domingo, 27 de febrero de 2011

El paradigma totalitario de la sociedad estalinista

La conciencia de que un paradigma está operando en el propio pensamiento señala una etapa más avanzada y científica del pensamiento histórico. Esta conciencia no se hallaba presente en los que introdujeron las teorías de la sociedad estalinista anteriormente expuestas. Estas teorías surgieron principalmente en los años 1950 por obra de opositores al régimen soviético como Roy Medvedev, reformador soviético que principalmente se dirigía a una audiencia rusa, y de historiadores profesionales que trabajaban en instituciones cuasi gubernamentales como propagandistas, como el muy influyente Robert Conquest, cuya oficina de Harvard era en buena medida un adjunto del Pentágono. El estatus de Conquest fue reconocido por McGeorge Bundy, diseñador de la política de seguridad nacional y extranjera de los presidentes Kennedy y Johnson. Bundy, de manera eufemística y algo confusa, se refería a los injertos de estudio histórico y política práctica --al estilo de Conquest-- como "muestras del alto grado de interpenetración entre las universidades y los programas de área e información de las agencias del gobierno de los EEUU" (Citado en Ford C., Donovan of OSS [Donovan de la OSS], Boston, Little, Brown y John, 1970, p. 111). El modelo histórico analítico, crítico, autoconsciente y científico no es algo que practiquen habitualmente los reformadores, abogados y propagandistas que abastecen sus paradigmas inconscientemente, y que trabajan en un consenso tácito y sin conflictos con otros autores que comparten el mismo paradigma, independientemente de su lengua, nacionalidad, profesión o estatus.


Sin embargo, una nueva clase de historiadores no marxistas está surgiendo en Occidente para desafiar al paradigma dominante (totalitario). Estos historiadores ya están siendo injustamente acusados de “revisionistas" y de pretender "exculpar" de sus "crímenes" a Stalin, Beria, Yezhov y otros antiguos líderes soviéticos. Pero una declaración poco conocida hecha por el mismo Conquest en el Prefacio de 1990 a la que ha sido considerada la “obra maestra seminal" de la Kremlinología de la época, The Great Terror: A Reassessment [El Gran Terror: Una Revisión], decía: "El Gran Terror [su libro] tuvo que apoyarse en gran parte en la información proporcionada por exiliados, desertores y otras fuentes no oficiales". Conquest consideraba que su función al escribir sobre este tema era la de “revisión y adecuación de un material incompleto, parcial y desigual” (op. cit., p. viii). ¡Su método debería ser descrito más exactamente como una "tergiversación" o “manipulación” de los “hechos”, muchos de los cuales el propio Conquest admite que son dudosos para empezar, al provenir de fuentes hostiles! El “instrumento” que utilizó para manipular descaradamente tales "hechos" fue el paradigma totalitario de la sociedad estalinista (definido más adelante, en esta misma sección). Conquest señaló, en el mismo Prefacio, que él no trabajaba “como es habitual en la práctica de la historia occidental moderna”, mediante "el despliegue... de archivos funcionariales adecuados y creíbles" (ibíd)... El método alternativo que utilizó, en cambio, generalmente sólo se aplica al estudio de la historia antigua, donde la pérdida de artefactos, documentación y material de archivo se considera "algo normal". Este método no es aceptable para la práctica de la historia moderna. Ahora que muchos archivos ocultos de la URSS han sido desclasificados, este acercamiento al tema debe ser reemplazado por completo. En el mismo Prefacio, Conquest reconoció la importante contribución a sus "hechos" de una “pre-glasnost" jruschevista. Sin embargo, como veremos luego, con razón se ha dicho que Jruschev (igual que Trotsky) se las arregló para “engatusar a Occidente”. Jruschev, manifestando una destreza inigualable para poner a prueba la credulidad occidental o bien una absoluta estupidez, durante un tiempo se vanaglorió de que él mismo "le había pegado un tiro a Beria".

