenido, pero menuda ironía que empleaba en sus críticas y con qué fuerza plasmaba sus ideas.

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