Diego Hidalgo, capítulo de su libro Un notario español en Rusia, publicado en 1929.
Se ha dicho, se dice todavía por algunos que en Rusia, cuando llega un extranjero, se le coge, se le guía, se le acompaña y se le muestran sólo cosas ya de antemano preparadas para recibir su visita, ocultándole todo lo que a sus ojos pueda parecer malo, desagradable o mal organizado.
Así, se le lleva a una fábrica, a un cuartel, a una escuela, a una cárcel que tienen previamente destinados a la propaganda, y aleccionado el personal, el extranjero ve funcionar a la perfección todos los servicios y sale encantado de sus visitas y proclamando que este sistema bolchevique no tiene rival, cuando en realidad ha sido víctima de un engaño, pues no ve obreros en la fábrica, ni soldados en el cuartel, ni niños en la escuela, ni presos en la cárcel, sino personajes adiestrados, consumados en el arte de la ficción, que representan a las mil maravillas la comedia que les esta encomendada.
Otros se limitan a señalar que si la farsa no llega a esos extremos, sólo se enseña a los extranjeros establecimientos modelo, en los que se han perfeccionado todos los servicios y todos los adelantos.
Y yo, temeroso de que se me llevase a lugares preparados de antemano, no quería someterme a la tutela de la Voks, sino que prefería campar por mis respetos para formar así una impresión objetiva de actos, espectáculos, centros y dependencias elegidos libremente por mí.
Quiero desechar el caso de que al llegar a España puedan decirme que he sido conducido como oveja en rebaño, que se me ha mostrado el Tribunal Popular más recto, la Audiencia mejor organizada, la más perfecta Notaría, la cárcel más benigna.
La bella secretaria de la Voks sonríe al oírme, dejando ver entre sus rojos labios unos dientes felinos de marfil.
-Pero, ¿es posible - me dijo – que seriamente se digan esas cosas y que se encuentre todavía quien las crea?
"Eso supondría ya de por sí una organización perfecta; pero, por pocos días que lleve usted en Moscú, se habrá convencido de que los extranjeros gozan de una libertad completa y de que prácticamente, aunque se intenta representar la comedia, el más cándido de los visitantes se apercibiría del engaño.
"La Voks tiene por finalidad estrechar los lazos de cultura entre nuestro país y todas las naciones de la Tierra, y claro está que uno de los procedimientos para ello es dar facilidades a cuantos extranjeros vengan a Rusia para que puedan desarrollar cumplidamente la misión cultural que aquí les traiga. Pero el extranjero es, ante todo, libre de utilizar o no los auxilios de la Voks, y si pide éstos se le proporcionan en la medida que los solicita, dándole la más amplia libertad para que pueda estudiar nuestras instituciones y todo cuanto se relaciona con la Historia, la Ciencia, o el Arte, pero sin que pierda, limite o vincule su libertad de valerse de personas o visitar y estudiar los establecimientos o materias que libérrimamente designe.
"Además, la Voks ni tiene como finalidad la propaganda ni la utiliza tampoco en sus procedimientos. Es ésta una institución neutral que recibe y acoge por igual a hombres de todas las creencias, doctrinas o clases, instrumento de cultura y no de política.
''Por lo tanto, si usted quiere visitar una cárcel, un Tribunal popular, un cuartel, busquemos en una guía las cárceles, los Tribunales, los cuarteles de Moscú, y señáleme libremente uno cualquiera ése irá ahora mismo, en el acto, sin que haya tiempo de preparar la visita, aleccionar el personal o adecentar los locales."
Y así fue preparada mi visita a un presidio.
Elegí uno en el que se extinguen las condenas más duras, al que van los que han cometido los más graves delitos, entre los que se encuentran los delitos contra el Estado.
Quise ver cómo son tratados los enemigos del régimen, los espías, los contrarrevolucionarios. En un tranvía nos encaminamos a las afueras de Moscú, en donde está establecida la prisión.
Nos acompañan una pareja de ingleses y un intérprete de la Voks.
Se trata de una cárcel instalada en un edificio construido con ese fin en los tiempos del zar. Era entonces una cárcel militar. Hoy llevan a esta prisión a los condenados a las penas más duras y a los indultados de la pena de muerte.
Por lo visto, el Gobierno soviético tiene un gran interés en inculcar a toda la gente que la pena ni significa venganza ni significa castigo. Es sólo un medio de defensa para la sociedad y un medio de redención por el trabajo.