(El famoso propagadista Robert Conquest)


A continuación, el lector puede juzgar por sí mismo en qué medida las propias admisiones hechas por Conquest en The Great Terror [El Gran Terror], es decir, la “revisión y adecuación de los hechos para corregir los desequilibrios", dan lugar a libros que están más cerca de la ficción que de la historia (también hay un área "intermedia"). La inquietante diferencia reside en que los personajes y lugares mencionados en las obras de Conquest no son los hermanos Karamazov, ni el monje negro y el bosque del diablo de Chejov, sino que llevan los nombres de auténticos personajes y lugares del siglo XX y son presentados como acontecimientos reales. No se trata simplemente de omitir o de encubrir por casualidad o de forma intencionada los hechos inconsistentes con un paradigma dominante, aunque indudablemente esto también se da. Se trata más bien de “moldear y alterar los hechos" para mejor ajustarlos al paradigma, de tal modo que una realidad distante (por ejemplo, los “años de Stalin”) sea vista necesariamente a través del paradigma, porque sólo se dispone de tales hechos modificados (gracias al “trabajo sucio” de Conquest).


Un ejemplo significativo de omisión simple para perpetuar un paradigma puede tomarse del "estudio acreditado y exhaustivo" de The Great Terror [El Gran Terror] de Conquest. Hay una única cláusula (parte de una frase) en todo el libro referida a la “Conspiración Lockhart/Embajadores”. No hay ninguna sugerencia en absoluto de que este complot pudiera haber desempeñado algún papel en la inspiración del Terror (tema aparente del libro) o en el envenenamiento de las relaciones anglo-soviéticas (un tema secundario del libro). Al contrario: hay sólo una alusión sardónica de Conquest al “histerismo” del primer Presidente soviético Yakov Sverdlov, quien, afirma Conquest, después de que Lenin y Uritsky fueran tiroteados, comentó que "los asesinos serían con toda probabilidad ‘mercenarios ingleses y franceses’" (Conquest, op. cit., p. 45). No hay ninguna indicación de si Conquest cita realmente a Sverdlov o a alguien más en este punto, o si cita sentimientos generales "en la línea de Sverdlov", o si cita o parafrasea a otra persona. No hay ninguna nota a pie de página ni referencia alguna (de las que el libro rebosa en otros lugares) sobre este asunto potencialmente amenazador para el paradigma. Aquí la amenaza específica al paradigma totalitario consiste en que este paradigma afirma la existencia de un presunto "exceso de paranoia" entre los líderes soviéticos, como generador "psíquico" significativo del Gran Terror, mientras que el aviso de la Conspiración Lockhart parece sustentar sobre una realidad política y material tangible la "xenofobia" soviética y las sospechas hacia Occidente. Lo que Sverdlov parece haber sabido o descubierto sobre los atentados es lo que el brillante director de la Cheka Felix Dzerzhinsky descubrió al frustrar la Conspiración Lockhart, los hechos que Dzerzhinsky destapó sobre quién se hallaba detrás del complot. ¡Había descubierto que uno de los letones que participaron en la conspiración de Reilly era un hombre de la Cheka! Hay alguna justificación para la alusión de Conquest a los “franceses" en esta cláusula, puesto que una película soviética poco conocida producida en Moscú en 1966 (ahora disponible en occidente gracias a un editor canadiense; ver la Bibliografía) defiende la participación de un embajador francés en el Complot de Lockhart/Embajadores. Sin embargo, en la referencia de Conquest a los franceses hay más cosas que la meticulosidad o la mera gratuidad. Se trata de una clara estratagema de propaganda. Los franceses, en una gran cantidad de fanáticos dichos populares muy corrientes en el mundo de habla inglesa, tienen la desafortunada reputación de haber acusado y ejecutado a víctimas inocentes a lo largo de su historia, desde la mártir y santa cristiana Juana de Arco, pasando por el Capitán Dreyfus, oficial francés de origen judío, hasta llegar a Mata Hari, la hermosa bailarina exótica ejecutada por “espía”.


