viernes, 28 de enero de 2011

El camarada Vargas


La primera vez que supe de la existencia de José María Sánchez Casas, todavía coleaba el dictador. Yo militaba entonces en el clandestino Partido Comunista de España, liderado por Santiago Carrillo el Iscariote. Recuerdo que el responsable de mi célula -un jesuita que, sin decidirse a colgar los hábitos, se los arremangaba sin problemas cada vez que una camarada le miraba con ojos de oveja lucera- nos habló de él como si de un demonio reencarnado se tratase.

Aquellos años fueron duros para quienes pretendíamos transformar la sociedad. Los dirigentes del PCE andaban en tratos con el llamado búnker, a espaldas nuestras, poniendo los cimientos para la definitiva rendición. El proceso de pasteurización ideológica, que nosotros, niños tiernos e ingenuos, no supimos intuir, había sido detectado bastante tiempo antes por Sánchez Casas, quien, consecuentemente, abandonó el partido para fundar la OMLE y, posteriormente, el PCE (reconstituido).

En el Cádiz franquista, donde nació y vivió los años que estuvo en libertad, José María Sánchez Casas fue un hombre respetado por tirios y por troyanos. Autodidacta, demostró ser un intelectual lúcido y consecuente que no se conformaba con teorizar. Lector empedernido, muy pronto comprendió la fuerza que tienen las palabras y, de la mano de su padre, encontró en el teatro su trinchera. Siendo aún un adolescente, con la sensibilización social de quien lleva trabajando desde los quince años en un ambiente de terror y miseria, fundó el grupo de teatro popular Quimera. Las tablas fueron un púlpito perfecto para la concienciación del público asistente. Sus subversivos mensajes, arrojados directamente a las conciencias, asustaban, a la vez que atraían, a muchos jóvenes, hijos, a veces, de gente acomodada en el perverso Régimen, que jugaban a la política corno si de un deporte de riesgo se tratase. Allí, en esa especie autóctona de "gauche divine", hay que encuadrar a algunos de los apesebrados actuales que siguen residiendo en la Tacita de Plata. Permítanme el piadoso ahorro de sus nombres.

Pero también se acercaban obreros. Y estudiantes hastiados de la insoportable represión. Y en aquel caldo de cultivo, Sánchez Casas captó para su causa a muchos gaditanos que, como él, pocas cosas tenían que perder. Así, no es de extrañar que, cuando junto a otros compañeros decidió dar el gran salto sin red, Cádiz fuera uno de los colchones sociales de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre. Corría 1975 y, días antes, el general Franco había conseguido controlar su Parkinson lo suficiente como para rubricar cinco penas de muerte.

Fue en el siguiente año cuando lo detuvieron. El camarada Vargas conoció las torturas. Y conoció también la justicia del príncipe, ejercida por un Tribunal de Orden Público, antecesor de la Audiencia Nacional, que sólo aplicaba la Ley del Embudo. La parcial amnistía de 1978 lo devolvió a la calle y a la lucha, según él la entendía. Cuando Jesús Quintero le preguntó si en alguna ocasión había matado, él respondió que no. Fuera como fuese, en 1979 fue detenido de nuevo, esta vez en Valencia. Le cayeron mil años de condena. En dieciocho, recorrió todo el mapa carcelario. Mientras, los colaboracionistas de la dictadura ya ejercían de demócratas conversos sin que nadie les hubiera pedido nunca cuentas de su reciente y criminal pasado.

Yo lo conocí en Sevilla 2, en 1995, poco antes de que el ayuntamiento presidido por Teófila Martínez censurase en Cádiz una exposición suya. Fue la confirmación del miedo al arte. A través de nuestra común amiga Paca Villalba, entablé relación epistolar con un José María avejentado en cuerpo por las huelgas de hambre, pero que mantenía su lucidez apabullante. Nos hicimos amigos. Y, aunque nunca compartí con él sus objetivos tácticos, fue una gran amistad rica y profunda. Allí, en Sevilla 2, fui a visitarle. Aún recuerdo su irónica sonrisa. "Iñaki -me decía-, estás equivocado. Esto no tiene arreglo por las buenas. Nunca los poderosos van a renunciar a sus prebendas. Tenemos que ayudarles". También recuerdo su socarronería cuando, al año siguiente, su corazón cansado le dio el primer aviso. Le operaron a vida o muerte y, en aquella ocasión, ganó la vida. Dibujó una postal en la que se le veía abierto en el quirófano. De la herida, saltaba en un resorte su propio corazón sujetando, sonriente, una pancarta. La leyenda decía: "No pasarán".

Salió, al fin, de prisión el 20 de julio de 1997. No debía a la sociedad ni una multa de tráfico. Nunca llegó a tener carné de conducir. Desde aquel mismo día, Sánchez Casas regresó a sus pasiones: su familia, las artes, el teatro... sus ideas intactas. Contactó con un grupo de jóvenes actores y fundó La Tralla, una humilde compañía de teatro insurgente. Se dedicó a pintar, grabar y dibujar. Se expusieron sus obras en algunas de las ciudades más importantes del Estado. Y, de la mano del Nobel Darío Fo, en otras italianas. El éxito fue rotundo. No se puede poner puertas al campo.

José María fue profeta en su tierra, aunque para ello tuvo que valerse de un seudónimo redondo, prestado por un amado amigo: Amadeo Redondo. Se presentó al certamen del que había de salir el cartel anunciador de los Carnavales de Cádiz 2001, los primeros del milenio... y ganó. Fue en el pasado julio. Algunos intentaron anular el veredicto y, como no pudieron, optaron por eliminar el sagrado concurso gaditano. Otra vez Teófila Martínez. Ahora que ha muerto, quizás se recupere.

Desde entonces, muchas han sido las veces en que he reflexionado sobre el hipócrita convencionalismo de una sociedad bipolar que, tras las arengas mediáticas -las mismas que justifican los bombardeos de la OTAN-, clama por el fin de la que llaman violencia terrorista y, cuando alguien como José María, dedica los últimos años de su vida a desarrollar su innata creatividad, le niega, vengativa, hasta la sal y el pan. Yo estaba equivocado. No era sólo su arte. Sobre todo, temían al artista.

(Artículo publicado en el diario Gara el 14 de febrero de 2001, pocos días después de la muerte de José María)

Iñaki Errazkin

Tomado de Insurgente

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