Aquí el trabajo es absolutamente obligatorio y no existen castigos de ninguna clase, sino pérdida de libertad y obligación de trabajar; pero el preso tiene todas las protecciones del obrero, todas sus garantías y gana un salario, que se distribuye en la siguiente forma: una parte para los gastos del establecimiento, otra para un ahorro obligatorio, otra que puede libremente destinar a su familia y otra que se le entrega semanalmente para sus gastos.
Adosado al gran edificio, construido en forma de abanico y distribuido en pequeñas celdas existía otro, de más reciente construcción, en donde están instalados los talleres de fabricación de géneros de punto.
El domingo, no hay trabajo, y el director, que salía de la cárcel para dirigirse a Moscú en el mismo tranvía que nosotros dejábamos, suspendió amablemente su viaje y regresó para acompañarnos y servirnos de guía.
Los talleres están perfectamente montados y en plan de ampliación, en vista del éxito de la industria. Vimos todas las dependencias, desde la sala de máquinas hasta el almacén, y desde el depósito de primeras materias hasta las oficinas administrativas de la fábrica. Los talleres funcionan de un modo autónomo. A primeros de agosto, con sólo siete meses de ejercicio, la cuenta de pérdidas y ganancias arrojaba un saldo de trescientos mil rublos de beneficio.
En la sala de muestras se preparan, en estos momentos, las manufacturas para acudir a una exposición. Se fabrican medias, calcetines, jerséis, abrigos, manteles, bufandas, trajes interiores, trajes de niños, y en el gran salón se ve el escudo soviético en colores, fabricado con géneros de punto.
Pasamos después a la cárcel, que se comunica con la fábrica por una gran encela de hierro; fuera queda la guardia. Dentro, los empleados del Cuerpo de prisiones, uniformados y con revolver al cinto.
El edificio es sombrío y triste. ¿Hay alguna cárcel que no lo sea? Pero todo está absolutamente limpio.
Tiene instalación de calefacción central, que a esta altura geográfica es absolutamente necesaria.
El director, que amablemente nos ha explicado con todo género de detalle, el funcionamiento de la fábrica, nos habla ahora del régimen de la prisión.
El preso trabaja ocho horas; tiene su paseo, su descanso, su toilette obligatoria; puede fumar, leer, jugar al ajedrez, comunicar cada quince o treinta días con su familia; pero el régimen es celular. Están en celdas de dos y de tres. Debieran ser celdas individuales; pero no hay sitio.
-Tenemos cuatrocientos noventa y siete presos- me dice.
Los crímenes más graves del Código penal soviético son los delitos contra la revolución o contra el poder por ella establecido; la resistencia a las autoridades; la negativa a pagar los impuestos; el bandidaje; los ataques a mano armada en la vía pública; los delitos contra la economía del país, contra los deberes militares; el asesinato, el robo y el homicidio.
En esta cárcel sola hay gente que ha cometido esta clase de delitos.
La pena máxima es de diez años y en esta cárcel se extinguen condenas de seis años en adelante. Al preso se le forma, se le educa y se le enseña el oficio o se le perfecciona en el trabajo. La buena conducta y el espíritu de trabajo continuado, constante, llega a aminorar la duración de la pena.
Visitamos la escuela, el teatro, la biblioteca y las cooperativas de consumo y de prendas de vestir. Todo está limpio y bien organizado; adquirimos manzanas, cigarrillos, chocolates. La cooperativa está muy bien surtida y los encargados son presos que llegan a sus puestos merced a su buen comportamiento.
El director los saluda y trata jovialmente, y observo que todos están alegres, ríen y se dan bromas.
Hay un tipo extraño con perilla puntiaguda y gorro tártaro, que fuma una gran pipa y anda de acá para allá con un samovar de mano, al que todos saludan y felicitan; es un antiguo espía del ejército blanco, condenado a muerte, indultado después, al que solo le faltan unos días para terminar su prisión. Lleva aquí cinco años y se ha comportado bien; tiene ahorrada una respetable suma, más de la cuarta parte de su salario, y está alborotado con su próxima liberación.
Pasarnos a visitar las celdas; mandamos abrir algunas, entramos en ellas, saludamos a sus habitantes; unos duermen, otros juegan partidas de ajedrez, otros escuchan con auriculares la "radio", muchos escriben, no están uniformados.
Ibañez les hace preguntas en ruso, que contestan atentos.
El director nos explica brevemente el historial del preso: ese que está echado es un espía; el otro, un ladrón; en esta otra celda, un gran estafador; aquí un contrarrevolucionario, un desertor.
En una celda me llama la atención un joven apuesto, de mirada inteligente, que rápidamente se pone de pie y saluda cortés.