Cualquiera es capaz de entender en líneas generales que la propaganda puede controlar la presentación de un tema por medio de omisiones. Esto equivale a la omisión de hechos con el fin de mantener un paradigma en el que no encajan bien o al que rotundamente contradicen. Hace más de cuarenta años, el ahora extinto Instituto para el Análisis de la Propaganda, un grupo de expertos muy impopular en su tiempo, con agencias gubernamentales y sobre todo con grandes corporaciones de negocios privados (abastecedoras pesadas de propaganda en sus campañas publicitarias y comerciales), catalogó este tipo de técnica de omisión como uno de los siete dispositivos comúnmente empleados en la propaganda. El Instituto llamó a este dispositivo “Colocación de Tarjetas", consistente en seleccionar y utilizar los hechos para dar una idea falsa o engañosa, intentando dejar los mejores casos posibles para el propio bando y los peores para el bando opuesto, y usando cuidadosamente sólo aquellos hechos que confirman el punto de vista del propagandista. De este modo, el mantenimiento o difusión de este punto de vista puede fabricarse artificialmente y prepararse de manera temporal como táctica de "guerra psicológica" con el fin de debilitar a un estado enemigo beligerante, o puede ser una creencia fervientemente sostenida, en cuyo caso puede remontarse a un paradigma dominante y controlador. Hay más de esto último que de lo primero en Conquest, pero algo de ambos aspectos está presente en todas sus obras. Esto le permite ser un propagandista "muy natural" --quizás la clase más eficaz y convincente de propagandista. La carta de Zinoviev antes mencionada se omite por completo en The Great Terror [El Gran Terror], lo que podría "justificarse" por ser un tema más apto para los "estudios" de la "historia política británica" que del Gran Terror. Pero se trata claramente de un argumento débil y un punto de vista artificial. No obstante, Conquest era lo bastante "meticuloso" como para mencionar "los rumores acerca de los franceses" en conexión con los atentados de Lenin y Uritsky. Éste es un dispositivo de propaganda que el mismo Instituto para el Análisis de la Propaganda denominó "Transferencia". Usando dicha técnica, se espera que la reputación de una persona u organización se transfiera a algún tema o programa que el propagandista está discutiendo o difundiendo. En este caso, uno espera que se conecten las sospechas de Sverdlov sobre las identidades de los asesinos con la presunta paranoia y las injusticias pretéritas de los franceses, "sacando a la luz" la primera muestra del temprano "histerismo" Bolchevique, que conduciría inevitablemente (según el paradigma totalitario) al Gran Terror, la Yezhovshchina, los Procesos de Moscú, etc.


En la técnica de omisión, el paradigma desempeña un papel pasivo. El paradigma es mantenido por la omisión. En una sección posterior dedicada a un funcionario poco conocido del Partido Comunista llamado Kovalev, se hará un examen detallado de la situación más compleja en la que un paradigma actúa activa y agresivamente para alterar efectivamente los hechos, reformándolos y remodelándolos para producir hechos ficticios antes que históricos.


En Stalinist Terror: New Perspectives [El Terror Estalinista: Nuevas Perspectivas], un par de historiadores no marxistas relativamente nuevos (y mucho más científicos que los impulsores de la guerra fría), J. Arch Getty y Roberta Manning, delinean concisamente el paradigma común o compartido sobre la era estalinista de la historia soviética, que ellos denominan "Modelo Totalitario". Para desafiar o poner a prueba este modelo, frente a la riqueza de los nuevos hechos sobre la historia soviética procedentes de los archivos soviéticos disponibles desde la ‘glasnost’, estos autores resumen el modelo totalitario de la siguiente manera:


"El sistema soviético bajo Stalin consistía en una dictadura no pluralista y jerárquica, en la que la autoridad de mando existía sólo en lo alto de la pirámide del poder político. La ideología y la violencia eran monopolios de la elite dirigente, que enviaba sus órdenes de arriba abajo a lo largo de una cadena pseudomilitar de mando, cuya disciplina era producto de las prescripciones leninistas sobre la organización del partido y de la ejecución estalinista de tales normas. En lo alto de la elite dirigente se hallaba un Stalin autocrático, cuyo control personal era prácticamente ilimitado en todas las áreas de la vida y de la cultura, desde el arte hasta la zoología. La articulación y puesta en práctica de la política principal implicaban la actualización de las ideas, caprichos y proyectos de Stalin, que a su vez procedían de su condición psicológica. Por definición, las esferas autónomas de la actividad social y política no existían en absoluto en la sociedad soviética... La población soviética y los miembros ordinarios del partido permanecían fuera del proceso político, como meros objetos para ser controlados o manipulados desde arriba, pero nunca como actores históricos por derecho propio" (op. cit., pp. 1 - 2).

