Un ensayo de Antonio Fernández Ortiz. Parte 4 de 4
VI
Ejemplos concretos sobre el carácter tradicional de la sociedad soviética contemporánea podrían citarse sin fin. Éstos deben ser comprendidos dentro del contexto general de una sociedad en la cual sus soportes culturales se han formado en estrecha relación con la naturaleza y con una idea del territorio, en el cual el individuo se enfrenta con unos límites terrenales imprecisos, un mundo inabarcable y difícil de someter a la voluntad del hombre, limitado sólo por el universo circundante. En este espacio de límites indefinidos, las etnias que conforman el conglomerado de pueblos de la Unión Soviética se articulan entre sí y con el medio natural por la experiencia acumulada en siglos de convivencia en común, en la cual la relación conflicto/cooperación dio como resultado final la formación de un todo orgánico, capaz de desarrollarse autónoma e independientemente de la voluntad de sus componentes. Uno de los elementos fundamentales que dan cohesión a todos estos elementos es la concepción del Estado. De él se tiene una idea cuasi religiosa, sacralizada y, al mismo tiempo, paternalista, a través de la cual el Estado es percibido no como un instrumento de dominación o explotación, sino como un gran tutor que vela por la cohesión en el seno de su amplia familia. El proceso histórico de creación y consolidación del Estado ruso, así como su expansión a través de los amplios territorios que le eran limítrofes, se realiza en no pocas ocasiones a lo largo de su historia como un acto de sometimiento a la tutoría paternal y sagrada del Estado por parte de diversas etnias y nacionalidades. Etnia, naturaleza, comunidad, territorio, Estado configuran un cosmos único, en el cual la supervivencia del mismo deviene de la unidad de sus partes. Las concepciones que de estas nociones se desprendían contribuyeron a crear un arquetipo cultural, donde la idea de la solidaridad se hizo extensible a estructuras sociales más amplias. Son éstos, en rasgos generales, los componentes de la sociedad tradicional rusa. A ellos hay que acercarse no sólo en su dimensión material, sino también en su componente espiritual, ya que serán determinantes en la concreción de un tipo de pensamiento que impregnará todos los aspectos de la sociedad soviética, incluso a aquellos grupos que apasionadamente lucharan contra ella.
La fuerza y resistencia de esta Rusia tradicional es la que recondujo todo el proceso revolucionario tras los conflictos políticos de los años veinte. Cuando los bolcheviques incorporaron al campesinado a su movimiento, no sólo incorporaron un elemento estratégico necesario para movilizar a grandes masas de población (independientemente de que una parte de la élite revolucionaria así lo pensara en un principio), incorporaron un potencial nacional que paulatinamente comenzó a manifestarse políticamente. La Rusia tradicional encontró en el bolchevismo el vehículo idóneo para expresarse. Fue éste un Proceso complejo, donde los resultados no se manifestaron como respuestas lineales que obedecían a la suma de elementos casuales, sino que la fuerza y el tamaño de la respuesta histórica de la URSS de los años treinta (colectivización e industrialización) se debió a la simbiosis de elementos tan diversos como industrialización, marxismo y sociedad tradicional, donde además la presencia de muchos factores no racionales produjeron efectos no previstos. Tradición y modernización iniciaron juntas, con toda su carga de contradicciones e incompatibilidades, una andadura histórica que dio como resultado el concepto de sociedad que conocemos como URSS y que los hombres del fin de siglo han puesto en cuestión.
A modo de conclusiones, trataremos de poner un poco en orden las ideas principales de todo lo que hasta aquí hemos escrito. La consideración de la Unión Soviética como una sociedad tradicional industrializada permite, desde nuestro punto de vista, una mejor comprensión de su historia contemporánea. Lo que fue considerado como culto a la personalidad, la entrega y el entusiasmo de las grandes masas, el carácter sacralizado y paternalista del Estado, etc., encuentran una mejor explicación si en ellos identificamos la existencia de la sociedad tradicional. Hasta ahora, la consideración de la URSS sola y exclusivamente como una sociedad moderna industrializada que, aunque socialista, se ajustaría a los modelos de Europa occidental, ha conducido a la elaboración de no pocos tópicos y esquemas fijos de interpretación de su historia más reciente. Todo aquello que la metodología occidental no acertaba a explicar se incluía en el saco de las deformaciones o, en el mejor de los casos, en él de los enigmas. En este sentido creernos que el conocimiento de la sociedad tradicional soviética es fundamental, en tanto en cuanto que nos ayuda a comprender las contradicciones de la sociedad del socialismo real.
Hasta ahora en Occidente el acercamiento a la URSS se hacía desde una crítica ideologizada de su historia y desde la negación absoluta de la supuesta experiencia deformada del socialismo. La izquierda europea negó el carácter socialista de la URSS en tanto en cuanto no comprendió el dualismo del proceso que se estaba llevando a cabo. No comprendió en un principio el auténtico significado del bolchevismo cuando se identificó con él. No comprendió más tarde el fenómeno del estalinismo y, en general, el fenómeno de la URSS y renegó de él con la misma virulencia que lo hicieron los conversos españoles del siglo XVI. Más tarde, la izquierda europea aceptó la idea de la perestroika como fenómeno corrector de la deformación, no comprendiendo los riesgos que comporta actuar de una manera mecanicista en un mundo complejo, que no atravesó por las mismas fases de evolución que el Occidente europeo.