Ibañez pregunta al directo qué delito ha cometido y éste contesta:
- Una estafa de cuatrocientos rublos: seis años de prisión.
- ¡Cómo! ¿Por una simple estafa tan grave pena?
- Sí, había agravantes. Era funcionario público y además pertenecía al partido comunista.
Entonces me explicó cómo las leyes soviéticas castigan con mayor severidad a aquel que, prevaliéndose de un cargo del Estado o siendo miembro del partido, falta a la ley.
Otro preso me inspira curiosidad. Es un hombre joven, de mirada dulce, de ojos profundamente azules como el cielo y de sonrisa infantil.
También se levanta cuando nos ve entrar en la celda, se despoja de los auriculares y siempre sonriente nos ofrece su sitio para descansar, pronunciando con suave acento palabras ininteligibles.
Tiene ese aspecto, esa cara, esos modales del hombre justo, del hombre sereno que lleva reflejado en el semblante asomado a sus ojos, la bondad de su corazón y la nitidez de su alma.
¿Qué delito habrá cometido este hombre, este ángel más bien, que sin duda por equivocación está en este infierno, en vez de estar en el cielo?
Pero no se atreve Ibañez a preguntarlo al interesado y fue, al salir de la celda, cuando oírnos de labios del director el delito por el que cumple condena: triple asesinato.
¡Qué doloroso es visitar una cárcel! ¡Y, sobre todo, una cárcel como ésta, que cobija bajo sus muros unos centenares de hombres condenados a las más graves penas!
Pero Ibáñez me ataja, diciéndome:
-No olvide usted que estos hombres recluidos aquí por las leyes, para defensa de la sociedad, tienen en su mano la redención por el trabajo y en su alma la esperanza de la libertad; cinco años, diez años, siendo largos no representan una vida. Y el que se revista de valor, los pasa embebido en el trabajo diario y puestos los ojos en el porvenir.
Y sale sabiendo ganarse la vida y con un puñado de dinero, que ha ganado él mismo, y que le servirá para dar de nuevo en el mundo los primeros pasos.
Sí, todo esto es bien triste, bien sombrío; pero unos cerca y otros lejos, allá en su horizonte, vislumbra un rayo de luz, un rayo de esperanza…
En cambio, en otros países, otras leyes más duras, menos humanas, menos comprensivas, retienen en una celda, un condenado, le dejan solo con sus pensamientos sombríos, sin más compañero forzado que la ociosidad, y cerrándole la puerta de la esperanza con el horror de la condena perpetua, despojándole de sus atributos humanos y hasta de su traje de hombre, lo convierten poco a poco en idiota o en fiera.
Indudablemente, la vida penitenciaria tiene aquí un sesgo más humano, y su tendencia es huir del bárbaro aislamiento del antiguo sistema y hacer que el condenado se familiarice con la vida de trabajo y busque y encuentre en ella su redención.
La política de los Soviets en materia penitenciaria está, si no calcada, par lo menos imbuida por las teorías criminalistas de Ferri, puesto que tiene como fundamento simplemente la defensa social.
El que delinque perjudica a la sociedad, y para la defensa de ésta se le aplica, no una pena, sino un medio coercitivo de aislamiento que beneficie a aquélla.
No es la pena castigo, ni es culpable el que comete un delito, porque el delincuente llega a él por causas de las que es responsable el medio, el ambiente, la incultura, el embotamiento de la sensibilidad y la pérdida de la moral social. No puede imputársele responsabilidad alguna y, ante esto, la sociedad, para su defensa, lo aísla y le rodea de un ambiente, le sitúa en un medio de trabajo de orden, de cultura, que logre redimirlo, hacerlo apto para la convivencia humana.
Esta es la teoría soviética que, como veis, no tiene nada de nueva, aunque en toda su integridad es posible que hasta ahora sólo en Rusia haya sido puesta en práctica.
Claro está que las medidas de corrección sólo son aplicadas a los delincuentes sanos, que tienen sus facultades intelectivas y volitivas en perfecto estado.
Entonces aplican las medidas correccionales para readaptar al criminal a la vida social, para habituarlo al trabajo.
Y para ello el Código penal, que ellos llaman "Código de redención por el trabajo", preceptúa que a los detenidos se les someta a la instrucción post-escolar, celebrándose en las prisiones actos culturales, conferencias y cursos de aprendizaje; fomentando la asistencia a la biblioteca, el cultivo de la música; organizando espectáculos y veladas literarias en las que los mismos presos hacen la crítica de la vida de la prisión, escriben sobre cuestiones de organización del trabajo y de la producción y mantienen relaciones con los detenidos en las demás prisiones del Estado.
