Tamer
Sarkis Fernández
para
DIARIO UNIDAD/REVISTA PENSAMIENTO DEL SUR
1. Más allá de la casta: hallazgo del ser social común de clases
explotadas y de pueblo oprimido
La revolución en curso en India, de entrada, demuestra la falacia
profesada por la Sociología y Antropología burguesas cuando “clasifican” a las
sociedades según una tipología que las divide en “sociedades segmentarias”,
“sociedades de estamento”, “sociedades de casta”, “sociedades de clase”,
“sociedades de jefatura”, etc. Parece, miradas las cosas desde este supuesto
conocimiento científico, que la división en clases fuera una opción particular
más entre otras de que las sociedades humanas “se habrían dotado”. O parece
como si unos y otros tipos divisorios se correspondiesen con “derivas
culturales” que unos u otros grupos humanos hubieran tomado, siendo todas por
igual formas de posicionar a los individuos -de retenerlos en una
posición/funciones-, e incorporando, estos individuos, los mecanismos que
reproducen dicha partición.
Ello despista al crédulo de las “ciencias sociales” al uso y de sus
cuentecitos inducidos partiendo de la recolección empírica de datos (toda una
metafísica del hecho aislado), desorientándole a la hora de distinguir entre la
gimnasia y la magnesia y, a partir de ese acto mismo de distinción, poner en
relación niveles de realidad distintos (para el caso, a la casta con la clase).
Porque el hecho objetivo, y casi universal a estas alturas, que recorre
un ciclo histórico amplio, es la separación social en clases; realidad que, en
algunos momentos y lugares, se ve reproducida con arreglo a mecanismos
jurídicos, de prescripción endogámica, de exclusión en las relaciones y en el
ejercicio profesional o de oficio, de segregación espacial fijada por normas,
de proscripciones selectivas al uso de recursos y al consumo..., que juntos
conforman un sistema de casta.
O sea, que la existencia de clases en una sociedad se refiere a las
relaciones que anudan entre sí a unos y a otros grupos sociales, y que están
orientadas a la reproducción diferencial de unos y otros grupos a partir de
posiciones también diferenciales: en la capacidad potencial de consumo, en el
lugar que se ocupa en el entramado laboral, en la capacidad de dictaminar usos
y funciones a grupos sociales terceros dentro de ese preciso marco de
anudamiento relacional, en la disposición sobre medios de vida y producto, y en
sus destinaciones.
Mientras, la división por castas, que en realidad se superpone
-superficialmente- a las clases, obedece a un conjunto de pautas a través de
las que, dentro de unas clases, se queda sujeto a una posición demarcada por un
perímetro trazado con los colores de tales o cuales rasgos que acompañan al
nacimiento del miembro (sean pertenencia a grupo “racial”, “nacional”,
“lingüístico”... o, en el extremo, sea el mero cifrado de un grupo social en
términos de casta, con sus mandatos y reservas delimitados).
Y el reverso simétrico en lo que se refiere a la existencia de castas
dentro de otras clases -en concreto dentro de las clases dominantes- consiste
en unos dispositivos y prácticas mediante los que ciertos grupos hermetizan su
posición impidiendo o regulando racionalmente la entrada a la misma, al tiempo
que, cerrados en su posición, se agencian y se transfieren los privilegios que
se le derivan, o entre sus miembros pugnan cerradamente por cuotas dentro de
ese campo de privilegios.
Un ejemplo ilustrativo de esto último nos es dado por la existencia, en
ciertos contextos regionales o nacionales, de una casta alto-burocrática al
interior de la clase burguesa, casta que delimita su condición de
pertenencia a filtros relativos al origen de apellidos, al origen lingüístico
familiar, a “las amistades” y referencias políticas, a la adscripción política
“de carnet”, a la herencia familiar de cargos y puestos, etc., a la vez que se
auto-renueva a través del examen riguroso sobre la reunión de estos criterios.
El ejemplo de contrapunto nos lo puede servir el caso de la población
musulmana en los reinos cristianos peninsulares de la Baja Edad Media: los
mudéjares, o moriscos, no pueden ser otra cosa que campesinos siervos o al menos
tributarios de un señor, así que esta condición (estas Relaciones de Producción
en las que están inmersos junto con la tierra y el señor), constituye su clase
de pertenencia (que comparten con personas no musulmanas), a lo que cabe
añadir que, como musulmanes, sí son una casta, precisamente dado que en
base a religión están atados y reducidos a “su” clase (o “Estamento”).
La realidad de clase subyacente a la casta acostumbra a excederla a ésta
-a ser más amplia, de manera que lo usual en la historia ha sido que varias
castas “compartan” una misma clase, eso sí, posicionadas en capas distintas
dentro de tal mismo campo de clase.
Por ejemplo, en el Reino de Valencia del siglo XVII el campesinado
arrendatario que trabaja las tierras de un propietario bajo régimen de pago o a
cambio del simple arrendamiento de una parcela, se compone de llamados
“cristianos viejos” y también de moriscos, dos castas de la misma clase (o
“Estamento”), entre las que estallará el conflicto por oposición de los primeros
a la apertura de contratación hacia los segundos.
Y, así mismo, una casta bien puede ser transversal al panorama de las
clases: es decir, puede compartirse casta y no clase.
Por ejemplo, los judíos que vivían en los reinos cristianos peninsulares
durante la Baja Edad Media compartían, se le llame como se le llame, lo que de
hecho es una casta: no podían trabajar la tierra, debían habitar en aljamas,
juderías o calls (entre ellos, el call de Barcelona y el de
Girona), donde tenían que presenciarse a partir de determinada hora para no
salir de allí hasta la llegada del día, al tiempo que allí quedaban
circunscritos en fechas y periodos concretos, etc.