Si esta descripción de la sociedad soviética suena familiar u “obvia” para los lectores no directamente instruidos por más de cuarenta años de monografías y libros académicos que la han propagado y utilizado hasta la náusea, ello demuestra en qué medida el “paradigma totalitario” es "compartido" hasta por los profanos inteligentes.


De los años 1960 en adelante, muchos profesores de institutos y escuelas universitarias americanas enseñaron la historia y la sociología soviéticas con el mismo aliento de las novelas de George Orwell Animal Farm [Rebelión en la Granja] y 1984. Durante la misma era, 1984 apareció de manera prominente en numerosas tesis de investigación universitarias sobre el "estalinismo", en las que uno de los tres estados policíacos totalitarios y belicistas del libro de Orwell era identificado con la Unión Soviética, y Stalin comparado con el “Gran Hermano". El NKVD se equiparaba a la “Policía del Pensamiento" de Orwell. Conway Zirkle, un crítico americano de Lysenko, se quejó de lo que denominaba el "verbalismo ruso" en el discurso, la propaganda y las publicaciones soviéticas oficiales. Consideró que se trataba de un léxico y un empleo de la lengua anómalos, que inmediatamente fueron comparados con la "Newspeak" (“Neolengua”) de 1984. Las "distorsiones de la verdad" soviéticas se hicieron corresponder con el "doblepensamiento". El hecho de volver a escribir continuamente la historia soviética, borrando a los comisarios de las fotografías o eliminando sus nombres como entradas de la Gran Enciclopedia Soviética, se comparó con la destrucción de los hechos históricos amenazadores para la ideología oficial en el "Agujero de Memoria" de Orwell.


Hay que señalar que la falsificación de lo que a veces se considera un registro privilegiado, inviolable y hasta sagrado de la historia, el registro fotográfico, asunto que se discute e ilustra plenamente en el libro The Commissar Vanishes [El Comisario Desaparece] de David King, ocurre literalmente sin protesta e incluso de forma inadvertida bajo las narices de los americanos. El libro de King protesta por su empleo únicamente en la sociedad estalinista. Sin embargo, parece no ser consciente de que las agencias del gobierno estadounidense, que parecen tener poca necesidad de semejante forma de falsificación, la emplean de manera constante. El Servicio Postal estadounidense, por ejemplo, decidió publicar hace poco un sello conmemorativo en homenaje al guitarrista de blues seminal afroamericano Robert Johnson, al que los guitarristas eléctricos profesionales de mayor prestigio, como Eric Clapton y Jimmy Page, consideran una de sus principales inspiraciones e influencias. Tras el examen de las dos únicas fotografías existentes del gran fumador Johnson, retratado en ambas con un cigarrillo colgando del labio inferior, el Servicio Postal decidió borrar el cigarrillo, dejando lo que parece una discreta cicatriz sobre la boca de Johnson (Ver ‘Thank You for Smoking’, American Smoker’s Journal [‘Gracias por Fumar’, Diario del Fumador Americano], de Peter Brimelow, 1994). Podría parecer que ésta es una alteración trivial del hecho histórico, comparada con la eliminación de Yezhov de una fotografía en la que avanzaba al lado de Stalin a través de un puente; pero, si es tan trivial, ¿por qué a los artistas que trabajaban para el Servicio Postal se les ordenó que la hicieran? La respuesta es que decididamente no era trivial para alguien de la autoridad. Lo más notable es que alteraciones y "ajustes" de este tipo están haciéndose libremente y a una escala muy amplia y meticulosa en todas partes de los EEUU hoy en día. Esta práctica es realizada de manera habitual por las altas autoridades gubernamentales, las pequeñas agencias inferiores del gobierno, la prensa de todas clases, los manuales, los programas de televisión, etc., etc. Entre las autoridades gubernamentales más elevadas, como el Ministerio de Asuntos Exteriores o el Departamento de Defensa de los EEUU, podría existir una expectativa razonable de "cambiar la historia" en circunstancias excepcionalmente importantes, con el fin de proteger secretos de seguridad nacional u ocultar operaciones embarazosas y encubiertas del gobierno (a veces llamadas "ops negras"). El hecho de que la historia también "necesite cambios" en el arte del estampado de sellos es una evidencia de que este tipo de cosas se hacen de manera bastante ocasional y extendida. En este caso el modelo de Orwell de la sociedad totalitaria, que es un modelo abstracto y de aplicación general, parece particularmente apropiado.

