Un factor de complicación es que un rasgo implícito y muy importante de muchos paradigmas históricos, como el paradigma totalitario, consiste en un sistema moral tácitamente aceptado que, al principio, puede parecer sólo un componente o adjunto de tales paradigmas, que sería separable de ellos y podría ser eliminado o ignorado en interés de la objetividad si fuese necesario. Pero, de hecho, tales sistemas morales que parecen tan sólo "material de fondo" en realidad dominan los paradigmas históricos. Influyen profundamente en la selección y en el empleo consciente de los modelos históricos, pero raramente resultan relevantes para tales procesos en las ciencias físicas modernas.
Ello nos sugiere que los paradigmas morales son más importantes para los historiadores profesionales que sus propios paradigmas históricos, sus áreas aparentes de estudio, ya que no hay ninguna razón para que las ciencias históricas --aun cuando la cuantificación al estilo de las ciencias físicas no parezca factible para ellas-- no puedan seguir los métodos utilizados en las ciencias físicas descriptivas, como la taxonomía, la meteorología, etc. Estas ciencias están basadas en paradigmas y carecen de cuantificación, pero están libres de moralidad. Si los paradigmas morales son más importantes para los historiadores que los paradigmas históricos, entonces hay pocas diferencias fundamentales entre los historiadores, los profanos sofisticados, los autores de ficción y los propagandistas.
La influencia de un sistema moral, que por lo general existe independientemente y es preexistente respecto a un paradigma histórico especializado que incorpora elementos de aquél, es un tema ignorado y evitado incluso por los historiadores de la posguerra fría más competentes, empíricos y científicos, a pesar de sus tentativas por emular, en los estudios históricos y sociológicos, los procesos de análisis paradigmático y de selección de modelos que existen en las ciencias físicas. Estos historiadores están poco dispuestos a poner en duda los componentes morales implícitos en un paradigma histórico dominante porque, por encima de todo, desean seguir siendo "respetables" ante el mundo académico y editorial, en el que se permiten o se proponen muy pocos desafíos, salvo si éstos se refieren a la mayoría de las ideas morales cristianas fundamentalistas, incluso cuando la "corrección política" se lanza a los cuatro vientos. La discusión aceptable y hasta popular sobre la "corrección bíblica" de los actos morales es una pista falsa: un sistema moral cuasi omnipresente, firmemente enraizado tanto en el judaísmo como en el cristianismo, todavía inclina tácitamente la balanza en las discusiones históricas.
En los siglos XVIII y XIX surgió el punto de vista, sobre todo en el mundo de habla inglesa, de que un hombre se descalificaba a sí mismo como líder u hombre de Estado si alcanzaba el éxito político mediante la traición, la crueldad o el asesinato. De este modo se hacía "ilegítimo". No siempre fue éste el punto de vista de los hombres inteligentes y cultos antes de esa época, y no hay ninguna garantía de que ésta sea la opinión de los pensadores cultos en un futuro distante. Este punto de vista ha inclinado la balanza más que nunca en el siglo XX, a pesar de --y quizás debido a-- los notables éxitos que han tenido en este siglo métodos semejantes a los utilizados en la antigua Roma o en el Renacimiento italiano, épocas que los europeos cultos han estudiado durante siglos. Desafiar este punto de vista de la “legitimidad" se considera ipso facto "atávico", "ignorante", o hasta "monstruoso".
Las ramificaciones de un sistema moral compartido subconscientemente, que determina la exactitud o la aceptabilidad de un paradigma histórico, serán tratadas al final de esta parte (Parte I) del ensayo, donde se enfrenta al crítico social y reformador soviético Roy Medvedev con la demanda contenida en el título de su influyente libro, Let History Judge [Que la Historia Juzgue], una de cuyas paráfrasis es un leitmotif de Darkness at Noon [Cero y el Infinito], novela erudita publicada en 1940 por el comunista desencantado Arthur Koestler sobre los Procesos Estalinistas de los años 1930. No se puede saber lo que dirá el futuro sobre Stalin o Yezhov, a pesar de la confianza implícita que Medvedev y otros parecen albergar en que el veredicto confirmará "su punto de vista", porque el futuro es desconocido, y porque la gente siempre ha tenido muy poco éxito en la predicción del futuro a pesar de todo lo que tienen que decir sobre él. Puede llegar un tiempo, dentro de varios siglos, en el que los niños aprendan en la escuela que: "Una vez, durante un breve período, existieron regiones del mundo en las que la esclavitud fue suprimida y un ser humano no podía poseer en propiedad a otro ser humano". Sin embargo, podemos dejar hablar al pasado. Para este propósito, se ha seleccionado a cuatro "jurados" para el final de esta Parte --todos ellos hombres cultos e ilustres del pasado de Europa (no hay marxistas ni asiáticos cultivados del pasado o del presente)-- para someter a juicio a Stalin: Platón, Maquiavelo, Sir James Frazer (un británico culto del Siglo XIX, autor de The Golden Bough [La Rama Dorada]), y Friedrich Nietzsche. Medvedev y su cohorte no gustarán del veredicto allí pronunciado, que es unánimemente favorable a Stalin. Este ensayo prosigue ahora con una discusión más detallada del paradigma totalitario de la sociedad soviética, tal como ha sido bosquejado anteriormente por Getty y Manning, y a medida que las nuevas pruebas de archivo arrojan fuertes dudas sobre la validez del paradigma totalitario y sobre la mayor parte de lo que se ha escrito sobre la sociedad estalinista en el pasado medio siglo.
Philip E. Panaggio: STALIN Y YEZHOV: UNA VISIÓN EXTRAPARADIGMÁTICA
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