Pero se trataba de una casta policlasista, y, es más, en antagonismo de
clases: hay judíos entre la llamada “villanía” de los burgos (maestros
artesanos: pequeña burguesía tallerista) mientras otros integran el llamado
“patriciado urbano” (burguesía mercantil y prestamista). Algunos prestamistas
judíos llegan a nutrir las arcas de algún reino o ciudad, que de ellos dependen
para sus gastos en comercio, construcción de navíos mercantes, soldadesca,
etc., contrastando con los pequeño-propietarios menestrales sin Fuerza de
Trabajo subordinada.
Aquella realidad objetiva -las clases- determina y subyace al hecho de
que, por ejemplo en las colonias españolas de América Latina durante el siglo
XVII o en amplios contextos de la India actual, las posiciones clasistas de los
sujetos queden protegidas, prolongadas..., y se transfieran a sus descendientes,
apoyándose sobre mecanismos de casta.
En el Virreinato de Perú, un “mestizo” nace portando un cierto “grado de
mestizaje” según progenitores y antepasados y, por tanto, nace ubicable en una
coordenada precisa dentro de una nomenclatura compleja. Nace y muere, pues,
siendo “mestizo”, “castizo”, “albino”, “morisco”, “lobo”, “sambayo”, “cambujo”,
“coyote”, entre otros tipos, lo que restringirá o impedirá por ley su acceso a
trabajos, a cargos, a matrimonio con sujetos de otras castas, etc.
Del mismo modo, una persona negra no podrá trabajar fuera de la hacienda
o de la encomienda. Un indígena no podrá desempeñar cargos administrativos y un
criollo no podrá ocupar ciertos puestos gubernativos, reservados, junto a
posiciones precisas de rango militar, para los españoles metropolitanos, su
progenie y descendientes más o menos inmediatos.
Así, las clases dominantes, al haber dado “calidad” de casta a ciertas
características fenoménicas o de origen que les son particulares, y apartando a
las castas entre sí, se aseguran monopolizar su clase de pertenencia, al tiempo
que ordenan la división del trabajo social garantizándose “manos” de una y de
otra casta en una complejidad de funciones inter-dependientes.
Y también, no hay que dejarlo en el tintero, así separan a los dominados
entre sí según casta y se previenen contra su unidad o contra la chispa de una
perspectiva de pensarse en común, ahogando estas potencialidades a partir de
toda la pantalla ideológica generada por la segregación real, por la endogamia
de relaciones, por el acuñamiento de identidades de grupo, por la
estructuración de casta en la competencia con terceras por posiciones y
recursos comúnmente accesibles, por las proscripciones a la presencia en unos u
otros espacios y hábitats, etc.
Volviendo al caso de los virreinatos, el hecho de que, en principio,
sólo metropolitanos y descendientes hasta ciertos puntos en la línea de
filiación, pudieran ocupar puestos de alta burocracia, gobernación, cobro de
impuestos, captación y gestión de recursos agrícolas, etc., no significa
existencia de “la clase de los metropolitanos españoles”.
O, dicho de otro modo, no significa inexistencia de clase más allá del
dato correspondiente a la casta que ocupa a esa primera.
La clase era en ese momento, y fue posteriormente, burguesía
burocrática, al margen de que con el tiempo fuera cambiando su composición de
casta, paralelamente a las luchas políticas que los criollos mantuvieron por
conseguir aperturas de acceso y contra los obstáculos interpuestos a su
posicionamiento en los aparatos de Estado.
Lo que está ocurriendo en India es que la realidad está negando a través
de los hechos toda la estupidez sociológica y antropológica dominante, que
cifra las llamadas “sociedades de casta” como distintas a las “sociedades de
clase”, ignorando y ocultando que la casta se remite a un modo particular de
organizar o de regular las relaciones entre las clases y la dialéctica
reproductiva en que las clases están conectadas.
Exactamente igual que a ello se remite también, por ejemplo, la
condición de propiedad sobre el conjunto de dimensiones estatales directoras,
reguladoras y aglutinantes sobre la vida productiva y sobre la asignación de
producto (caso de los modos burocráticos de ordenar las relaciones interclase).
Estas variopintas morfologías de relación entre clases y cuyo efecto es
la reproducción social en ese orden, es decir, la reproducción de las
clases que lo componen -morfologías caracterizadas por los dispositivos
ideológicos, políticos, normativos, jurídicos, culturales..., que les son
propios y distintivos-, reflejan aquellas mismas relaciones de producción
concretas entre clases, así como el grado de desarrollo de las Fuerzas
Productivas en un contexto socio-histórico dado. Por tanto, en ningún caso
significan una “prueba palpable” de que hubiera que “relativizar” el alcance de
la realidad clase según “contextos culturales” y “de civilización” particulares
(por ejemplo, localizando la clase en la trayectoria “occidental”).
Vemos, así, cómo en India asistimos a un proceso en que el sujeto
oprimido y explotado supera en su auto-comprensión, toda la amalgama
identitaria de pertenecer a una u otra casta -condición real por otro lado:
producida por el curso de operaciones y de relaciones que han ido clasificando
a los grupos sociales, dictaminando su comportamiento y rigiéndolo. Y así ese
sujeto se encuentra en su ser común de clase. O, con mayor exactitud, de
clases oprimidas y explotadas (campesinado pobre, y proletariado urbano y
rural).
De poco ha acabado sirviendo aquella superestructura de casta que con su
juego de proscripciones y de segregaciones produce inicialmente los reflejos
ideológicos -no ver más allá de la casta- que contribuyen a perpetuarla a ella.