Los condenados reciben el mismo día que entran en la prisión un folleto que se titula Lo que debe saber el preso, en el que están expuestos sus derechos y deberes, y en él se le hace ver que la condena no le ha hecho perder su condición de ciudadano, y que, cumpliendo estrictamente el reglamento y aplicándose al trabajo, aminorará la duración de su pena, gozará de numerosos beneficios y obtendrá unos ahorros respetables al salir de la prisión, por la acumulación de una parte de su salario.
Cuando las condenas son inferiores a tres años de pérdida de libertad. Los presos, con el informe favorable del jefe de la prisión, pueden obtener cada año un permiso de ocho o quince días, con objeto de visitar a su familia.
Según me dicen, no se ha dado caso alguno de que un detenido se fugue, sino que todos vuelven voluntariamente a su reclusión al finalizar el permiso.
Aparte de las medidas de corrección consistentes en la reclusión obligatoria, existe el trabajo obligatorio sin pérdida de la libertad, mediante el cual el condenado es conducido a una colonia penitenciaria, en la que goza de un régimen de libertad dentro de la colonia. Estos condenados, si cumplen el reglamento, obtienen con gran facilidad permisos especiales para trasladarse al lugar de su domicilio, en las épocas de recolección, siempre que el Soviet local lo permita, dada la índole del delito cometido.
Cuando un presunto delincuente es reconocido por dos especialistas agregados a la Administración de Justicia y atestiguan éstos que es irresponsable, no entra en prisión, ni se le aplica la pena, sino que se le somete al tratamiento médico adecuado.
Y, por último, a los menores de catorce años se les aplica en un establecimiento técnico el llamado tratamiento pedagógico.
En cuanto a la pena de muerte, pasado ya el período revolucionario, las leyes soviéticas no la aplican más que para los delitos que atentan a la seguridad del Estado, esto es, a los contrarrevolucionarios convictos y confesos de su delito y hay que reconocer que, restablecida la paz interior, sólo en casos bien patentes es aplicada la terrible pena.
Nuestra visita a la prisión ha durado casi un día; fue a última hora de la tarde, cuando abandonamos el tétrico edificio, y salimos tristes, como siempre que se visita una cárcel, pero confortado, al ver que en ocho horas de busca por aquellos corredores, por aquellas celdas ni existen instrumentos de tortura, ni calabozos de castigo, ni régimen absoluto de aislamiento, ni presidiarios uniformados, ni cabos de vara, ni látigos, ni grillos, ni cadenas ni esposas, sino unos hombres privados de libertad y obligados al trabajo diario, que al parecer son tratados con humanidad, bajo la política de defender a la sociedad de la presencia de seres que ponen en peligro la armonía de su vida, inculcándoles los deberes ciudadanos, sobre todo el deber de trabajar.
Se ha dicho, se dice todavía por algunos que en Rusia, cuando llega un extranjero, se le coge, se le guía, se le acompaña y se le muestran sólo cosas ya de antemano preparadas para recibir su visita, ocultándole todo lo que a sus ojos pueda parecer malo, desagradable o mal organizado.
Así, se le lleva a una fábrica, a un cuartel, a una escuela, a una cárcel que tienen previamente destinados a la propaganda, y aleccionado el personal, el extranjero ve funcionar a la perfección todos los servicios y sale encantado de sus visitas y proclamando que este sistema bolchevique no tiene rival, cuando en realidad ha sido víctima de un engaño, pues no ve obreros en la fábrica, ni soldados en el cuartel, ni niños en la escuela, ni presos en la cárcel, sino personajes adiestrados, consumados en el arte de la ficción, que representan a las mil maravillas la comedia que les esta encomendada.
Otros se limitan a señalar que si la farsa no llega a esos extremos, sólo se enseña a los extranjeros establecimientos modelo, en los que se han perfeccionado todos los servicios y todos los adelantos.
Y yo, temeroso de que se me llevase a lugares preparados de antemano, no quería someterme a la tutela de la Voks, sino que prefería campar por mis respetos para formar así una impresión objetiva de actos, espectáculos, centros y dependencias elegidos libremente por mí.
Quiero desechar el caso de que al llegar a España puedan decirme que he sido conducido como oveja en rebaño, que se me ha mostrado el Tribunal Popular más recto, la Audiencia mejor organizada, la más perfecta Notaría, la cárcel más benigna.
La bella secretaria de la Voks sonríe al oírme, dejando ver entre sus rojos labios unos dientes felinos de marfil.
