V
Lejos de nuestra intención pretender presentar la evolución de la Revolución de Octubre durante el período que ha venido en denominarse estalinismo como una opción premeditada hacia la síntesis. Sería más oportuno indicar el carácter evolutivo y contradictorio de este proceso, que además está en estrecha relación con la solución de determinados problemas concretos que se presentan en el curso de estos años. Veamos a través de algunos ejemplos representativos cómo se manifiesta este carácter tradicional y cómo se recurre a él para la solución de cuestiones de gran envergadura que pusieron la supervivencia no sólo del Proceso revolucionario, sino también de la propia URSS como país, en trance de desaparecer.
a) La decisión de la colectivización del campo en la Unión Soviética, aun a pesar de ser un tema largamente debatido, se realizó finalmente en condiciones de urgencia. Las necesidades de un control rígido de la producción agrícola para cubrir las necesidades del plan de industrialización aceleraron la decisión de la colectivización. El plan tomado para su realización era una formulación idealizada de cómo debería ser una comuna. Estas comunas estaban diseñadas según la idea del kibutz hebreo, la cual presuponía la ruralización de personas formadas en una cultura urbana. El movimiento de colectivización fue recibido por los propios campesinos, en un principio, con el entusiasmo que caracterizó a todos los movimientos de masas durante el estalinismo. Sin embargo, inmediatamente el choque entre ese modelo ideal de comuna y las sólidas estructuras tradicionales del campesinado produjo una oleada de desencanto hacia el movimiento de colectivización que supuso la negativa radical de los campesinos a entrar en este tipo de koljós y como respuesta la utilización de la violencia por parte del poder soviético como medio de persuasión.
En estas condiciones, Stalin modificó la concepción del modelo de colectivización en el sentido de establecer corno modelo de comuna la fórmula tradicional del artel ruso, expresándolo públicamente en un importante artículo aparecido en el diario «Pravda» de Moscú con el título de «El vértigo de los éxitos». En él Stalin señala: «Una de las grandes cualidades de la estrategia política de nuestro partido consiste en que sabe elegir en cada momento el eslabón básico del movimiento. (...) ¿En qué consiste este eslabón fundamental? ¿Puede ser en el cultivo común de la tierra? No, no en esto. El cultivo en común de la tierra, donde los medios de producción todavía no están generalizados, representa ya una etapa superada del movimiento koljosiano. ¿Puede ser en la comuna agrícola? No, no en la comuna. Las comunas representan por ahora un fenómeno singular en el movimiento koljosiano. Para las comunas agrícolas, como forma predominante donde está generalizada no sólo la producción, sino también la distribución, las condiciones todavía no están maduras. El eslabón fundamental del movimiento koljosiano, su forma predominante en el momento dado, a la cual ahora es necesario agarrarse, está representada ahora por el artel agrícola» [nota: STALIN, I. V. «Golovokuznenie ot uspejov», en «Sochinenie I. V. Stalina», Institut Marksa-Engel’sa-Lenina pri TSK VKP(b), tomo 12, Moscú, 1949, pp. 191-199. ]
La importancia de este cambio es tal, que quizá pueda afirmarse que de él dependió en gran medida la diferencia que va de la destrucción a la supervivencia de la vieja obshina campesina rusa. Por un lado podemos observar la resistencia de unas estructuras campesinas a su transformación aun cuando sobre ellas recae todo el peso de la poderosa maquinaria estatal que el poder bolchevique estaba formando en estos años. Por otro, la habilidad política o el conocimiento de la realidad social sobre la que operaban que en estas decisiones mostraron los bolcheviques y en especial Stalin. La imposición por la fuerza del modelo inicial de colectivización hubiese ocasionado una destrucción del mundo campesino y de sus estructuras económicas incomparablemente mayor que las consecuencias del primer año de colectivización aún con la secuela del hambre que sacudió a Rusia en estos años.