Grupos de población que quedan adscritos a una casta por su sola
condición cultural, “étnica” o de grupo humano, lingüística..., castas que no
pueden entrar o pernoctar en una ciudad, castas que no pueden ser propietarias
de tierra y otras que no pueden trabajar materiales con sus manos, castas que
tienen proscrito cultivar sus alimentos y que deben recolectarlos o dependen de
donaciones, sujetos a quienes las leyes tradicionales prohíben trabajar juntos,
dirigirse la palabra, mirarse a la cara, cohabitar...: de todas ellas parten
las fuerzas humanas puestas en pie para oponer al Estado capitalista su poder
violento, en una guerra prolongada sin cuartel que apunta a destruir integralmente
a su competidor de clase en eso de organizar, regir y garantizar las relaciones
de producción.
Al mismo tiempo, esas masas alumbran ya las relaciones productivas del
futuro, en la medida en que auto-gestionan el proceso revolucionario y ponen en
relación de coherencia, a los fines con los procedimientos y relaciones que
despliegan hacia su consecución. Esto no significa que, por haber asumido esta
perspectiva de clase(s) para destruir la alienación de la tierra y medios de
vida que las caracteriza y así hacia su auto-destrucción como clase, las masas
inmersas en guerra popular dejen de lado la afirmación de sus realidades
distintivas socioculturales, lingüísticas y de relaciones sociales.
Al contrario: partir de la unidad como oprimidos y explotados por el
imperialismo, es el único camino hacia una oposición fructífera contra las actividades
de éste: despliegue de la industria agrónoma, prospecciones mineras, plantas
fabriles, sustitución de cultivos por extensiones de monocultivo, ingeniería
destructora del medio material de existencia que contiene a estos grupos
humanos, talas masivas, etc. Porque es debido al acto de apresarlos como
sujetos de clase -alienados de decidir sobre su presente y sobre la materia
inmediata de que disponer para su reproducción social-, que el imperialismo,
bien destruye el marco material base de sus relaciones, su vida y su cultura,
bien los expulsa de este marco en vías de apropiación o los pone a encajar
girando en torno a los núcleos y actividades productivas y extractivas que el
propio imperialismo instaura.
A su vez, la conjunción relativa de estos grupos humanos en dinámicas
efectivas de producción, decisión, ofensivas armadas, distribución de sustento,
estudio y análisis, etc., conforma una base material que posibilita el
progresivo revolucionar a sus mismas identidades, realidades y manifestaciones
culturales, no únicamente desde la crítica especulativa, sino desde la
pre-figuración de nuevos componentes de vida social donde lo particular
cultural se afirma, se comparte, se conserva, se desarrolla, se modifica, se
desecha, se supera y se sintetiza en cultura nueva que contiene, y a la vez
eleva, a algunos de sus ingredientes originarios, o los destruye a otros como
reflejo de la vieja vida opresiva.
2. Creación de poder popular en guerra popular prolongada hasta el
comunismo: más allá de la auto-gestión “apolítica”. Más allá del pensamiento
mágico del comunismo insurreccionalista
Por todo esto entiendo que el proceso en curso en India, junto con otros
procesos que están aconteciendo en otros lugares, muestra el camino al
proletariado de otros países, y ello a través, no del razonamiento en torno a
posibles condiciones “habidas o por haber”. Sino a través de la práctica viva
dada por unas fuerzas revolucionarias que están encarnando la superación tanto
de la auto-gestión considerada desde el anarquismo y el anarco-sindicalismo,
como superan también la tradición insurreccional dentro del campo comunista.
Esta última tradición (modelos insurreccionalistas del proceso
revolucionario) cifra la emergencia de la dictadura del proletariado como consecuencia
de un arranque fulminante por parte de masas organizadas que habrían de dar
destrucción al Estado capitalista como premisa que anteponer a la
dictadura del proletariado misma y a su obra transformadora de la producción y
del sistema especializado de funciones desde el que los grupos y los individuos
se articulan en esa actividad productiva.
El proceso revolucionario que se libra en India niega radicalmente la
concepción libertaria y sindicalista de la auto-gestión. Y ello por su
perspectiva misma orientada hacia transformar, a la clase revolucionaria, en
poder, y hacia elevar la lucha de clases a una esfera política superior en
cuyo seno las fuerzas que se baten son la organización política de la burguesía
(el Estado capitalista) contra la organización política del proletariado (el
Partido Comunista), quien ejerce la dictadura del proletariado ya desde antes
de destruir a la organización política antagónica y, por ende, desde antes de
poder estatalizarse como dictadura de clase; aunque avanzando hacia ello.
En otras palabras: niega la concepción libertaria y sindicalista de la
auto-gestión, porque la inserta a ella en una racionalidad política donde, en
última instancia, el único futurible es la dicotomía o poder total del
proletariado o poder total de la burguesía. Y donde, en tal medida, no cabe la
hipótesis de substituir las relaciones de producción vigentes, en base a ir
alcanzando cuotas de hegemonía con una auto-gestión proletaria desde dentro de
esas mismas relaciones capitalistas..., hasta ir operando su transformación a
la par que “la semilla de la nueva sociedad” sería defendida del Estado o a la
par que se lucharía por destruirlo.
Al revés: el Nuevo Poder desplegado en los territorios donde ha logrado
ponerse en suspenso a las instituciones políticas, educativas, administrativas,
ideológicas, de vigilancia..., capitalistas, de entrada comuniza las Relaciones
de Producción, y eso lo hace porque puede y porque la perspectiva de
cosmovisión asumida le empuja a desear consumar tal facultad.