-Pero, ¿es posible - me dijo – que seriamente se digan esas cosas y que se encuentre todavía quien las crea?
"Eso supondría ya de por sí una organización perfecta; pero, por pocos días que lleve usted en Moscú, se habrá convencido de que los extranjeros gozan de una libertad completa y de que prácticamente, aunque se intenta representar la comedia, el más cándido de los visitantes se apercibiría del engaño.
"La Voks tiene por finalidad estrechar los lazos de cultura entre nuestro país y todas las naciones de la Tierra, y claro está que uno de los procedimientos para ello es dar facilidades a cuantos extranjeros vengan a Rusia para que puedan desarrollar cumplidamente la misión cultural que aquí les traiga. Pero el extranjero es, ante todo, libre de utilizar o no los auxilios de la Voks, y si pide éstos se le proporcionan en la medida que los solicita, dándole la más amplia libertad para que pueda estudiar nuestras instituciones y todo cuanto se relaciona con la Historia, la Ciencia, o el Arte, pero sin que pierda, limite o vincule su libertad de valerse de personas o visitar y estudiar los establecimientos o materias que libérrimamente designe.
"Además, la Voks ni tiene como finalidad la propaganda ni la utiliza tampoco en sus procedimientos. Es ésta una institución neutral que recibe y acoge por igual a hombres de todas las creencias, doctrinas o clases, instrumento de cultura y no de política.
''Por lo tanto, si usted quiere visitar una cárcel, un Tribunal popular, un cuartel, busquemos en una guía las cárceles, los Tribunales, los cuarteles de Moscú, y señáleme libremente uno cualquiera ése irá ahora mismo, en el acto, sin que haya tiempo de preparar la visita, aleccionar el personal o adecentar los locales."
Y así fue preparada mi visita a un presidio.
Elegí uno en el que se extinguen las condenas más duras, al que van los que han cometido los más graves delitos, entre los que se encuentran los delitos contra el Estado.
Quise ver cómo son tratados los enemigos del régimen, los espías, los contrarrevolucionarios. En un tranvía nos encaminamos a las afueras de Moscú, en donde está establecida la prisión.
Nos acompañan una pareja de ingleses y un intérprete de la Voks.
Se trata de una cárcel instalada en un edificio construido con ese fin en los tiempos del zar. Era entonces una cárcel militar. Hoy llevan a esta prisión a los condenados a las penas más duras y a los indultados de la pena de muerte.
Por lo visto, el Gobierno soviético tiene un gran interés en inculcar a toda la gente que la pena ni significa venganza ni significa castigo. Es sólo un medio de defensa para la sociedad y un medio de redención por el trabajo.
Aquí el trabajo es absolutamente obligatorio y no existen castigos de ninguna clase, sino pérdida de libertad y obligación de trabajar; pero el preso tiene todas las protecciones del obrero, todas sus garantías y gana un salario, que se distribuye en la siguiente forma: una parte para los gastos del establecimiento, otra para un ahorro obligatorio, otra que puede libremente destinar a su familia y otra que se le entrega semanalmente para sus gastos.
Adosado al gran edificio, construido en forma de abanico y distribuido en pequeñas celdas existía otro, de más reciente construcción, en donde están instalados los talleres de fabricación de géneros de punto.
El domingo, no hay trabajo, y el director, que salía de la cárcel para dirigirse a Moscú en el mismo tranvía que nosotros dejábamos, suspendió amablemente su viaje y regresó para acompañarnos y servirnos de guía.
Los talleres están perfectamente montados y en plan de ampliación, en vista del éxito de la industria. Vimos todas las dependencias, desde la sala de máquinas hasta el almacén, y desde el depósito de primeras materias hasta las oficinas administrativas de la fábrica. Los talleres funcionan de un modo autónomo. A primeros de agosto, con sólo siete meses de ejercicio, la cuenta de pérdidas y ganancias arrojaba un saldo de trescientos mil rublos de beneficio.
En la sala de muestras se preparan, en estos momentos, las manufacturas para acudir a una exposición. Se fabrican medias, calcetines, jerséis, abrigos, manteles, bufandas, trajes interiores, trajes de niños, y en el gran salón se ve el escudo soviético en colores, fabricado con géneros de punto.
Pasamos después a la cárcel, que se comunica con la fábrica por una gran encela de hierro; fuera queda la guardia. Dentro, los empleados del Cuerpo de prisiones, uniformados y con revolver al cinto.
El edificio es sombrío y triste. ¿Hay alguna cárcel que no lo sea? Pero todo está absolutamente limpio.