Las comparaciones antes mencionadas entre las sociedades estalinista y orwelliana han sido formuladas por numerosos intelectuales y profanos. Sin embargo, es completamente falso decir que las comparaciones se establecían entre, por un lado, lo que se sabía de la sociedad soviética y, por otro lado, la sociedad en la que vivía el héroe del libro de Orwell, Winston Smith, cuyos detalles se conocían leyendo la novela. En cambio, lo que en realidad ocurría era que los académicos y kremlinólogos, de manera sumamente burda, usaban el modelo de una sociedad (ficticia) inventada por Orwell para "explicar" y “entender" una sociedad real (la Unión Soviética), sobre la que había disponible poca información histórica y sociológica fiable. En este caso no se comparaban dos sociedades cuyos detalles se conocieran directamente, sino que más bien una variante extrema del modelo totalitario (la de Orwell) era utilizada para "entender" la sociedad y la vida política soviéticas.

Esto se hacía por una razón que generalmente se justifica así: una de las funciones más importantes de un paradigma es la de rellenar los huecos en el conocimiento, que eran --y en gran parte todavía son-- muy grandes en Occidente respecto a la sociedad soviética. Krementsov se ha referido a estos "espacios en blanco" como "una caja negra" en lo que concierne a la historia y el funcionamiento real del Politburó. Por ejemplo: supongamos que uno no tiene ningún conocimiento sobre cómo Stalin llegó a ser designado "Generalísimo Stalin" y Comandante en Jefe del Ejército Soviético. Supongamos que uno no sabe realmente si, por ejemplo, el Politburó, que era un comité ejecutivo de elite compuesto por aproximadamente diez miembros que representaban al Comité Central del Partido Comunista, nombró a Stalin para este puesto y le concedió dicho título. Usando una versión del paradigma totalitario estándar antes bosquejado por Getty y Manning, en el cual el poder de Stalin es supremo, omni-abarcador, y no soporta ninguna oposición debido a la cadena pseudomilitar de mando y de terror que va desde Stalin hacia abajo en la "pirámide de poder" a través del NKVD, uno simplemente llena el hueco del conocimiento y afirma que Stalin se "autoproclamó". Así se hizo en la edición de 1975 del artículo de la Enciclopedia Britannica sobre Stalin antes mencionado, i.e., el autor del artículo, Ronald Francis Hingley, miembro del St Anthony's College de Oxford, afirmó la "autoproclamación" de Stalin sin tener ningún modo de consultar los registros rusos (entonces cerrados) de los archivos de procedimientos del Politburó, o las actas de las reuniones del Consejo de Comisarios del Pueblo, de los que Stalin era presidente por aquel entonces. Hingley ni siquiera sabía, cuando escribió el artículo, si tales registros históricos documentales existían o no. ¡Ni siquiera estaba seguro de que hubiera una "caja negra"! En pocas palabras, no tenía ninguna prueba en absoluto para su declaración "de autoridad" sobre este tema en el artículo de la Enciclopedia Britannica. Únicamente contaba con el paradigma dominante y con las deducciones que podían hacerse a partir de él.

La "autoproclamación" de Stalin es realmente más que una predicción (sobre "el pasado") hecha por Hingley utilizando el paradigma totalitario, una predicción que puede resultar correcta o no, a medida que salga a la luz cada vez más material de los archivos recién abiertos, de los cuales la fracción actualmente disponible va a mantener por sí sola ocupados a los historiadores durante décadas. Si esta predicción de la "autoproclamación" resulta ser incorrecta a la luz de las nuevas pruebas, y si las predicciones similares del paradigma totalitario resultan erróneas, cualquier versión o variante específica de los modelos de la sociedad soviética basados en el paradigma totalitario debe ser enmendada o abandonada. Una enmienda conveniente en este caso debería degradar el papel preeminente del poder de Stalin y del "capricho y vanagloria" de Stalin en el paradigma general, o en modelos específicos basados en éste. Una enmienda específica, ya sugerida por varios autores soviéticos, sería que Stalin creyó erróneamente que el Politburó estaba dispuesto a destituirle (un “hecho” que, de ser verdadero, es más un desafío directo que una enmienda al paradigma dominante), de modo que le nombraron "Generalísimo" para reforzar su ánimo, mostrando su plena confianza en él durante la crisis de la guerra.