Exactamente lo opuesto a lo que ocurre con la auto-gestión sindicalista,
que adolece de una ideología de rechazo a construir la economía como totalidad
sistémica de fuerzas. Y, por lo demás, ni siquiera puede superar la
construcción de un cooperativismo o de un comunalismo de unidades que
intercambian producto (lo que Marx llama, en El Capital, “el trabajo
privado”), porque no ha interpuesto una discontinuidad radical entre sí misma y
la economía capitalista de la que así continúa dependiendo. Línea de
discontinuidad cuya interposición le habría exigido tomar el poder armado sobre
la materia y sobre los factores productivos insertos en su territorio de
producción; y emprender la larga marcha hacia la totalización territorial bajo
ese poder armado unificando durante el camino y en la medida de lo posible la
dirección de las actividades económicas y la transferencia de recursos y de
productos.
Este curso, por ejemplo en India, de afianzamiento Político,
constituye, pues, la línea real -determinada por el comportamiento político
real de los capitalistas-, en lugar de esperar a que la simple proliferación
fragmentaria de unidades en auto-gestión y en intercambio, vaya erosionando el
campo económico de propiedad capitalista hasta alcanzar el estadio en que los
nuevos propietarios obreros fueran a disolver el capitalismo.
Pero lo vuelvo a decir: negar esta auto-gestión no significa negar la
auto-gestión, sino afirmarla, porque son las clases revolucionarias -sus
miembros- quienes producen las nuevas relaciones económicas y políticas, siendo
protagonistas de este acto de definición. Mientras, indisociablemente, la
perspectiva de asumir el poder total, sin cuya hegemonía esta obra
constructiva de masas se quedaría en un mero acto libertario “conciliacionista”
establecedor de auto-gestión dentro de unas relaciones globales que engullirían
sin remisión a ese acto, es esa perspectiva difundida por el Partido
Comunista.
Este Partido es el trabajo que el proletariado ha acumulado, en la
historia, como ideas, consciencia y conocimiento, y que se expresa a través de
al menos una parte de las masas y se comunica tendencialmente a la totalidad de
las mismas. Siembra en ellas no solamente la asunción de la racionalidad
política precisa que ha de enmarcar el esfuerzo común, sino también la asunción
de una epistemología, filosofía, concepción de lo social, y principios,
comunistas, desde los que dar substancia a la vida y a las mentalidades que
anticipan en su esencia, aunque todavía no en su desarrollo, a esas futuras que
sólo podrán ser irradiadas y afianzadas cuando la dictadura del proletariado
ejerza el dominio político sobre la sociedad. Y cuando, así, la cosmovisión en
todas sus dimensiones pueda consumarse al haberse reemplazado al Estado
capitalista por el Estado proletario y así, las ideas, los conocimientos y los
funcionamientos objetivos, disponer todos ellos tanto del poder político, que
los defiende y aprovisiona, como del poder ideológico, que les da vida y
fortaleza a lo largo y ancho del territorio dominado.
Por esto mismo, procesos como el librado en India significan, a la vez,
la superación del modelo revolucionario que, dentro del campo comunista,
atiende a la revolución como si fuera un acto precedido por un proceso de
preparación, densificación de energías, organización y encuadramiento políticos
de masas, afinamiento de una dirección, “entrenamiento” del proletariado,
motivación, conscienciación..., a través de dinámicas de lucha, de
comunicación, de establecimiento de empatía, etc., que como proceso se
desarrolla bajo el capitalismo hasta auto-flexionarse como insurrección,
sucedida por la destrucción del Estado capitalista, por la toma del poder y por
el inicio del ejercicio de poder de clase transformador (dictadura del
proletariado).
Siguiendo la línea marcada por este modelo descrito de insurrección, las
masas no se han forjado como Partido Comunista, es decir, no han ido teniendo
que interiorizar y que usar, en pro de su propia subsistencia y de la
prosperidad del proceso de guerra popular (porque ésta no se ha desarrollado),
“materiales de consciencia”.
O sea, el aprendizaje y la asunción de lecciones, de auto-confianza como
clase transformadora... a través de la propia práctica, brillan por su ausencia
y el Partido Comunista se ha quedado en un artefacto armado y empleado por
minorías, tras las que supuestamente han corrido las masas alentadas por
motivaciones económicas y por percepción de una necesidad subsistencial de
superar el estado de cosas.
El corolario es la contradicción entre un nuevo sujeto inexistente, que
no se ha ido forjando, y la exigencia que la obra de transformación tiene
respecto de contar con ese nuevo sujeto inexistente. Esto es: las masas
insurrectas por cuestiones meramente reactivas al capitalismo están enajenadas
de los parámetros básicos de que se compone la perspectiva comunista de
transformación social, tarea cuya culminación escapa a la minoría, quien
a su vez no tiene otro remedio que reforzarse en los nuevos organismos
estatales para desde ahí dirigir el proceso desde una posición separada.
De este modo, la división del trabajo social se produce y se intensifica
entre, de un lado, los cuadros del partido entronizados en el Estado, y, del
otro, las masas presas de un círculo vicioso en que cuanto menos participan,
menos dotadas están para participar, y, cuanto menos dotadas, menos pueden ser
incorporadas a una participación que requiere de unas bases conceptivas
revolucionarias forjadas e interiorizadas a priori al compás de la praxis
por la que el proletariado haya podido ir conociendo(se) y
auto-confiando(se) desde su inmersión en su propia posición de sujeto
político.
En síntesis, el proceso revolucionario no debe fiarse al esquema:
insurrección masiva; destrucción del Estado capitalista y toma del poder
político; transformación del Modo de Producción.