Tiene instalación de calefacción central, que a esta altura geográfica es absolutamente necesaria.
El director, que amablemente nos ha explicado con todo género de detalle, el funcionamiento de la fábrica, nos habla ahora del régimen de la prisión.
El preso trabaja ocho horas; tiene su paseo, su descanso, su toilette obligatoria; puede fumar, leer, jugar al ajedrez, comunicar cada quince o treinta días con su familia; pero el régimen es celular. Están en celdas de dos y de tres. Debieran ser celdas individuales; pero no hay sitio.
-Tenemos cuatrocientos noventa y siete presos- me dice.
Los crímenes más graves del Código penal soviético son los delitos contra la revolución o contra el poder por ella establecido; la resistencia a las autoridades; la negativa a pagar los impuestos; el bandidaje; los ataques a mano armada en la vía pública; los delitos contra la economía del país, contra los deberes militares; el asesinato, el robo y el homicidio.
En esta cárcel sola hay gente que ha cometido esta clase de delitos.
La pena máxima es de diez años y en esta cárcel se extinguen condenas de seis años en adelante. Al preso se le forma, se le educa y se le enseña el oficio o se le perfecciona en el trabajo. La buena conducta y el espíritu de trabajo continuado, constante, llega a aminorar la duración de la pena.
Visitamos la escuela, el teatro, la biblioteca y las cooperativas de consumo y de prendas de vestir. Todo está limpio y bien organizado; adquirimos manzanas, cigarrillos, chocolates. La cooperativa está muy bien surtida y los encargados son presos que llegan a sus puestos merced a su buen comportamiento.
El director los saluda y trata jovialmente, y observo que todos están alegres, ríen y se dan bromas.
Hay un tipo extraño con perilla puntiaguda y gorro tártaro, que fuma una gran pipa y anda de acá para allá con un samovar de mano, al que todos saludan y felicitan; es un antiguo espía del ejército blanco, condenado a muerte, indultado después, al que solo le faltan unos días para terminar su prisión. Lleva aquí cinco años y se ha comportado bien; tiene ahorrada una respetable suma, más de la cuarta parte de su salario, y está alborotado con su próxima liberación.
Pasarnos a visitar las celdas; mandamos abrir algunas, entramos en ellas, saludamos a sus habitantes; unos duermen, otros juegan partidas de ajedrez, otros escuchan con auriculares la "radio", muchos escriben, no están uniformados.
Ibañez les hace preguntas en ruso, que contestan atentos.
El director nos explica brevemente el historial del preso: ese que está echado es un espía; el otro, un ladrón; en esta otra celda, un gran estafador; aquí un contrarrevolucionario, un desertor.
En una celda me llama la atención un joven apuesto, de mirada inteligente, que rápidamente se pone de pie y saluda cortés.
Ibañez pregunta al directo qué delito ha cometido y éste contesta:
- Una estafa de cuatrocientos rublos: seis años de prisión.
- ¡Cómo! ¿Por una simple estafa tan grave pena?
- Sí, había agravantes. Era funcionario público y además pertenecía al partido comunista.
Entonces me explicó cómo las leyes soviéticas castigan con mayor severidad a aquel que, prevaliéndose de un cargo del Estado o siendo miembro del partido, falta a la ley.
Otro preso me inspira curiosidad. Es un hombre joven, de mirada dulce, de ojos profundamente azules como el cielo y de sonrisa infantil.
También se levanta cuando nos ve entrar en la celda, se despoja de los auriculares y siempre sonriente nos ofrece su sitio para descansar, pronunciando con suave acento palabras ininteligibles.
Tiene ese aspecto, esa cara, esos modales del hombre justo, del hombre sereno que lleva reflejado en el semblante asomado a sus ojos, la bondad de su corazón y la nitidez de su alma.
¿Qué delito habrá cometido este hombre, este ángel más bien, que sin duda por equivocación está en este infierno, en vez de estar en el cielo?
Pero no se atreve Ibañez a preguntarlo al interesado y fue, al salir de la celda, cuando oírnos de labios del director el delito por el que cumple condena: triple asesinato.
¡Qué doloroso es visitar una cárcel! ¡Y, sobre todo, una cárcel como ésta, que cobija bajo sus muros unos centenares de hombres condenados a las más graves penas!
Pero Ibáñez me ataja, diciéndome:
-No olvide usted que estos hombres recluidos aquí por las leyes, para defensa de la sociedad, tienen en su mano la redención por el trabajo y en su alma la esperanza de la libertad; cinco años, diez años, siendo largos no representan una vida. Y el que se revista de valor, los pasa embebido en el trabajo diario y puestos los ojos en el porvenir.