b) En relación con la guerra, podemos ver otro ejemplo de la afloración/recuperación de la sociedad tradicional. En esta ocasión el problema se plantea en relación con el carácter étnico de la población soviética. En la zona sur de la URSS, en los territorios aledaños al Volga, en Krimea y en el Cáucaso, algunos de los grupos étnicos que allí están establecidos prestaron colaboración a los ejércitos de ocupación alemanes. Después de expulsados los alemanes, estos pueblos tuvieron que enfrentarse con una dura realidad. En tiempos de guerra habían colaborado con el ejército invasor, incluso tomando las armas contra el ejército soviético. Liberados estos territorios de la presencia alemana se planteó el problema de las responsabilidades. La colaboración con el enemigo en tiempo de guerra es rigurosamente castigada en todos los países del mundo. La condena a muerte es el castigo habitual. Pero la aplicación de tal castigo a todos los que tomaron las armas contra el ejército soviético suponía un castigo de tal envergadura que incluso las bases para la posterior pervivencia de estos pueblos como grupos étnicos se verían amenazadas. Además, el propio carácter de la decisión que llevó a la colaboración implicaba un planteamiento específico del castigo. La decisión de actuar contra el poder soviético no fue una decisión individual tomada voluntariamente por cada uno de los miembros de estas etnias. La decisión fue colectiva, prácticamente toda la etnia, a través de los lazos de dependencia personal articulados por los elanes familiares, participó contra el poder soviético. Pero decisión colectiva no significa decisión democrática. Fueron los jefes naturales de los clanes los que decidieron y sus decisiones vinculaban a todos. El poder soviético decidió hacer responsables no a los individuos aisladamente (aunque los mayores responsables fueron ajusticiados), sino a toda la etnia. El castigo fue el traslado desde sus territorios de asentamiento a otras zonas de la Unión Soviética situadas al sur de Siberia y Kazajastán. Este castigo afectaba incluso a soldados y oficiales fieles a la URSS que se encontraban en los frentes y que en numerosos casos fueron desmovilizados y trasladados junto con el resto de los miembros de su etnia al interior de la URSS. El castigo tomaba una dimensión mítica, casi de castigo divino. El máximo pecado que pudieron cometer fue entregar la patria al enemigo. Por ello se les negó el derecho a defenderla, se les obligaba a abandonarla e incluso los nombres de las repúblicas y los límites territoriales fueron modificados.
«En relación con que durante el período de ocupación por los invasores alemanes-fascistas del territorio de la RSSA de Kabardino-Balkaria muchos balkares cambiaron de patria, ingresaron en destacamentos alemanes armados y actuaron de diversas formas contra parte del Ejército Rojo, prestaron a los ocupantes fascistas ayuda en calidad de guías en los pasos de montaña y después de la expulsión del Cáucaso de los ejércitos del enemigo ingresaron en bandas alemanas organizadas para el trabajo contra el poder soviético: el Presídium del Soviet Supremo de la URSS decreta (...) 3. Cambiar el nombre de la RSSA de Kabardino-Balkaria por el de RSSA de Kabardina (...)» [nota: Decreto del Presidium del Soviet Supremo de la URSS sobre el traslado de los balkares de la RSSA de Kabardino-Balkaria y sobre el cambio de nombre de dicha república. Citado en ALIEVA, S. (ed.) «Tak eto bylo», Insan, Moscú, 1993]
Al carácter tradicional del delito le fue aplicado una forma de castigo que tenía que ver más con las prácticas de organización estatal de Gengis-Kan que con las formas del Estado de derecho que se le presuponían a la URSS de esta época en tanto en cuanto la industrialización le habría supuesto la entrada de lleno en los conceptos de sociedad moderna comunes a la Europa occidental. El caso de estos traslados masivos de población despierta hoy día en la URSS fuertes controversias. La aplicación de estas medidas en tiempo de guerra tuvieron repercusiones trágicas para estos pueblos. El número de víctimas ocasionados por los traslados y por la falta de abastecimientos fue elevado, pero estas secuelas obedecieron más a las dificultades de la guerra que a una actuación premeditada por parte del poder hacia un exterminio étnico. El tipo de castigo aplicado, a pesar de su dureza, posibilitó la pervivencia de la etnia. La aplicación de un tipo de castigo más acorde con la sociedad de derecho que conocemos en Occidente y que en la actualidad los defensores de la democratización de Rusia exigen hubiese supuesto una actuación mucho más dura y desconsiderada hacia las viejas estructuras étnicas. En cambio, la asunción de la culpa y del castigo de manera colectiva posibilitó la permanencia de la etnia, aun a pesar de que algunas de ellas fueron divididas en dos o más grupos que fueron establecidos en lugares separados.