El esquema es, en cambio, la dialéctica: Nuevo Poder/ transformación/
auto-fortalecimiento/ Nuevo Poder/ transformación/ fortalecimiento...; hasta el
salto cualitativo de liquidar todo rastro funcional del Estado capitalista y
por tanto hasta monopolizar el poder político, cuyo desarrollo por el
proletariado mismo ya ha ido formando parte del proceso previo; ello permite el
salto cualitativo también en lo que se refiere a transformar el Modo de
Producción, aunque el comunismo ha venido siendo realizado limitadamente
como producto y como condición del Nuevo Poder en su desarrollo.
3. ¿Qué condiciones?
Afirmar que el proceso revolucionario que las masas de campesinos pobres
y proletarios rurales y urbanos están protagonizando en India, responde a unas
condiciones, es una tautología. No hay nada en el mundo que no sea fruto de
unas condiciones y, en el fondo, aludir al ser de cualquier cosa equivale a
aludir a la existencia de unas condiciones externas e internas en relación.
Ahora bien: ¿de qué condiciones hablamos cuando nos referimos a la
guerra popular en India?. A unas condiciones de miseria y opresión hondas, sin
duda, unidas a la violenta certidumbre de saberse manejados por fuerzas que a
diario disponen de su mundo, de lo sagrado, que les arrebatan el suelo por
donde tienen que pisar. Suelo en el que -saben- podrían hallar sustento y donde
inexcusablemente necesitan hallarlo.
Condiciones de esa especie obligan a ponerse en pie de guerra. En
Barcelona, muchas personas disconformes se preguntan si “moverse” pudiera
servir para algo, o incluso se cuestionan que un movimiento colectivo sostenido
en el tiempo sea posible. En India, Filipinas, Perú, Nepal, Turquía..., campesinos
pobres y proletarios no pueden pensar así; no pueden plantearse la posibilidad
de eficacia, o de existencia prolongada y masiva, de la acción, pues para
ellos, dadas sus condiciones, lo imposible es no actuar. Ellos no enfrentan
sus condiciones desde la duda en relación a que la acción condujera a algo;
están determinados a partir de la premisa de que la no-acción no conduce a
nada, y eso, para ellos, es la muerte, la penuria aplastante, el imposible
rendirse para cualquier organismo con instinto y voluntad de vida.
Es decir: unas condiciones económicas precisas les han determinado a
actuar, lo que no significa que estas condiciones pesen como una ley universal
que las hiciera necesarias para la acción. La prueba está en que rebeliones
también se han dado y se dan en medio de condiciones no extremas, desde el
punto de vista subsistencial y de alienación descarnada y sin disfraz en manos
de gigantescas fuerzas que le manejan a uno sus presencias y su mundo de
referencia haciéndole sentir cosa y haciendo sangrar la dignidad de uno.
Y, al mismo tiempo, estas “condiciones” de miseria y de sentimiento
relativo a sufrir una agresión al núcleo de la propia humanidad -de no ser otra
cosa que “población sobrante”, “población problemática”, “población desplazable”...,
en la trayectoria de una gráfica de recuperación a base de abrir inversiones en
India-, habrían determinado a luchas de casta, como tantas veces se han dado en
India. A ellas, o bien a luchas de comunidad, o a luchas guiadas según una perspectiva
de re-posicionamiento en el Régimen de propiedad (campesinos en demanda de
tierra), o a luchas por instaurar la observancia estricta de códigos religiosos
que habrían de ser fuente de regeneración moral de la política y así de
prosperidad, o a luchas de grupo humano encabezadas por líderes “indigenistas”
que asumen la encarnación de un conjunto de características de “personalidad
colectiva” a restaurar, así como la demanda de cuotas de participación y de
poder político, etc.
Pero esto no ha sido así en India: resulta que las “condiciones”
subsistenciales y de opresión a la condición humana y a la condición colectiva
de pueblo, no explican el camino concreto que se ha tomado contra la
persistencia de las mismas. Las masas en guerra popular prolongada,
construyendo su dictadura de clase en choque frontal e incongeniable con el
Estado capitalista indio; meta en mente la destrucción de las clases a través
de su propio movimiento ya destructor de las clases allí donde su poder les
permite re-organizar la producción y la decisión sobre toda esfera de la vida.
Asentándose y fortaleciéndose en el campo, medio provisor del sustento de la
revolución, a la vez que saben que deberán terminar su tarea en las ciudades,
núcleos neurálgicos del poder que tienen que aniquilar y enclave donde toma
lugar el diseño de la represión conjunta entre este poder y sus
protectores/dueños imperialistas de primer orden.
¿Y entonces, qué otra especie de condiciones ha sembrado, y no sólo
sembrado, sino confluido, codo con codo, con el movimiento
revolucionario, haciéndole en lo que es y haciéndose, a ellas mismas, desde
“simples” condiciones hasta ser, al pasar de “condiciones externas” a
consumar el potencial de ser que portaban las condiciones internas (esas
otras a las que he aludido arriba)?. Sin duda estas condiciones no emergieron
de la noche a la mañana; fluyen hasta el presente desde el trabajo acumulado
que nuestra clase obtiene para sí de la historia, y ellas mismas experimentan
un salto cualitativo en India desde hace ahora unos cuarenta años.
Esas condiciones son personas, que tuvieron su mente abierta a
conocimiento y a experiencias terceras, a las que pudieron transformar en ideas
que contienen a lo general (esos principios directrices para el conocimiento) puesto
en relación con lo concreto (India como particularidad y a su vez como analogía
con otros marcos socio-territoriales donde las ideas ya habían ido a las
personas, y las personas a las masas, obteniendo resultados fértiles).