Y sale sabiendo ganarse la vida y con un puñado de dinero, que ha ganado él mismo, y que le servirá para dar de nuevo en el mundo los primeros pasos.
Sí, todo esto es bien triste, bien sombrío; pero unos cerca y otros lejos, allá en su horizonte, vislumbra un rayo de luz, un rayo de esperanza…
En cambio, en otros países, otras leyes más duras, menos humanas, menos comprensivas, retienen en una celda, un condenado, le dejan solo con sus pensamientos sombríos, sin más compañero forzado que la ociosidad, y cerrándole la puerta de la esperanza con el horror de la condena perpetua, despojándole de sus atributos humanos y hasta de su traje de hombre, lo convierten poco a poco en idiota o en fiera.
Indudablemente, la vida penitenciaria tiene aquí un sesgo más humano, y su tendencia es huir del bárbaro aislamiento del antiguo sistema y hacer que el condenado se familiarice con la vida de trabajo y busque y encuentre en ella su redención.
La política de los Soviets en materia penitenciaria está, si no calcada, par lo menos imbuida por las teorías criminalistas de Ferri, puesto que tiene como fundamento simplemente la defensa social.
El que delinque perjudica a la sociedad, y para la defensa de ésta se le aplica, no una pena, sino un medio coercitivo de aislamiento que beneficie a aquélla.
No es la pena castigo, ni es culpable el que comete un delito, porque el delincuente llega a él por causas de las que es responsable el medio, el ambiente, la incultura, el embotamiento de la sensibilidad y la pérdida de la moral social. No puede imputársele responsabilidad alguna y, ante esto, la sociedad, para su defensa, lo aísla y le rodea de un ambiente, le sitúa en un medio de trabajo de orden, de cultura, que logre redimirlo, hacerlo apto para la convivencia humana.
Esta es la teoría soviética que, como veis, no tiene nada de nueva, aunque en toda su integridad es posible que hasta ahora sólo en Rusia haya sido puesta en práctica.
Claro está que las medidas de corrección sólo son aplicadas a los delincuentes sanos, que tienen sus facultades intelectivas y volitivas en perfecto estado.
Entonces aplican las medidas correccionales para readaptar al criminal a la vida social, para habituarlo al trabajo.
Y para ello el Código penal, que ellos llaman "Código de redención por el trabajo", preceptúa que a los detenidos se les someta a la instrucción post-escolar, celebrándose en las prisiones actos culturales, conferencias y cursos de aprendizaje; fomentando la asistencia a la biblioteca, el cultivo de la música; organizando espectáculos y veladas literarias en las que los mismos presos hacen la crítica de la vida de la prisión, escriben sobre cuestiones de organización del trabajo y de la producción y mantienen relaciones con los detenidos en las demás prisiones del Estado.
Los condenados reciben el mismo día que entran en la prisión un folleto que se titula Lo que debe saber el preso, en el que están expuestos sus derechos y deberes, y en él se le hace ver que la condena no le ha hecho perder su condición de ciudadano, y que, cumpliendo estrictamente el reglamento y aplicándose al trabajo, aminorará la duración de su pena, gozará de numerosos beneficios y obtendrá unos ahorros respetables al salir de la prisión, por la acumulación de una parte de su salario.
Cuando las condenas son inferiores a tres años de pérdida de libertad. Los presos, con el informe favorable del jefe de la prisión, pueden obtener cada año un permiso de ocho o quince días, con objeto de visitar a su familia.
Según me dicen, no se ha dado caso alguno de que un detenido se fugue, sino que todos vuelven voluntariamente a su reclusión al finalizar el permiso.
Aparte de las medidas de corrección consistentes en la reclusión obligatoria, existe el trabajo obligatorio sin pérdida de la libertad, mediante el cual el condenado es conducido a una colonia penitenciaria, en la que goza de un régimen de libertad dentro de la colonia. Estos condenados, si cumplen el reglamento, obtienen con gran facilidad permisos especiales para trasladarse al lugar de su domicilio, en las épocas de recolección, siempre que el Soviet local lo permita, dada la índole del delito cometido.
Cuando un presunto delincuente es reconocido por dos especialistas agregados a la Administración de Justicia y atestiguan éstos que es irresponsable, no entra en prisión, ni se le aplica la pena, sino que se le somete al tratamiento médico adecuado.
Y, por último, a los menores de catorce años se les aplica en un establecimiento técnico el llamado tratamiento pedagógico.