Muchos lectores, sin duda, querrán ir al grano y saber simplemente si Stalin se autoproclamó o no. Éste sería un simple hecho factual ante el que las sutilezas de la "elección de paradigma" (y la deducción lógica a partir de ella) serían irrelevantes, tal como la elección de paradigma es irrelevante para el modo en que funciona un carburador de automóvil o para la tasa de octanos de un combustible. Pero la “autoproclamación de Stalin" es un caso en el que un paradigma --¡o algo!-- debe llenar un hueco en el propio conocimiento (no ocurre lo mismo con un carburador o con los octanos de combustible). La situación se parece más bien a aquellos casos en los que la fe determina la creencia. El "hecho" que uno acepte acerca de la presunta "autoproclamación de Stalin" estará determinado por el paradigma que se escoja. Sin embargo, hay una diferencia muy importante entre lo anterior y la creencia religiosa. Qué paradigma encaja mejor con los nuevos hechos conocidos sobre la sociedad estalinista no es una cuestión de fe. Es una cuestión empírica, es decir, una cuestión que debe ser resuelta mediante la evaluación de los hechos. Ya que esto es así, la omisión y la ignorancia del hecho resultan obviamente relevantes. La creencia en un paradigma particular fundamentalmente ficticio puede prosperar por la misma razón que prosperan muchas creencias religiosas: por la ignorancia de la naturaleza, la evolución, la paternidad literaria y la transmisión de los "textos sagrados", las omisiones históricas, etc. Cuando los kremlinólogos no hacen caso de los hechos ya sabidos o recién descubiertos que no encajan en un paradigma aceptado, su creencia en el paradigma comparte entonces muchos rasgos con la creencia religiosa, o con otros sistemas de creencia básicos en que los niños son educados. En este caso todavía se da un paso más, igualmente presente en el pensamiento religioso: la elección del paradigma comienza a trabajar tiránicamente "de arriba abajo" para permitir separar "los hechos que son verdaderos" de los “hechos que son falsos” (por ejemplo "no aceptar nada de lo que Molotov dice en las Memorias de Molotov sobre Stalin y Yezhov que contradiga lo que dice Jruschev en las Memorias de Jruschev").

Los ajustes de un modelo teórico se hacen para encajar los nuevos hechos a medida que son descubiertos, como se hace en los modelos teóricos de las ciencias físicas. Si no son posibles estos pequeños arreglos o ajustes, los hechos no deben tener rival y el paradigma mismo puede estar en peligro. A esto se le llama una crisis paradigmática. Una de estas crisis comienza a ocurrir actualmente en la Kremlinología. Un nuevo paradigma de la sociedad estalinista puede surgir, un paradigma que al menos sea igualmente capaz de explicar los hechos reconocidos por el paradigma agonizante y de incorporar el creciente número de hechos recién descubiertos, mostrando así su potencia superior.


Si se pierde de vista que lo que se considera un “hecho” es en realidad una predicción realizada a través de un paradigma (como en el ejemplo anterior de la creencia de Hingsley en la “autoproclamación” de Stalin), entonces se puede caer en la circularidad: confundiendo las predicciones del paradigma con los hechos, se puede utilizar estos "hechos" de manera confusa --creyendo equivocadamente que son la “pura evidencia auténtica” factual-- para "apoyar" al paradigma, cuando son en realidad predicciones y resultados de la creencia en el paradigma. Esto es lo que han hecho durante décadas los kremlinólogos occidentales en sus discusiones sobre el estalinismo. Representa un estadio degenerado del uso de un paradigma y es una muestra palpable de la existencia de una crisis paradigmática. Esta clase de círculo vicioso, consistente en hacer una conjetura o inferencia a través de un paradigma, de manera eufemística es conocido por los historiadores como "conjetura culta", i.e., una conjetura que pasa fraudulentamente a ser de aceptación general, y que intenta de forma desviada validarse a sí misma como si estuviera basada en información real –cuando no lo está. Es tan sólo una mera conjetura paradigmática.