Durante décadas, parece que no exista proceso revolucionario; es
invisible, subterráneo, es el viejo topo que horada el subsuelo dando espacio y
acomodo a unas raíces, también subterráneas, en crecimiento. Pero todo, etapas
latentes y etapas manifiestas, son parte de un periodo. En Perú, por ejemplo,
el gigante golpeó con su garrote sobre el árbol y lo aplastó contra el suelo y,
aun así, con el garrote no se extirpan las raíces.
Por eso, mientras quede un comunista, hay condiciones. Si no quedan
comunistas, pero queda una idea escrita en un texto, en una pared, sobre el
muro de una prisión, o en la memoria de alguien, idea dotada de propiedad de
síntesis sobre la perspectiva del comunismo, y que pueda por alguna
circunstancia comunicar con alguien, entonces también hay condiciones.
Cuando las masas, o unos cuantos núcleos, saben cómo necesitan el futuro
y viven el presente como productores del comunismo, que están aplicando ya
aunque sea aún de modo limitado, esa historia ya está hecha: el Estado
capitalista ya no la puede matar -alguien la sabe y otros más la sabrán, y
algunos de ellos la querrán. Puede matar a todos los comunistas, pero no al
pueblo que ha convivido con ellos, así que no puede ya atrapar al comunismo. Se
ha vuelto nómada y transita entre las masas a quienes se les ha dado ocasión de
vivir otra cosa; de otro modo. Puede encarcelar a todos los comunistas, pero
ellos han aprendido en su experiencia de organización y de solidaridad, así que
esas prisiones lo serán para sus carceleros (quienes mirarán a través de las
rejas que vigilan sabiendo que son ellos quienes quedan al interior de celdas).
En Perú, en India, en Filipinas, en Turquía, en Nepal..., no existe ya
el fracaso; sí derrotas que no son más que momentos en un círculo
auto-alimentado de auge y repliegue consecutivos. Círculo que se mueve no sobre
el mismo plano, sino ascendiendo en espiral porque de todo lo ocurrido, propio
y en el campo enemigo, se aprende. Las “revelaciones” de enemigos que parecían
no serlo -personas, pero más aún condiciones a que el mismo proceso va dando
lugar-, conducen a una mejor consideración de las fuerzas propias y fuerzan a
pensar otros recursos y a dárnoslos. Y todo queda sintetizado como nuevo
conocimiento a contra-luz de los parámetros generales ya conjugados para ese
análisis.
La brutal y monstruosa reacción imperialista que el proceso indio en
curso está teniendo que enfrentar, pone sobre la mesa la cuestión del carácter
internacional de nuestra clase, no por simple “humanismo” de compromiso y
empatía con causas tildadas “terceras”, sino porque en asumir nuestro ser y
destino únicos más allá de fronteras nos va la piel, la vida y el futuro. La
operación genocida inter-imperialista “cacería verde”, con participación
estadounidense, israelí, colombiana, india..., es sólo una muestra de la
ausencia de límites, ¡ni de crisis ni problemas financieros!, por parte del
capitalismo internacional a la hora de movilizar su espeluznante arsenal en stock
para procurar la aniquilación de su único enemigo total de conjunto: el
comunismo.
Toda hueste de sociólogos, etnólogos, expertos en RR.II.,
geo-estrategas..., intentan explicar(se) el “naxalismo” desde sus propios
códigos “humanistas” de partida epistemológica, es decir, como si “el fenómeno”
fuera el exceso consecuente a un exceso de injusticia y penuria particulares (o
a una “marginación” ante el magnífico “desarrollo” capitalista), “datos” ante
los que estos “científicos” ponen a competir sus variopintas recetas de
corrección. Estos genios en estupidez filantrópico-decorativa no ven que es
precisamente el decadente desarrollo capitalista y sus procesos
inextricables, aquello que sufren “con plena integración” los grupos humanos,
estereotipados de “tribales”, que cooperan con los camaradas comunistas en
armas o que pasan a integrarse en sus filas. Grupos humanos muchos de los
cuales son privados -alienados- violentamente de su mundo de subsistencia, o
fulminados por la misma maquinaria (para)militar-industrial que va “desbrozando
el terreno” y “acondicionándolo”.
Mientras este examen sucede de puertas y staffs
inter-disciplinares para adentro, y es recogido en videos, conferencias,
artículos, seminarios y departamentos, por otro lado la agenda informativa y
los programas documentales callan; omisión que contrasta significativamente con
su auto-saturarse a la hora de exponer y “reflejar” las turbulencias de
rebeliones carentes de perspectiva revolucionaria, que recorren el ancho del
Planeta.
En efecto, el orden imperialista aboca a los pueblos oprimidos a ser una
u otra cosa: rebelde en armas o a pedradas; víctima pasiva y sufriente; sujeto
que, reflejando en sí la propia descomposición de los marcos institucionales
centralizados en lo que se refiere a darle sostén adaptativo a su existencia,
descompone sus viejas fidelidades e identificaciones nacionales y las reemplaza
por volcarse en el propio grupo religioso, “étnico” o “nacional”, bajo el
paraguas de estructuras en las que experimenta al menos cierta eficiencia de
soporte hacia “los suyos”, aprendiendo mientras aceleradamente a demarcarse
respecto de y a odiar a quienes hasta ayer tenía por sus paisanos.
Estos desesperados últimos sufren el aumento del expolio por parte de
“sus” organismos estatales, cada vez más inoperantes a la hora de garantizarse
siquiera el pago a la legión completa de sus estómagos agradecidos y a la hora
de seguir privilegiando a determinados sectores “étnicos” o “nacionales”, en
quienes logra apoyo este trabajo de despliegue institucional y de captación y
manejo de riquezas. Como su reacción ante el agravio de grupo que sufren
por parte de otros mejor posicionados, y ante su creciente
des-aprovisionamiento y la correlativa erosión de vínculos identificativos con
el “marco nacional”, les lleva a romper lazos y a cohesionarse como confesión,
secta, corriente religiosa, grupo lingüístico, etc., el orden imperialista los
demoniza o ensalza a conveniencia y según se preste la tornadiza oportunidad.
