viernes, 7 de enero de 2011

La precariedad como norma


¿Quién no recuerda aquella famosa frase que tanto usaban los reaccionarios, eso de "es que hay que trabajar", como respuesta a cualquier propuesta política que pretendiese mejorar las condiciones de vida de los más pobres?

Los reaccionarios aceptaban con esta frase varios presupuestos falsos, como por ejemplo que todo el que quisiera podía trabajar, ignorando el paro estructural propio del sistema capitalista, y que a menudo se agudiza, tal y como ocurre en lo que ellos llaman "crisis". Pero más allá de eso, lo importante de esa consigna reaccionaria es que encerraba una verdad, esta es, que antes se entendía como suficiente desempeñar un trabajo. Esa era la condición para acceder a un nivel de vida digno, y si no se conseguía ese nivel de vida aun trabajando inmediatamente se consideraba una injusticia, un problema, un fallo social que debería ser solucionado aunque no se hiciese nada para remediarlo.

Esta postura reaccionaria ya es cosa del pasado. Vemos como su discurso ha pasado de considerar la precariedad laboral como un problema, a considerarla un justo castigo a la inutilidad del individuo explotado. Y lo que es todavía peor, los trabajadores han asumido en buena medida esta tesis.

Nadie se pregunta por la necesidad de que los suelos de un hospital o de un gimnasio estén limpios, asumen que quien realiza esa importante tarea debe estar mal pagado ya que ni el sujeto tiene derecho a ganar más ni lo que hace se lo merece. Este hecho desgraciadamente tan asumido, es lo que lleva a muchas familias de rentas medias a invertir grandes cantidades de dinero en la educación de sus hijos y a cargarles de multitud de cursos de todo tipo desde pequeños para hacer de ellos una especie de superhéroes aptos para el capitalismo que se merezcan llegar a fin de mes. Por supuesto que no es una receta mágica, y lo normal es que se den de bruces con la precariedad a pesar de sus magníficos esfuerzos.

Lamentablemente la precariedad se ha instalado en todos los ámbitos laborales, y mientras unos obtienen pingües beneficios a base de hacer sufrir a muchos trabajadores, otros, auténticos majaderos, secundan las tesis de aquellos a quienes sirven o pretenden servir, con la esperanza de escapar de tan aciago destino. ¿Quizás baste con ocho idiomas? ¿O la niña que nos salió muy guapa? ¿Y si hacemos al niño futbolista? ¿Un buen médico quizás?

Si la precariedad es norma se debe a que la estupidez de los aspirantes a buenos esclavos la permiten y justifican, pues no podemos pretender que la reacción gobernante se lleve las manos a la cabeza por vivir de la explotación más descarnada, que no es otra cosa que su negocio.

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