A principios de los años 1960 surgió un dilema para las democracias occidentales. Muchos artículos y conferencias, tanto antes como después de esta fecha, hablaban de la “inferioridad” y aun de la “depravación” del sistema soviético. No obstante, ciertas superioridades sólo podían ser disfrazadas de manera más o menos sutil mediante la propaganda más mentirosa y repetitiva. Por ejemplo, el economista político Mancur Olson (cuyas ideas serán discutidas con mayor detalle más adelante), escribió y pronunció una extensa conferencia sobre la supuesta inferioridad económica de los sistemas comunistas y de aquellos sistemas que van mal económicamente, dijo, tras el abandono del comunismo. (Ver, por ejemplo, su ensayo “Why Is Economic Performance Even Worse After Communism Is Abandoned?” [“¿Por qué la Situación Económica es Todavía Peor Tras el Abandono del Comunismo?”], Centro para el Estudio de Decisiones Públicas, Fairfax, VA, 1993.) En el referido ensayo, Olson, con mucha palabrería y de forma engañosa, se refería al "inicio de los vuelos espaciales" en la URSS como "un golpe de prestigio" (op. cit., p. 22). Esto oculta los verdaderos logros de la Unión Soviética en este campo, logros tan imponentes como para haber provocado en su tiempo una muy seria preocupación por parte del Departamento de Defensa y del Ministerio de Asuntos Exteriores de los EEUU. La Unión Soviética no "inició" simplemente el vuelo espacial, sino que puso al Sputnik I en órbita alrededor de la Tierra, convirtiéndolo en el primer satélite artificial de la historia. Dos años más tarde, los Soviets asombraron e intimidaron al mundo --sobre todo a los científicos-- con las primeras imágenes de la superficie de la Luna tomadas desde una sonda lunar. Luego, el 12 de abril de 1961, el “cosmonauta Yuri Gagarin” se convirtió en el primer ser humano en el espacio. Esto ocurría mientras los jóvenes académicos y científicos americanos veían programas de televisión como Cuentos del Mañana y La Frontera Exterior, así como las nuevas tandas nocturnas de episodios de Flash Gordon, con los que sus padres y madres habían soñado y se habían maravillado antes incluso de la aparición de la televisión. Lo que era ciencia-ficción para los americanos, era una realidad para los ciudadanos de las Repúblicas de la Unión Soviética. Los funcionarios soviéticos no dudaron en citar estos logros como pruebas de la superioridad del comunismo como forma de organización social y económica.


