El influyente filósofo británico (nacido en Austria) Sir Karl Popper indicó que una hipótesis, teoría o creencia no tiene que ser verdadera para ser científica, sino que tiene que ser falsable. Éste era el punto de vista de una importante escuela de pensamiento filosófico del siglo XX conocida como Racionalismo Crítico. Su "prueba de falsabilidad" se ha convertido en una idea generalmente aceptada. La prueba consiste en preguntarse si uno puede realmente imaginarse hechos, información o un estado de cosas que pueda salir a la luz y que sea incoherente con la creencia o idea que se está afirmando. Esta prueba puede aplicarse y ha sido aplicada a diversos paradigmas para contestar a la misma pregunta: ¿son científicos? Por ejemplo: si se descubren pruebas de que había elecciones con candidatos múltiples en los distritos rurales de la Unión Soviética tras la aprobación de la Constitución de Stalin de 1936, una Constitución que los comunistas han aclamado como la más democrática de la historia mundial, y si Stalin hubiera sido elegido por una mayoría abrumadora de la población, el modelo totalitario podría sobrevivir a este desafío aparentemente falsador calificando su participación en las elecciones --y su victoria-- como resultado de la movilización de las masas del electorado por la propaganda de la élite dirigente, propaganda que era un instrumento para el control de arriba hacia abajo que, de acuerdo con el paradigma, la élite ejercía en nombre de Stalin. O bien, el pegamento universal --el terror-- podría invocarse otra vez diciendo que "la gente tuvo miedo de las represalias del NKVD si votaban en contra de Stalin". Incluso si Stalin hubiera convocado elecciones libres, si se hubiera enfrentado a un candidato legal del “partido de la minoría capitalista”, si hubiera estado de acuerdo en dimitir si saliera derrotado, y si a continuación hubiera ganado las elecciones, esto no falsaría tampoco el paradigma estándar. De nuevo, los defensores del paradigma podrían decir que los votantes fueron objetos manipulados por el terror. Parece que sólo habría un hecho o situación posible que los paradigmistas totalitarios admitirían que falsaría su modelo: una verdadera ruptura en el poder de Stalin debida a la pérdida de su cargo, sometiéndose Stalin a la derrota por elección popular, o debido a algún tipo de ‘impeachment’ o destitución forzosa basada en fundamentos sólidos o en un proceso judicial legítimo y con garantías. Un paradigma que sea realmente falsable por un único hecho o situación es falsable técnicamente hablando, pero resulta escasamente científico. Cuando un paradigma es capaz de aceptar montones de enmiendas para cubrir casi cualquier prueba hostil y así poder ser compatible con casi todo, comienza a resultar sospechoso. Como dijeron los autores de Stalinist Terror [El Terror Estalinista], se hace "sospechosamente acomodaticio". Existen testimonios que afirman que Stalin realmente intentó dimitir en más de una ocasión, pero tales pruebas son ignoradas por algunos partidarios del paradigma como supuestamente "falsas", o, por parte de otros defensores, como testimonios creíbles que deberían ser aceptados como "hechos", pero incorporados al paradigma como una más de las astutas “estratagemas de poder” de Stalin con el fin de "purgar a sus enemigos personales", etc. Como se verá en la parte II, la famosa solicitud de dimisión de Lysenko es considerada por Valery Soyfer y por otros como una jugada maestra de poder diabólicamente inteligente. El paradigma totalitario es monótonamente consistente y de un simplismo autosatisfecho. Uno de sus principios específicos, ejemplificado aquí, es el siguiente: "Todas las dimisiones presentadas por los funcionarios soviéticos poderosos, en su sano juicio y en perfecto estado de salud, son maniobras insinceras para ganar poder o prestigio; a no ser que Stalin los quisiera expulsar, en cuyo caso estarían más o menos obligados".
La resistencia del paradigma totalitario es comparable a la de muchos paradigmas cósmicos deístas en los que cada acontecimiento es el resultado directo o indirecto de la voluntad de Dios. Estos paradigmas son también sumamente adaptables a los datos aparentemente refutatorios, y del mismo modo son prácticamente impermeables a la crítica fatal. Tales paradigmas no se consideran científicos. A muchos adversarios ateos del teísmo les irrita el hecho de que, cuando ellos señalan la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo, una condición que en su opinión mina seriamente el teísmo, un apologista cristiano fácilmente absorbe esta crítica dentro de su sistema de creencias. Lo hace utilizando el relato del “ángel caído” como enmienda a su paradigma. Se trata del cuento atractivo y dramático del Lucifer orgulloso, rebelde, tentador y causante del mal en el mundo, que provoca el mal con el consentimiento tácito de Dios para así poner a prueba el libre albedrío del hombre y su amor a Dios. Un paralelismo perfecto con esta clase de “refuerzo” de un paradigma ha sido practicado durante décadas por los defensores del modelo totalitario de la sociedad estalinista, sustituyendo a Dios por Stalin. Cualquier prueba de influencias liberalizadoras, sobre todo si parecen emanar del mismo Stalin, quien, como demuestran las nuevas pruebas de archivo, en no pocas ocasiones estimuló realmente el desacuerdo público, la controversia oficial y la crítica hacia su persona y hacia la política del gobierno, se interpreta como que "Stalin tanteaba el terreno" o que "Stalin astutamente promocionaba a un opositor como hombre de paja prescindible o abogado del diablo con el fin de descubrir y desenmascarar a los enemigos, separando a los que estaban con él de los que estaban contra él" --los ‘escogidos’ de los ‘malditos’.
Lo que realmente parece estar en la raíz de este elaborado sistema apologético es una visión de la sociedad estalinista como una versión microcósmica del paradigma macrocósmico cristiano medieval de la Gran Cadena del Ser (explicado mas adelante) --pero con un malévolo semidiós o pretendiente a Dios como Señor Supremo (Stalin). Paradigmas diferentes pueden resultar análogos, y un paradigma más amplio, grandioso o cósmico puede "apoyar" con fuerza a uno más limitado y mundano, simplemente por ser análogo a él. Hasta el día de hoy, el paradigma de la Gran Cadena del Ser ha "explicado" el cosmos para muchas personas, para muchos occidentales, del mismo modo que el paradigma totalitario análogo les ha servido para "entender" la sociedad estalinista y otras sociedades ajenas.
La noción de paradigma puede parecer sofisticada o demasiado sutil, pero los paradigmas son los que realmente aportan un sentido a la gente --no los hechos desnudos y “puros” ni las explicaciones específicas. Los especialistas disfrutan trabajando dentro de un paradigma, que proporciona un intrigante campo preestablecido y unas reglas del juego. Los físicos ambiciosos buscan "una teoría del todo". Pensar o trabajar fuera de un paradigma se considera más apropiado para novelistas, artistas, poetas y profanos. Los fanáticos religiosos poseen los paradigmas más amplios y se adhieren a ellos tenazmente. No es una coincidencia que el paradigma totalitario haya aprovechado al máximo el sentido heredado de la tradición occidental judeocristiana. No es tampoco una coincidencia que la retórica de los defensores del paradigma totalitario en relación a la Unión Soviética se incline hacia lo apocalíptico. ¡Es un hecho ominoso que los esquizofrénicos se parecen a los fanáticos religiosos en que ellos también se aferran obstinadamente a paradigmas muy amplios, demasiado simples, sumamente flexibles y en última instancia infalsables!
Philip E. Panaggio: STALIN Y YEZHOV: UNA VISIÓN EXTRAPARADIGMÁTICA
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