En la actualidad, desaparecida la capa formal del socialismo, queda en la Unión Soviética la realidad de su sociedad tradicional. Su mundo interétnico, con sus difíciles equilibrios y sus relaciones de dependencia personal. Su específico carácter multicultural y policonfesional. Su especial sentimiento por la tierra, que impide una concepción de la misma como propiedad privada y como mercancía, y donde todavía numerosas etnias, como, en el caso de los buriatos, no han conocido en su milenaria historia la propiedad privada de la tierra. Pero desaparecido el estrato oficial, alejado el comunismo del poder, la negación de las estructuras sociales, de la cultura, de las concepciones del mundo inoperantes en estas extensas tierras continúa, apareciendo entonces el verdadero sentido de la negación, la cual no obedecía tanto a la existencia del socialismo como a su carácter de sociedad tradicional. No en vano, el eurocentrismo radical arrastra una obsesión patológica contra el mundo tradicional que, en los albores de la modernidad europea, fue el mayor obstáculo para la formación del capitalismo y contra el que desarrolló una intensa lucha que implicó la utilización de medios que iban desde las guerras de exterminio hasta la transformación del espíritu de los hombres.
La puesta de manifiesto de la existencia de la sociedad tradicional no implica una defensa de la misma y una torna de partido específica por ella. Los movimientos románticos de recuperación de una sociedad tradicional bucólica e idílica están fuera de lugar. Europa occidental quemó las naves hace bastante tiempo como para poder plantearse este tipo de cosas. Pero, al mismo tiempo, el hombre europeo debería tener conciencia de su propia exclusividad como hombre de la modernidad en un mundo que, aun a pesar de todas las manipulaciones ideológicas que desde Occidente se realizan, está en su mayoría habitado por hombres que de una u otra manera viven en el seno de sociedades tradicionales. Tratar de alterar este mundo, tratar de prolongar la batalla contra las tinieblas iniciada en la modernidad europea puede suponer, como consecuencia de la alteración de sociedades especialmente complejas, respuestas de tal envergadura que pongan en peligro la existencia del hombre, y de la vida en general, sobre la Tierra.
Una última consideración sobre el carácter y la relación entre la URSS y la intelligentsia. Al principio de estas páginas aparecía una cuestión: ¿Qué entiende la intelligentsia por estalinismo? Después de todas las consideraciones aquí expuestas podríamos decir que estalinismo es el culto a la personalidad, y son las violentas represiones, y es la victoria en la Guerra Patriótica, y es la colectivización del campo. Pero, para la intelligentsia, estalinismo es la frustración de su ideal de revolución. Es por ello que el término «deformación» alcanzó tan alto éxito. En un artículo de D. Volkogonov, publicado en «Literaturnaia Gazeta» en 1987, este autor comenta cómo Trotski se preparaba para ser el futuro dictador de Rusia (incluso había preparado la edición de sus obras completas en 28 tomos en tono de líder y gran teórico de la revolución mundial) y cómo la frustración de esta pretensión a consecuencia de su enfrentamiento con Stalin generó en él un odio mortal hacia su oponente: «Después de su expulsión del país, en Trotski quedó una perpetua, maniática obsesión: el odio hacia Stalin. Hasta el fin de su vida, nadie en el mundo escribió tanto corrosivo, malo, ofensivo, caricaturesco y humillante sobre Stalin como Trotski» [nota: VOLKOGONOV, D. «Fenomen Stalina», en «Lieraturnaia Gazeta», nº 50, Moscú, 9 de diciembre de 1987.] (36).
La intelligentsia nació como fenómeno específico de la cultura rusa que buscaba su occidentalización y que hizo de la negación de su sociedad tradicional el soporte principal de sus planteamientos ideológicos. Toda su actividad revolucionaria durante años consistió precisamente en esto. La intelligentsia intuyó que el bolchevismo no era su revolución. No obstante, algunos de los líderes bolcheviques más significativos (como es el caso de Bujarin o Lunacharski) procedían de los ambientes de la intelligentsia, la cual sólo después de la guerra civil se vinculó a la causa de la Revolución en la medida que creyó identificarse con los postulados modernizadores que el bolchevismo portaba. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos, en el sentido de la formación de lo que luego vino en denominarse estalinismo, supuso la frustración de las aspiraciones de la intelligentsia. Es posible, que esta frustración, al igual que en Trotski, formara en ella un odio patológico hacia esa sociedad y hacia ese Estado que frustraron sus deseos y su modelo de revolución justo cuando éstos parecían más cercanos. Puede que en esto radique la dureza de los ataques que la Unión Soviética y todas sus estructuras sociales e ideológicas sufrieron en el tiempo de la perestroika por parte de la intelligentsia.
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