La extensión del Estado de derecho hizo desaparecer de la faz de Europa occidental a las etnias y a todas sus estructuras solidarias de carácter tradicional, que fueron suplantadas por la ficción del Estado nacional. El proceso no fue en absoluto pacífico ni incruento, e incluso hoy día podemos observar las grandes contradicciones que se producen en diversas regiones del planeta, donde sobre realidades sociales de carácter tradicional se quieren aplicar las formas sociales del racionalismo europeo y del Estado de derecho.
No obstante, la referencia a estos sucesos en estas páginas no pretende entrar en un debate sobre sus consecuencias violentas. Recurrimos a ellos en tanto en cuanto son un ejemplo del carácter específico de la sociedad soviética del momento y de lo peculiar de determinadas reacciones, tan lejanas del mundo liberal occidental.
c) En los años treinta se inicia la industrialización acelerada de la economía soviética. En estas condiciones se hace necesaria la búsqueda de una ética específica del trabajo socialista, hasta ese momento inexistente. Por un lado tratan de imponerse los parámetros de organización industrial de Occidente. El trabajo de grandes masas de trabajadores en centros industriales requiere una forma específica de organización del trabajo en la cadena de producción. En Occidente, la ética del trabajo gira en torno al concepto de profesión y de profesionalidad, que encontró su mejor formulación en los preceptos religiosos de la Reforma protestante y fue adaptándose progresivamente a las necesidades del capitalismo, en la medida en que los posteriores movimientos religiosos surgidos de su seno fueron concretando el significado de este concepto en relación con la fe.
«Profesión es aquello que el hombre ha de aceptar, porque la providencia se lo envía (...) y esta idea determina la consideración del trabajo profesional como misión, como la misión impuesta por Dios al hombre» [nota: WEBER, M. «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», Orbis, Barcelona, 1985, p. 101.]
El técnico, el profesional debe esmerarse en hacer cada vez mejor su trabajo. Pero la esencia de este trabajo está en su regularidad y en su continuidad: «La valoración ética del trabajo incesante, continuado y sistemático en la profesión, como medio ascético superior y como comprobación absolutamente segura y visible de regeneración y de autenticidad de la fe, tenía que constituir la más poderosa palanca de expansión de la concepción de la vida que hemos llamado "espíritu del capitalismo”» [nota: WEBER, M. Op. cit., p. 204. ]
De esta manera, si es necesario aumentar la producción, se recurre al aumento de la jornada laboral o a una perfección de los instrumentos de trabajo y de la maquinaria. El recurso a la variación del ritmo y de la regularidad en el trabajo es raramente empleado en el sentido de exigir del obrero una intensificación continuada del esfuerzo para conseguir un aumento de la producción.
La ética del trabajo socialista formulada en estos años de impulso industrial se basa en el concepto de emulación. Para que haya emulación debe haber un referente a quien emular y un fin en la emulación. Difícilmente un obrero textil de Manchester u otro de Barcelona pudieron encontrar en el enriquecimiento de sus respectivos empresarios un fin para la intensificación del trabajo. Es conocida la figura de Stajanov. Minero, se convirtió en estos años en el referente ideal de la emulación. Stajanov fue el prototipo de una figura que después alcanzó carácter oficial en la Unión Soviética: el Héroe Socialista del Trabajo. La búsqueda de una ética del trabajo socialista se buscó y se encontró a través del entorno a la idea del héroe.