Así, los pesos pesados imperialistas reciben en sus palacios
democráticos a esos líderes suyos, que a estos grupos humanos prometen nuevo
refugio contra el mundo hostil y el vecino que corre contra ellos al alcance de
recursos cada vez más escasos y “malversados” hacia esos otros núcleos
nacionales hegemónicos. Aplastan a estos grupos a conveniencia, pero, hasta que
tuvieran hipotéticamente que hacerlo, se frotan las manos ante los mapas de ese
mundo que el imperialismo tiene en propiedad privada bajo registro de Naciones
Unidas. Piensan por dónde harán pasar las nuevas líneas divisorias, celebran
cumbres de discusión entre potencias competidoras, se enfrentan indirectamente
entre ellas dando paso tras paso a la nutrición y animación de sus respectivos
peones, etc.
Así sucede que el reflejo social de la descomposición capitalista, que
nunca superó para sí el paradigma de estrategia adaptativa, es efectivamente
adaptado, o barrido, según sean los cálculos de la geopolítica y en función del
resultado a la medición de fuerzas entre potencias -”iniciativas”, “planes”,
“ofertas”, “sensibilización”, “apoyo de la comunidad internacional”-, y otros
excelsos anunciamientos que embellecen de palabra lo que no es sino el maletín
de los “buenos usos” con que el imperialismo “positiviza” para sí los propios
brotes de resquebrajamiento del concierto internacional. Brotes inherentes a la
evolución del capitalismo con el hundimiento en la miseria que éste trae para
el grueso de grupos humanos del Planeta.
Así mismo, y repasando el reparto de papeles y de funciones impuestos
por el orden imperialista a las masas oprimidas, la víctima arrinconada y falta
de fuerzas y de esperanza al menos en este mundo, encontrará cristiano socorro
y será compadecida por las millonarias audiencias de tele-espectadores. Y el
rebelde, quien ha dado un paso peligroso que hace de él arma de doble filo,
siempre puede ser manipulado en su imagen (tergiversación como “fanático”,
“terrorista”, “nacionalista”, “el salvaje violento”, “fuerza de choque
anti-civilización”), mientras paralelamente se le espera manipular en su acción
real: sea por canalización contra enemigos propios o contra amigos de los
enemigos propios; sea por comprensión que se traduce en concederle aquello que
sea admisible para el orden imperialista; sea por “civilización” de perspectiva
y encarrilamiento hacia “fundirse” detrás de fuerzas democratizadoras que son
vistas con buenos ojos, apoyadas o incluso directamente formadas a fin de
proveer un balón de oxígeno a un orden de fondo que permanece, pero al que
vuelven más integrador, abierto y bien-funcionante.
Pero he aquí que existe un cuarto personaje en discordia: el comunista
revolucionario. Aquél a quien no se puede ir exhibiendo tranquilamente por
televisión para propagandear “la sabiduría popular” que asume y ejerce el
liberal “Principio de resistencia” contra “el mal gobierno dictatorial” (si es
pacífico en su ejercicio se le da el Premio Nobel al Pueblo cívico), y así
inducirnos a ponernos todos a cantar ufanos por la democracia, suerte de pocos,
modelo para todos. Aquél a quien tampoco se le puede demonizar con equívocos
que resuenan en las mentes condicionadas de las muchedumbres, activando el click
de denostación programada.
Pues resulta que sí es el demonio, pero no de “occidente”, “del
Bienestar”, “sustractor de puestos de trabajo”, “devorador de recursos y
liquidador de pensiones”, “de la civilización”, “de la paz de que gozan las
familias en la comodidad del hogar”...; sino demonio del capitalismo, tal y
como revelan sin ambigüedad sus banderas rojas, las letras de sus canciones y
el orden que forjan en los territorios que han ganado para sí -para la
humanidad ya. A ellos mejor no exponerlos ante el pueblo en calidad de “el
enemigo” a detestar; mejor es ocultar su existencia mientras se procede a
tratar de aniquilar su existencia. Las clases dominantes y sus ingenieros
de imagen saben qué temen.
Nosotros haremos lo posible para hacer realidad esos temores, y, en tal
sentido, si queremos que “aquí” nuestra clase empiece a mirar hacia India, a
mirarse en ella, a interesarse por ella, por comprender qué es aquello que la
subvierte, eso pasa por contribuir en lo que podamos a que sea una realidad
asentada y en irradiación. De tal modo que, al final, el telón ciego con que el
imperialismo pretende cubrir las flores se vea desbordado por la pradera que venga
a taparlo a él.
Pero, dialécticamente, esa victoria total y expansiva será harto difícil
sin la conquista de bastiones revolucionarios allí desde donde parte la
maquinaria militar, de intendencia de espionaje y “guerra de baja intensidad”,
de ayuda y producción de la “contra-insurgencia”..., es decir, que un acto
supremo de solidaridad con la guerra popular en India consiste en continuar
avanzando hacia la revolución en nuestro país.
A ese fin, que es un medio valioso en relación a nuestros hermanos
indios, necesitamos poner ojos, consciencias y todo el apoyo popular sobre
India; en tanto que ella es ya referente, y se está auto-produciendo en calidad
de referente todavía más avanzado y desarrollado, cuya realidad y vigencia sean
soporte material para dirigir el pensar popular hacia esa colosal obra de
negación y de superación en que la tendencia a rebelarse deberá tomar forma.