Por consiguiente, el 20 de abril de 1961, sólo ocho días después del vuelo de Gagarin, el Presidente John F. Kennedy le preguntó al Vicepresidente Lyndon Jonson: "¿Hay algún... programa de vuelos espaciales que prometa resultados espectaculares con los que podamos llevar la delantera?... ¿Tenemos alguna posibilidad de superar a los soviéticos colocando un laboratorio en el espacio, o haciendo un viaje alrededor de la luna, o mandando un cohete con un hombre a la luna de ida y vuelta?" (Citado en ‘Was the Race to the Moon Real?’ [‘¿Fue Real la Carrera a la Luna?’], John M. Longsdon y Alain Dupas, Scientific American, vol. 270, No. 6, junio de 1994, p. 37). Como demuestra este memorandum, la verdad era contraria a lo que Mancur Olson afirmaba. Mientras la Unión Soviética obtenía de manera continuada resultados impresionantes, no era la Unión Soviética la que buscaba "golpes de prestigio" ni "obras maestras de propaganda", como dijo Olson, sino más bien los Estados Unidos de América. De conformidad con las sugerencias de Kennedy, Lyndon Johnson consultó a Werner von Braun, que había sido el principal experto en cohetes de un equipo de científicos nazis de otra clase de sistema socialista que, como observara Bertrand Russell, era más diferente filosóficamente de las democracias occidentales y de la Unión Soviética de lo que éstas eran entre sí: el sistema "Nacional-Socialista" del Tercer Reich. Estos ingenieros de cohetes, de haber sido capturados por los Soviets, probablemente habrían sido juzgados como criminales de guerra. Los Soviets, sin duda, no habrían tolerado extraer ninguna utilidad de ellos. Sin embargo, Von Braun demostró ser de gran valor para los EE UU. ¡Dio el consejo notablemente exacto y profético de que los EEUU "no tenían ninguna posibilidad de vencer a los Soviets con un laboratorio en el espacio", pero "nosotros [sic!] tenemos alguna posibilidad de enviar a un equipo de tres hombres alrededor de la luna antes que los Soviets". (Para un jugador, "alguna posibilidad” por lo general significa algún lugar entre una de cinco y una de tres probabilidades, aunque no esté claro exactamente qué "probabilidades" daba von Braun a los EEUU en este caso). Continuó diciendo que, a pesar de este pronóstico débil, los EEUU, de manera bastante curiosa, tenían "una posibilidad excelente de vencer a los Soviets haciendo aterrizar un equipo sobre la luna" (ibíd), lo que a ojos del profano sería la más difícil, sensacional "y avanzada" de las hazañas de vuelo espacial sugeridas por Kennedy. Von Braun dijo que sería necesario un "trabajo de choque con todos los medios disponibles". Robert S. McNamara, secretario de defensa de Kennedy, declaró posteriormente que este vuelo a la luna sería "un elemento fundamental en la competición internacional entre el sistema soviético y el nuestro propio", "una parte de la batalla a lo largo del frente continuo de la guerra fría" (ibíd.). No había ningún interés científico en todo este asunto. El objetivo de la NASA de una expedición lunar fue concebido, organizado y llevado a la práctica (el americano Neil Armstrong caminó sobre la luna el 20 de julio de 1969) como la más pura estratagema de propaganda (y la más cara jamás emprendida), exactamente lo mismo de lo que se ha acusado a todos y cada uno de los logros soviéticos. (Las ulteriores implicaciones de esta "carrera espacial" que fueron pertinentes para la ciencia soviética y el Lysenkismo serán discutidas en la parte II de este ensayo.)


Así pues, un sistema social condenado como "orwelliano" y un “estado esclavista” en el que los intelectuales y el pensamiento libre eran supuestamente "reprimidos", motivados y cohesionados por el terror policial, había logrado resultados claramente superiores a todo lo que el mundo hubiera conocido hasta entonces. Era comprensible cómo una sociedad esclavista como el Egipto dinástico pudo haber logrado una maravilla de la ingeniería tal como la edificación y reconstrucción de la Gran Pirámide. Los esclavos pueden ser azotados hasta romperles la espalda, mientras arrastran y transportan grandes bloques de piedra. Pero ¿cómo pueden los ingenieros, científicos y hombres creativos ser azotados para que pongan los “huevos de oro" de la invención original? ¿Es posible que amenazar a un hombre y a sus seres queridos con la detención, la tortura y la muerte produzca una imaginación fecunda e ingeniosa? Si así fuese, numerosos artistas occidentales ambiciosos se habrían rendido hace mucho a tales amenazas y chantajes sólo por oír la voz de las Musas. ¿O fue éste el resultado diabólico de la nueva psicología pavloviana oficial en la URSS, del tipo retratado de manera sensacionalista en la película The Manchurian Candidate [El Candidato Manchú] (1962), un nuevo y notable método para crear científicos locos creativos y productivos? Como se indicó al comienzo de este ensayo, los EEUU dijeron haber demostrado claramente una clase de superioridad al menos para su sistema social, al derrotar a los sistemas fascistas de Alemania e Italia, que en realidad habían sido aplastados por el sistema soviético, el Ejército Rojo y el armamento soviético. Con todas las miradas puestas en las notables fotografías que los científicos soviéticos habían tomado del paisaje lunar, los EEUU estaban desesperados por plantar una bandera americana sobre la luna lo antes posible. Una sociedad que el mundo occidental había odiado e intentado destruir desde su inicio, ayudando e incitando a sus enemigos internos, así como enviando dentro de su seno a nuevos enemigos igualmente peligrosos y entrenados en Occidente, una sociedad devastada y destrozada por la Segunda Guerra Mundial en un grado mucho mayor que todas las naciones occidentales juntas, había presentado poderosos argumentos a su favor.


Philip E. Panaggio: STALIN Y YEZHOV: UNA VISIÓN EXTRAPARADIGMÁTICA


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