«La memoria popular retiene difícilmente acontecimientos "individuales” y figuras “auténticas".
Funciona por medio de estructuras diferentes; categorías en lugar de acontecimientos, arquetipos en vez de personajes históricos. El personaje histórico es asimilado a su modelo mítico (héroe, etc.), mientras que el acontecimiento se incluye en la categoría de las acciones míticas» [nota: WEBER, M. Op. cit., p. 204. ]. La permanencia de la figura, del arquetipo, del héroe es algo que observamos todavía en la espiritualidad del hombre soviético como uno de los rasgos más evidentes de su vinculación con el mundo tradicional del que procede y en el que todavía se encuentra. Consciente o inconscientemente, la figura de Stajanov, en la medida que se asimilaba a la figura del héroe, se convirtió en un ejemplo a imitar. Stajanov y su brigada consiguieron elevar la productividad de su trabajo cuatrocientas veces por encima de la tasa normal. Al mismo tiempo, los resultados de su trabajo no guardaban relación con el gasto de energía física que supuestamente debería llevar parejo. En su caso existía una especial relación con el trabajo, de tal manera que hombre y trabajo eran un todo único e indisoluble, de él tenía Stajanov una percepción cuasi espiritual.
En Rusia, en relación con los grandes maestros artesanos, se empleaba un término específico: «ojo mágico». Con él se designaba a aquellas personas dotadas de una capacidad especial para la realización de objetos de precisión, juguetes mecánicos, miniaturas, joyas, etc. De Stajanov se decía que tenía ojo mágico. El trabajo de picador en la mina consiste en ir separando capas de mineral de la veta principal. Stajanov tenía la virtud de percibir, de ver, en el interior de la galería los puntos de tensión de la veta de carbón y, allí, en estos puntos, él aplicaba su martillo, desprendiéndose una amplia sección de la veta y aumentando de esta manera la productividad del trabajo hasta cotas inimaginables. Su caso no era único. Se repetía en multitud de anónimos stajanovs que se repartían por la geografía de la Unión Soviética durante estos años y que fueron los protagonistas de un fenómeno hasta entonces desconocido. Ya en los años del primer plan quinquenal, Ortega y Gasset escribía desde la plácida Europa lo que de gesta moral tenía «el plan de cinco años» del gobierno soviético y, como el entusiasmo y la disciplina que había despertado en la Unión Soviética, podía convertirse en una amenaza para la floja Europa que vegetaba sin dar un sentido específico a la vida que cubriera el vacío existencial del europeo [nota: ORTEGA Y GASSET, J. Op. cit. pp.253-255] ¿Qué era lo que motivaba esta entrega espiritual al trabajo? ¿Dónde encontraba el hombre soviético los fines que justificaban este ímpetu, esta aspiración? La propaganda oficial siempre trató de explicar esto a través de la entrega de las masas a la tarea de construcción del socialismo. Pero esto sólo era cierto en la medida que las masas populares percibieron la causa del socialismo a través de su identificación con los valores nacionales más sagrados para ellos. Para el pueblo ruso, su tierra siempre fue sagrada. Esta idea es bastante antigua y en ella se encontró un fuerte argumento para la construcción del Estado. Tras la caída de Constantinopla, los ideólogos del naciente Estado ruso encontraron en la identificación de Moscú como la Tercera Roma un importante soporte ideológico. En defensa de esta sacralidad era necesario, si el momento lo reclamaba, morir en la guerra. Existe también un concepto en lengua rusa cuya traducción directa al español sería el de «potencia», pero que en lengua rusa tiene un significado próximo al de «grandeza», con un fuerte contenido espiritual que es imposible percibir fuera de Rusia. En este tipo de valores nacionales, que el hombre ruso siempre percibió con un fuerte carácter espiritual, recuperados a través de la idea del socialismo, encontraron las masas trabajadoras una motivación para la entrega entusiasta al trabajo.
