Artículo de Isaac Rosa. Diario Público.
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Desde el gobierno madrileño hasta el último tertuliano radiofónico, todos coincidieron ayer en denunciar que los madrileños hemos sido tomados como rehenes durante la huelga en el Metro. Estoy de acuerdo: no había más que darse una vuelta ayer por las atestadas paradas de autobús, las calles y los bares, o atender a quienes opinaban en radios y foros de Internet, para comprender el secuestro que sufren muchos trabajadores.
No me refiero al hecho de que tuvieran que apretarse en los autobuses, chupar atascos y llegar tarde. Hablo de otro tipo de secuestro: el ideológico, ése por el que millones de trabajadores han sido abducidos, desclasados, desprovistos de todo residuo de conciencia de clase y arrojados desnudos a la calle, donde sólo les queda quejarse, sentirse atacados en sus derechos, y llamar privilegiados a los conductores de metro, insolidarios a los huelguistas y chupópteros a los sindicatos.
En cada huelga, los afectados dejan de ser trabajadores para convertirse en usuarios, consumidores, clientes o viajeros, y sólo se recuerda su condición de asalariados para denunciar el problema que les supondrá llegar tarde a su empresa –me gustaría saber cuántos fueron despedidos o sancionados al llegar tarde por una causa de fuerza mayor como ésta-. Una organización de consumidores OCU, pidió que prevalezca “el derecho de los usuarios a la utilización del transporte público”; un derecho que por más que busco no encuentro en la Constitución –donde si está el derecho a la huelga-.
Es ese secuestro mental, y no los abusivos servicios mínimos ni la precariedad generalizada, el principal obstáculo para que una huelga general pueda tener éxito hoy –aparte de la división sindical, como se vio ayer en Euskadi-.
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