Obra donde el fin determina los medios y donde los medios producidos
pre-figuran el fin.
4. ¿Puede el éxito social capitalista consumar y desarrollar a los
seres humanos entendidos como productores genéricos?: ante garantías de
“calidad de vida” capitalista y sus sujetos-reflejo, tumbar la cosmovisión del
“Bienestar”
Podrá aducirse, aparentemente, que el grueso del proletariado aquí no
nos va a acompañar en tareas revolucionarias, porque comulga con la lógica del
“Bienestar” y, si es verdad que se moviliza, lo hace justamente contra el
defectuoso cumplimiento del proyecto social y de funcionamiento político (Estado
Social y Democrático de Derecho) que asume como realidad normativa de
adscripción. Por lo demás, sin importarle -o sin alcanzar a pensar en su
relación necesaria- esa agonía de un mundo entero -en India y en otros lugares
cualesquier- a través de la que transita la restitución de ese oasis suyo (que
“la ciudadanía solidaria” clama también para ese mundo entero).
A este pésimo pronóstico hay que responder: ¿acaso es tal “bonanza”,
menguante pero que el imperialismo puede sin duda hacer retornar a sus núcleos
agradecidos a cambio de mantenerse en su patrullado draconiano sobre el mundo y
“re-ordenar” el “fondo de provisión” del “Bienestar”, una “bonanza” tenida por
tal porque da respuesta y se ajusta a lo que está en “el Ser Humano” aspirar,
reclamar y producirse para sí?. ¿O se trata más bien de la única “bonanza” que
el capitalismo es capaz de repartir a sus sujetos y, en tal medida, la
clave para fracturar tales adscripciones reside en armarse en condiciones de
propagar un cuestionamiento de cosmovisión, y así propagar un
auto-cuestionamiento por parte de aquel sujeto que “funciona en sociedad” y
para cuyos parámetros asumidos la realidad le funciona (o puede llegar a
funcionarle si mejora en sí misma)?.
Estudiar el curso del movimiento real en India -o en Perú- también para
esta cuestión nos da respuesta: ¿acaso no estaban amplias proporciones del
campesinado pobre y proletariado rural peruanos fuertemente apegadas a la
Iglesia evangélica, o a la católica, que fomentaban en el pobre una satisfacción
de sí al hacerle pensar en “el destino” correlativo a su “Virtud” de pobreza?.
Por eso la lucha de ideas y la subversión cultural fueron dimensiones
insoslayables de un proceso revolucionario que necesitaba producir a sus
sujetos revolucionarios. Esta lucha se desarrolló tanto en el campo profundo de
la contraposición de concepciones antropológicas -creacionismo contra
materialismo histórico-, como en el campo de contraponer a las falsas salidas
compensatorias, el método de transformación real y los objetos de
transformación, pasando por el campo de los símbolos de identificación, el
campo del llamamiento a ruptura de masas con los espacios ideológicos
eclesiásticos, el campo de su denuncia y paralización, etc.
Y en India: ¿es que no partían centenares de miles de seres, de una
resignación fatalista a no poder eludir su destino en “esta vida”, pues se han
reencarnado en pobres y pobres serán?. ¿Es que no cundía a millones la
complacencia en la transitoriedad de esta vida y en el avance a una próxima reencarnación,
feliz, o, al menos, progresiva y situada en una línea de perfeccionamiento si
uno no dejaba, en su vida actual, de apegarse a su función específica en el
orden del que forma parte, y de cumplir con lo que le sería “propio”?. ¿Es que
no se veía, en esa conforme auto-identificación con “el todo” en el que
uno fluye en mutuo hacerse posibles, el sumum del “Bienestar” si uno
ponía siempre de su parte en “aquello que le correspondía” para mantener “la
armonía”, para fortalecerla y recibir de ella con gratitud los frutos, fortuna
y acontecimientos que a uno le pertocan de la concreción cósmica de la vida,
in-perturbable e incomprensible, sino sensible para quien logra prescindir de
su limitación como “ser separado” disolviendo su voluntad, su deseo, su
disconformidad con aquello que a pesar de él va haciéndose y re-haciéndose
pleni-potente?
¿Pero pertenecían, esta conformidad y estas formas de “Bienestar”, a las
respuestas “naturales” que el sujeto se da ante “la realidad”?. ¿O su fuerza
provenía, por el contrario, de la necesidad de apaciguamiento, es decir, de una
disconformidad de fondo que era devuelta a su propia quietud y estabilizada en
la quietud por medio de ponerla en una falsa salida?. ¿Podía, por eso mismo,
este marco subjetivo ser subvertido por medio de un frente cultural inserto en
el proceso de revolución más amplia?. Podía ser subvertido y se lo subvirtió,
en aquellas perspectivas que tenía de inconciliables con la puesta en lucha por
el comunismo, aunque al mismo tiempo muchos revolucionarios no dejan de
mantener su religión -dimensiones- de otra manera, pues es quimera pretender
abolir la religión por decreto.
Del mismo modo, podemos y tenemos que abrir brechas de ruptura con ese
“Bienestar” actual de masas -tenido, creído o pretendido de la mano de “una
mejor gestión, política o popular, que sea permisiva de progreso”. “Bienestar”
que tiene tan poco de respuesta a los rasgos profundos de una “naturaleza
humana y sus necesidades” -que con él habría de verse colmada-, como lo tienen
esas viejas cosmovisiones teológicas que se hacen trizas a golpes de
dialéctica, y, luego, ante la prueba y saboreo en primera persona de los frutos
reales de vida fecundados y cosechados por la actividad transformadora.
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