En cuanto a la pena de muerte, pasado ya el período revolucionario, las leyes soviéticas no la aplican más que para los delitos que atentan a la seguridad del Estado, esto es, a los contrarrevolucionarios convictos y confesos de su delito y hay que reconocer que, restablecida la paz interior, sólo en casos bien patentes es aplicada la terrible pena.
Nuestra visita a la prisión ha durado casi un día; fue a última hora de la tarde, cuando abandonamos el tétrico edificio, y salimos tristes, como siempre que se visita una cárcel, pero confortado, al ver que en ocho horas de busca por aquellos corredores, por aquellas celdas ni existen instrumentos de tortura, ni calabozos de castigo, ni régimen absoluto de aislamiento, ni presidiarios uniformados, ni cabos de vara, ni látigos, ni grillos, ni cadenas ni esposas, sino unos hombres privados de libertad y obligados al trabajo diario, que al parecer son tratados con humanidad, bajo la política de defender a la sociedad de la presencia de seres que ponen en peligro la armonía de su vida, inculcándoles los deberes ciudadanos, sobre todo el deber de trabajar.
¡ Maravilloso texto ! de una persona que si no me equivocó no era en absoluto comunista y que es un mentís más a las majaderias e infamias que se oyen a diario sobre la Urss en general ó de la época de Stalín en particular.
ResponderEliminarEl pasado sabado me cabreó especialmente tanta vileza anticomunista y sin posibilidad de derecho de réplica.El fascioliberal ABC, publicó un vomitivo artículo sobre el "libro negro" de Eherenburg y grossmann,en el que se identificaba al sistema penitenciario soviético y al NKVD, con el holocausto y los perros nazis de las SS. Y el prisaico Jorge Reverte publicaba en Babelia una auténtica basura con el título "Recuento del horror"(comentario de un libelo del pseudohistoriador yanki Timoty snyder), plagado de mentiras y tergivesaciones en su totalidad que me lleva a dudar de su capacidad de reciocinio y ¡ eso que escribe libros !.Tanto me cabreó que intenté buscar su correo ó su blog(muchos de el Pais lo tienen), para rectificar sus mentiras pero me ha sido imposible, con las Cartas a el pais ni lo he intentado porque las echan directamente a la basura. Todo esto me recuerda lo que ha escrito Grover Furr:"Mucha gente sabe mucho de la URSS, el problema es que no sabe, que lo que sabe es todo falso".
Salud, rafa, madrid.
Así es, no era comunista. Y estoy muy de acuerdo con eso de que no sabemos nada de la URSS. Casi todo lo que podemos leer viene de plumas burguesas, académicas o no, lo que ya de por sí es una vergüenza porque la mayoría se lo tragan, incluyendo comunistas.
ResponderEliminarY los que no tragamos andamos con la información justa, picando aquí y allí a ver si hay manera de ir entendiendo lo que ocurrió. Desde luego no podemos contar con el ABC y El País, si tuviésemos que contestar a esos mercenarios no haríamos otra cosa que eso.
Saludos.
¡Si el problema de las mentiras se limitara a los autores y medios capitalistas! El amyor daño lo hacen los autores trostkistas que logran parecer absolutamente creíbles al incauto ya que se autodenominan comunistas, es más, afirman ser los auténticos y genuínos enemigos del capitalismo... lo cual queda en evidencia por el hecho de que las editoriales capitalistas no hacen más que editar sus bodrios con todo el cariño.
ResponderEliminarDesde luego que la secta troskista tiene lo suyo, te invito a ver los últimos vídeos subidos del congreso qué es comunismo, no hay más que odio hacia la Unión Soviética, es terrible.
ResponderEliminarPor cierto, muy buena esa serie tuya de los comunistas en Irán, con ganas de leer la tercera parte.
Los trotskistas son caso aparte,hay alguno leído y con el que se puede hablar,aunque su visión de la historia sovietica- que como dice X es una historia en construcción- es absolutamente infantil y falsa.No cabe duda que la burguesía le da cobertura, en españa Público, kaos en la red,la fundación engels con caseta fija en la feria del libro... no está mal para unos revolucionarios.
ResponderEliminarNo he visto todavía los videos de "qué es
comunismo", tenía interés por ver lo que dice el dicipulo de angel Viñas, Hernandez Sanchez, me parece que él y sus maestro Viñas siguen con las anteojeras ya que niegan que hubiese conspiraciones trotskistas en España y en la URSS, a pesar que hay suficentes informaciónes para incriminarlos...cosas de la ceguera ideólogica anticomunista.
rafa, madrid.