lunes, 28 de febrero de 2011

Felicidad y obediencia humana

Lo que se ha dicho hasta aquí puede quedar más o menos claro para la mayoría de los especialistas y profanos, a pesar de los desacuerdos. Pero cuando surge la cuestión de imponer la obediencia humana como parte de lo que desdeñosamente se ha llamado "ergonomía" (una expresión acuñada por Roscoe Pound, botánico y sociólogo americano), la confusión y el misterio predominan. Esto es así, sobre todo, cuando la obediencia que se persigue no es la conducta de una persona "liberal", "republicana", "igualitaria", "humanitaria", "buena cristiana", etc. Los códigos y principios morales arcaicos, originados hace más de 3.500 años entre los pueblos pastores y agrícolas del mundo semítico, combaten el pensamiento claro y usurpan el ámbito de discusión. De este modo, surge en muchas personas una negación incontrolable de lo que el avance de las ciencias físicas ha hecho cada vez más obvio a nivel empírico: no sólo se puede obligar a los seres humanos a obedecer, sino que pueden ser entrenados u obligados a creer, recordar y sentir que son felices y libres, tanto individual como colectivamente, en un grado mucho mayor de lo que admite el pensamiento tradicional basado en los mencionados códigos. De hecho, parece que hacer "ingeniería humana" para que las personas tengan estos rasgos es un rompecabezas menor que, por ejemplo, descubrir cómo hacerlas más inteligentes o adaptadas. Este pensamiento incomoda a los intelectuales occidentales de la tradición judeocristiana, que sólo reconocen fácilmente la posibilidad de lograr que la gente sea más culta y más sana.

Las tradiciones inhibitorias mencionadas en el párrafo anterior encontraron continuidad en los aristotélicos medievales cristianos y rabínicos, como Santo Tomás de Aquino, Moisés Maimónides y los Talmudistas, en clérigos y filósofos cristianos como Descartes, pasando por la la Ilustración --que fue la principal corriente de pensamiento en el siglo XVIII en Europa-- hasta llegar al siglo actual. En contraste, una de las concepciones principales del punto de vista materialista y científico --un punto de vista que existió en el mundo clásico y apenas sobrevivió hasta que el Renacimiento lo hizo resurgir-- es que el pensamiento y el comportamiento humanos son el resultado de interacciones entre la herencia y el desarrollo neurológico bajo la influencia de situaciones ambientales determinantes. Esta idea está siendo ahora boicoteada y rabiosamente combatida por una nueva ola de cristianismo en América, y por la "policía del pensamiento" de la "corrección política" que inclina la balanza moral en los centros de estudios superiores. La cuestión de la influencia sobre el comportamiento humano --por muy vehementemente impugnada y rodeada de confusión que se halle-- será tratada al final de esta parte del ensayo (la Parte I). En vez de dar una respuesta final que sea satisfactoria para todos, se hará allí una presentación bastante provocativa de los puntos de vista ampliamente divergentes de cuatro conocidos pensadores occidentales no marxistas o pre-marxistas, que trataron este tema y dieron respuestas absolutamente incompatibles con la creencia convencional del cristianismo, el judaísmo y el humanismo actual, que considerarían sus respuestas como prácticamente tabúes. Algunos lectores ya sabrán que el más influyente de todos los pensadores precristianos de occidente, Platón, pensaba que no sólo es posible obligar a las personas a creer y obedecer, sino que se las puede obligar a ser buenas, una idea diametralmente opuesta a las ideas cristianas de "alma", "libre albedrío" y lo que se entiende por "un hombre bueno".

Philip E. Panaggio: STALIN Y YEZHOV: UNA VISIÓN EXTRAPARADIGMÁTICA

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