En los años treinta defender la tierra rusa era industrializarla o trabajar en el avance de la colectivización. No en vano, la industria, el campo o la minería se convirtieron en «frentes». El frente agrario, el frente de la industrialización, etc., y a través de estas concepciones se realizó toda una profunda campaña ideológica. Durante la Guerra Patriótica, la defensa de Rusia pasaba por la línea del frente de batalla, pero también por el de la producción industrial, agrícola o científica. Y ninguna motivación que no fuera espiritual permitía a los hombres hacer funcionar las fábricas reinstaladas a la intemperie al este de los Urales a cincuenta grados bajo cero o a las mujeres tirar de los arados día y noche ante la ausencia de maquinaria y animales de labor, destruidos por los alemanes en los territorios ocupados. A partir de los años treinta, defender la sagrada tierra rusa era industrializarla, y en este empeño, como en el frente de batalla, se podía, y quizá debía, morir [nota: En la aldea rusa, en tiempos de guerra, las madres se debatían entre una terrible dualidad. Por un lado el deseo de que ninguno de sus seres queridos muriera en la guerra. Pero al mismo tiempo era considerado como una ofensa a la comunidad que de una determinada familia volviesen todos sanos y salvos del frente de batalla. Se consideraba entonces que esta familia no había contribuido a defender con su sangre la sagrada tierra rusa. Lo que parecía una figura olvidada en la historia rusa, se vuelve actualidad en momentos de crisis. En los días de los violentos enfrentamientos de octubre de 1993 en Moscú, a las puertas del Soviet Supremo, las mujeres, normales amas de casa, azuzaban a los hombres (en especial y primeramente a sus hombres) a incorporarse a las columnas de voluntarios que debían ocupar las instalaciones de televisión.] En aquella guerra, como en los años del ataque alemán, las únicas opciones eran la victoria o la muerte.
Sin embargo, esta actitud ante el trabajo, al corresponderse más con la explosión de los sentimientos que con un planteamiento racional, requiere tal entrega y tal desgaste emocional que su prolongación por mucho tiempo es prácticamente imposible. Lo sorprendente vuelve a ser que en Rusia esta explosión se prolongó de manera continuada por más de treinta años, quedando de ella, como institución permanente, la figura del Héroe Socialista del Trabajo.
d) En relación con la figura del héroe, también es importante cómo éste sirve en la memoria colectiva para la apropiación del presente más inmediato. Así, la figura del líder revolucionario es asumida por la mentalidad tradicional del campesino a través de su identificación con el panteón popular de los héroes nacionales. Un ejemplo interesante lo vemos reflejado en la novela de Sholojov «El don apacible», en un pasaje de la cual muestra cómo un grupo de cosacos, pertenecientes a las filas del poder soviético durante la guerra civil, asumen la figura de un líder político a través de la asimilación de éste a sus héroes nacionales, S. Razin y Pugachov. El campesino cosaco, que no entiende de formulaciones filosóficas y de estrategias políticas, sólo percibe el mensaje bolchevique en la medida que puede asociarlo a sus viejos mitos nacionales sobre la lucha contra los poderosos en defensa del pueblo pobre y desamparado.
«-Ilya Mirrich, ¿de donde procede Lenin? ¿Donde nació y se crió?
»-¿Lenin? Es ruso.
»,-¿De veras?
»-Sí, es ruso.
»-¡No hermano! Se ve que sabes poco de él -siguió Chikamasov, con un deje que entonaba superioridad-. ¿Sabes de qué sangre es? De la nuestra. Es un cosaco del Don, nació en el distrito de Salks, en la stanitsa Veiikoniazheskaia, ¿comprendes? Según dicen sirvió en artillería. Su cara misma lo dice, es clavada como la de los cosacos del bajo Don: los pómulos salientes, los ojos (...)
»--¿Dónde lo has oído?
»--Los cosacos lo comentaban entre sí.
»--No, Chikamasov. Es ruso, nació en la provincia de Simbirks.
»--No, no lo creo. Sencillamente, no lo creo. ¿No era Pugachov cosaco? ¿Y Stepan Razin? ¿Y Errnak Timofcievich? ¡Claro que sí! Todos se levantaron contra los zares en defensa de los pobres, todos fieros cosacos. Y tú dices que de la provincia de Sirnbirks (...). Hasta sabe mal escuchar esas cosas (...)» [nota: SHOLOJOV, M. «El Don apacible», tomo II, Progreso, Moscú, 1975, pp. 162-163.]
No sólo la figura de Lenin fue incluida en el panteón de los héroes nacionales, sino que, en diferente medida, la asimilación de diferentes personajes a la categoría de héroes continúa hasta hoy día. Stalin fue rápidamente asimilado a los grandes mitos que con su actividad crearon y consolidaron el Estado ruso, en especial con aquellos que conjugaron en su persona el poder autoritario y la actividad reformadora, son los casos de Iván el Terrible y Pedro el Grande. La mentalidad tradicional rusa está tan arraigada y es tan propensa a la formación de mitos y del héroe, que el Mariscal Zhukov o Gagarin ocupan ya el lugar que les corresponde entre los grandes héroes de su memoria histórica. Aún hoy día, la figura del héroe está firmemente presente en la memoria popular.
e) Otro ejemplo ilustrativo es el carácter cíclico del trabajo en la industria soviética. Era común en los años de la perestroika, en la crítica al Plan como organizador de la economía soviética, el culpar a éste de la supuesta baja productividad en las empresas estatales. Se argumentaba que como las brigadas o secciones de trabajo tenían una cuota de producción asignada, ésta se realizaba en los últimos días del plazo, mientras el resto del tiempo los trabajadores, en el mejor de los casos, haraganeaban. Todavía hoy es difícil determinar si el Plan impedía el trabajo efectivo o, por el contrario, se convirtió en una forma específica de organizar el trabajo que no por estar lejos de los modelos de organización de la producción en Occidente era por ello menos válida.
Los obreros industriales soviéticos eran, antes de la Revolución, un 10 por 100 de la población de la Rusia imperial. La industria comenzó a desarrollarse masivamente sólo a partir de los años treinta. Las grandes cantidades de nuevos obreros provenían todos de las aldeas situadas en los más diversos puntos de la geografía rusa. Gentes sin cultura urbana, sin cultura del trabajo industrial, se trasladaron a un medio extraño para ellos. Las condiciones del cambio, aun a pesar de todos los intentos porque no fuesen duras, no tenían por menos que ser difíciles. En esta situación, los trabajadores debieron hacer un gran esfuerzo para adaptarse a las nuevas condiciones. Estos nuevos obreros aportaron a sus nuevos centros de trabajo y, en general, a su nueva vida en las ciudades sus formas tradicionales de vida, de las cuales, incluso en el caso de desearlo intensamente, no podían desprenderse en tan corto espacio de tiempo. Ellos trajeron de sus aldeas sus costumbres campesinas.
La actitud cíclica ante el trabajo, sin tener en cuenta aquí otras consideraciones de carácter ideológico, tiene en Rusia un carácter imperativo. Las estaciones están muy bien delimitadas por el riguroso clima ruso. El invierno es demasiado largo y la figura del muzhik («campesino») acostado sobre el horno o tejiendo laptis en el interior de la casa mientras fuera se desarrolla la tormenta, es demasiado habitual en la literatura rusa como para no tenerla en cuenta. Esta actitud cíclica, las últimas generaciones de obreros industriales no sólo no la han perdido, sino que la han asumido como parte indispensable de su forma de trabajo.
f) Otro rasgo fundamental que caracteriza a la sociedad tradicional rusa es la existencia de la Comunidad Campesina. Su origen es remoto. La estructura feudal se superpuso a ella, pero no la destruyó, bien al contrario, por determinadas causas su vigencia e influencia en el mundo campesino se acrecentó y cuando, en 1861, se produjo la liberación de los siervos, la Ley de la Reforma obligaba a éstos a incorporarse al ámbito de la comunidad. A partir de estas fechas la comunidad prosiguió un período de reforzamiento interno, al tiempo que comienza a sufrir la presión disgregadora que las nuevas relaciones de producción, características del desarrollo de los elementos del capitalismo, producen sobre ella. No obstante, su resistencia se acrecienta de tal manera que, en los debates sobre las reformas económicas que se preparaban por los gobiernos liberales, la existencia de la comunidad es considerada como un obstáculo para el desarrollo económico, por lo que se plantea su disolución.
«La comuna servil es el gran mal de la actual vida rusa; la comuna es la primera causa de nuestra rutina, de nuestro lento movimiento, de nuestra pobreza y oscuridad, no nos hizo ella a nosotros tales como somos, sino nosotros nos hicimos así aun a pesar de la existencia de la comuna, por otras muchas cosas y sólo gracias a la infinita vitalidad del hombre ruso. Y si la comuna nos fue necesaria en el pasado, y esto no es del todo seguro, ahora ella no sólo no es necesaria, sino que nos es totalmente perjudicial» [nota: TOLSTOI, L. I. «Protiv obshchiny», Moscú, 1900, p. 42.].
Las reformas de Stolipin a principios de siglo están directamente encaminadas a tal disolución. Sin embargo estas reformas dirigidas a transformar las relaciones de propiedad en el campo y a crear un tipo de agricultor, al estilo occidental, base de una futura clase media en el campo ruso, apenas si hicieron mella en la milenaria comunidad [nota: Para la resistencia de la comunidad campesina a las presiones modernizadoras, ver SHANIN, T. Op. cit.] La capacidad de resistencia de la comunidad fue tal que en los años de la Revolución su vigencia en el campo era indiscutible. De hecho, el código de la tierra proclamado por el Poder Soviético en 1922 supuso una legalización de los principios básicos del derecho consuetudinario campesino según había existido durante el siglo XIX [nota: BOLSHAKOV, A. M. y ROZHKOV, N. A. «Istoriia joziaistva Rossii y materialaj y dokumentaj», Leningrado, Madrid, 1926.] El destino de la comunidad campesina parece volatilizarse en el aire después de la colectivización del campo iniciada en los años treinta. La opinión más generalizada presupone su disolución y la transformación en otras estructuras totalmente diferentes y ajenas a la tradición campesina rusa. Sin embargo, en esta dirección creemos que sería más apropiado plantearse la adaptación, no sin traumas y conflictos, de la comuna en las estructuras comunitarias de koljós. De hecho, en la actitud de los nuevos reformadores, ya desde los inicios de la perestroika, había un reconocimiento implícito de la pervivencia de la comunidad y hablaban de koljós como de la comuna bolchevique [nota: YAKOVLEV, A. «Predislovie, obval, posleslovie», Novosti, Moscú, 1992, p. 186.]
Para el campesino ruso, incluso para el siervo, la tierra no tiene dueño, es sagrada. Sólo pertenece a Dios. En la comunidad, la redistribución periódica de las tierras, la cohesión comunal, el igualitarismo básico encaminado a satisfacer las necesidades esenciales de la familia, las específicas percepciones de la justicia y toda una serie de pautas tradicionales de conducta contribuyeron a crear un tipo específico de pensamiento campesino, en el cual el ideal de sociedad justa se identificaba con una comunidad universal, sin límites, que incluía en su seno a todo el pueblo ruso; la realidad de un sistema comunal específico y las percepciones ideológicas que de él tenía el campesino contribuyeron a crear una estructura socioeconómica que, aunque no evitaba las diferencias sociales, sí al menos las matizaba y ponía como factor básico de supervivencia la cooperación. Este sistema generó pautas de conducta y actitudes de carácter solidario y colectivista que posteriormente aflorarían en momentos de crisis y se convertirían en uno de los soportes principales de las formas tradicionales de la vida rusa en su adaptación a las nuevas estructuras de la URSS industrializada.
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